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a terraza de los Baños de Apolo a principios del siglo XX. Archivo. SUR
La «primera muerte» de Mola y el pato de los Baños de Apolo

La «primera muerte» de Mola y el pato de los Baños de Apolo

A la sombra de la historia ·

El Director' fue el principal organizador de la sublevación militar del 18 de julio de 1936 y de su mano salieron las famosas instrucciones reservadas que reflejaban crudamente la dureza del golpe de Estado

víctor heredia

Miércoles, 28 de julio 2021, 00:37

Emilio Mola Vidal es una figura clave en el estallido de la Guerra Civil. Bajo el seudónimo de 'El Director' fue el principal organizador de la sublevación militar del 18 de julio de 1936 y de su mano salieron las famosas instrucciones reservadas que reflejaban crudamente la dureza del golpe de Estado. Mola formaba parte del grupo de militares africanistas que había forjado su carrera en la Guerra de Marruecos, sumando ascensos gracias a su participación en los numerosos hechos bélicos que se prolongaron durante casi dos décadas en el territorio del Protectorado.

Nació en 1887 en la isla de Cuba, en la pequeña población de Placetas (provincia de Santa Clara), en la que estaba destinado su padre, un oficial de la Guardia Civil natural de Barcelona que había contraído matrimonio con una cubana, Ramona Vidal, hija de un comerciante catalán. Al obtener el ascenso a comandante, Emilio Mola López y su familia regresaron a España en 1894 y se instalaron en Gerona, donde su hijo inició los estudios de bachillerato.

En 1900 el padre recibió nuevo destino como jefe de la Comandancia de la Benemérita en Málaga, lo que conllevó el correspondiente traslado de residencia y de matrícula en el mes de octubre. La consulta del expediente académico de Mola, conservado en el archivo del IES Ntra. Sra. de la Victoria (Martiricos), muestra a un estudiante especialmente brillante en las asignaturas de Ciencias, que superaba siempre con sobresaliente. Sin embargo, en materias como Latín y Castellano, Geografía, Historia o Religión las calificaciones se quedaban en bueno o aprobado. Los resultados académicos de los dos años, entre 1900 y 1902, en que fue alumno oficial del Instituto de Málaga fueron excelentes, con sobresalientes en las seis asignaturas correspondientes a los últimos cursos del bachillerato.

Emilio Mola Vidal en los años veinte.

La familia Mola Vidal residía en el Cuartel de la Guardia Civil que estaba en el Pasillo de Natera, hoy Avenida de Fátima, en el barrio de la Trinidad. Una vez terminados los estudios medios el joven bachiller permaneció en Málaga un par de años más preparando el ingreso en la Academia de Infantería de Toledo, objetivo que consiguió en agosto de 1904.

Su hoja de servicios estaba plagada de acciones en Marruecos, en su mayor parte como oficial de las Fuerzas Regulares Indígenas. Herido varias veces en combate, en 1927 alcanzó el grado de general de brigada. Su gestión al frente de la Dirección General de Seguridad en el último periodo de la monarquía de Alfonso XIII fue muy discutida y el nuevo régimen republicano le apartó de la carrera militar. Reincorporado al Ejército, el gobierno del Frente Popular lo envió a Pamplona como gobernador militar de la plaza. Desde allí planificó meticulosamente los detalles del golpe de Estado de julio del 36.

Juan Pablo Fusi describe a Mola como un hombre alto y delgado, de figura desgarbada, rostro enérgico, voz dura y ronca y temperamento imperativo e inflexible. Su fallecimiento en 1937 eliminó al que sin duda hubiera sido uno de los principales rivales de Franco en la construcción del nuevo régimen.

Pudo leer su propia necrológica

Emilio Mola falleció en un accidente aéreo ocurrido el 3 de junio de 1937 en la provincia de Burgos. Sin embargo, varios años antes ya había saltado a los periódicos la noticia de su muerte y hasta pudo leer su propia necrológica. Este hecho lo relató en su libro 'Dar Akobba', que fue publicado póstumamente. Estaba en Tetuán en un almuerzo con Primo de Rivera, a finales del verano de 1924, cuando llegó la prensa de la Península:

En La Unión Mercantil, de Málaga, bajo el epígrafe 'Víctimas de la guerra', aparecían dos retratos, el del comandante Frías, que había sido muerto pocos días antes, y el mío. A continuación se leía: «Mola ha muerto», título que encabezaba un artículo necrológico del cual era autor el farmacéutico malagueño don Juan Vázquez del Río, amigo de la infancia, compañero de estudios y fervoroso admirador mío. Leer su propio responso en vida —pues aquello responso era— produce una especial sensación, mezcla de satisfacción y enojo, muy difícil de explicar». En diciembre de 1924 volvió a dársele por muerto, en este caso por confusión con el también teniente coronel Sebastián Moll.

De los años malagueños de Mola apenas tenemos noticias. Solo un artículo que su compañero de estudios Alberto España publicó en 1965 en la «Hoja del Lunes» comentando algunas anécdotas de la adolescencia del futuro militar. Lo describía con estas palabras: «Mola era alto y desgarbado. Andaba como sobre zancos. Se expresaba con un marcadísimo y áspero acento catalán (…). Don Jaime Comas y Solá, catedrático de Física, que era catalán, se indignaba mucho cuando en la clase nos reíamos del acento de Mola».

Especialmente se detiene en un hecho juvenil que estuvo a punto de costar la vida a Mola y que evidencia su fuerte carácter. El Balneario de Apolo, situado en la playa de La Malagueta, ofreció a sus clientes un concurso con premios tentadores: veinte duros (cien pesetas) y un abono de treinta baños para aquellos que capturasen los diez patos que se iban a echar al agua desde un bote. Mola y España, usuarios habituales de las instalaciones, se animaron a participar en tan singular competición. Eran alumnos de cuarto de bachillerato, por lo que el suceso debió ocurrir a finales de primavera o verano de 1901.

Firma de Mola con catorce años. Archivo IES Ntra. Sra. de la Victoria

De los diez patos lanzados al agua, nueve fueron capturados rápidamente por los nadadores más avezados y avispados. Quedó uno que huyó mar adentro y que fue perseguido incansablemente por Mola. Consiguió capturarlo, pero estaba ya demasiado lejos de la playa. Mientras salía una barca en su rescate, se movió hacia unos pellejos hinchados que flotaban sujetando las redes de un copo. Se pudo asir a uno de ellos, sin hacer caso a los gritos de los pescadores que temían que les espantase la pesca, y así aguantó hasta ser rescatado por el bote. Las pasó canutas, pero nunca soltó el pato.

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