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La costa de Torremolinos, por Carlos Haes (1860). Museo del Prado
A la sombra de la historia

Un desembarco británico en Torremolinos en 1857

Víctor Heredia

Viernes, 15 de agosto 2025, 00:05

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El municipio de Torremolinos superó el año pasado los 70.000 habitantes. Entre su población, en la que están representadas 125 nacionalidades, tiene cierto peso la comunidad de origen británico, formada por 1.300 personas. Además, 200.000 turistas procedentes de Gran Bretaña pasaron sus vacaciones en la localidad durante el año 2024. Un auténtico desembarco que se viene repitiendo anualmente desde la década de 1960, pero que cuenta con unos remotos y muy diferentes antecedentes.

El primer desembarco de ingleses conocido se produjo poco antes de que el 4 de agosto de 1704 una escuadra anglo-holandesa mandada por el almirante Rooke tomara la plaza de Gibraltar en el contexto de la Guerra de Sucesión. En las semanas anteriores la flota estuvo moviéndose por el Mediterráneo y el 18 de julio había fondeado en la bahía de Málaga. La corriente de agua que bajaba desde los manantiales y que movía los molinos harineros del pueblo caía hasta la playa y era un punto de aguada muy apreciado por los barcos que navegaban por la zona. La Torre de Pimentel, el otro elemento que daba nombre a la localidad, dominaba el acantilado y servía para dar aviso de la llegada de posibles enemigos.

Cuando los marineros de Rooke desembarcaron para tomar agua y víveres en Torremolinos fueron recibidos con hostilidad y sus efectivos sufrieron algunas bajas. El enfado del almirante inglés le llevó a comunicar al Cabildo malagueño que no se molestase a sus tropas, bajo la amenaza de desembarcar y saquear los contornos. Este hecho ponía de manifiesto la incapacidad para defender el litoral, que se hizo evidente cuando Rooke cumplió su amenaza y unos dos mil hombres arribaron a tierra y quemaron y saquearon los molinos y las caserías de los alrededores de Torremolinos. Se formaron milicias y parte de la población, incluidas las comunidades de monjas, fueron evacuadas de Málaga. Afortunadamente, la flota levó anclas y se dirigió hacia el oeste. El peligro había pasado, pero el destino de Gibraltar iba a quedar sellado hasta nuestros días.

Todavía le dio tiempo a los barcos de Rooke a volver, pero la presencia de una flota franco-española comandada por el conde de Tolosa les obligó a entrar en batalla el 24 de agosto frente a Vélez-Málaga. El mayor encuentro naval de la Guerra de Sucesión terminó con un resultado incierto, pero se perdió una gran oportunidad para haber recobrado Gibraltar tras la retirada de Rooke. Los barcos franceses retornaron a Tolón sin perseguir al enemigo.

La experiencia de 1704 sirvió para que años más tarde se hiciera una batería al pie de la Torre de Pimentel. Un mapa fechado en 1739 se refería a «la batería que se ha construido delante de Torremolinos» con el fin de evitar que los enemigos pudieran aprovecharse del agua, «como lo han hecho en diferentes ocasiones las armadas británicas». En 1762, Antonio Jiménez de Mesa edificó a sus expensas otra batería en la Punta de Torremolinos. Esta pequeña fortificación sería conocida con el paso del tiempo como el Castillo de Santa Clara.

A la izquierda, Santa Clara y la playa de La Carihuela. A la derecha, el almirante Edmund Lyons. Universidad de Zaragoza | Wikipedia

Uno más, pero pacífico

A mediados del siglo XIX se produjo un nuevo desembarco británico en las playas de Torremolinos, pero este tuvo un carácter totalmente pacífico. En el verano de 1857 otra flota liderada por otro famoso almirante se movía por las aguas de la bahía de Málaga. Se trataba de la flota del Mediterráneo, comandada por el almirante Lyons, que pasó por Málaga y que entre el 14 y el 16 de agosto permaneció anclada frente a Torremolinos. El almirante Edmund Lyons había tenido un destacado papel en la Guerra de Crimea como comandante en jefe de la Armada británica, especialmente en el asedio y conquista del estratégico puerto de Sebastopol. Pero en esta ocasión sus hombres animaron la vida del pueblo y, que sepamos, no causaron daños.

Así describía el cronista de 'El Avisador Malagueño' el paso de los británicos: «En dicho punto ha estado haciendo aguada en la vertiente al mar del rico nacimiento que se pierde con tan poco fruto a poca distancia de su origen. Con este motivo la playa de Torremolinos por las inmediaciones del molino del Peligro, ha ofrecido el cuadro más animado que puede darse, particularmente el viernes y sábado, últimos en que gran número de los tripulantes bajaron a la playa a las faenas de la aguada. En la tarde del sábado el Sr. Almirante, con su joven y hermosa sobrina y varios jefes desembarcaron también, y por el pintoresco tajo subieron a la población. Algunas libras esterlinas han dejado también los ingleses en Torremolinos, pues han comprado frutos y otros efectos». Las primeras libras que estos guiris se dejaron en este futuro emporio turístico.

Langworthy y los que le siguieron

El militar inglés George Langworthy compró a Liborio García la Hacienda de Santa Clara en 1905. Junto a su esposa, Anne Margaret, quizás sea el primer vecino permanente de origen británico en Torremolinos. Poco después se conoce la presencia de otro propietario de esa nacionalidad en La Nogalera, llamado James William Miller. La llegada de anglosajones a partir de la década de 1920 se hizo habitual y los primeros alojamientos hoteleros de la localidad, el Hotel Santa Clara (1930) y el Parador de Montemar (1934), acogían especialmente a viajeros británicos y estadounidenses que acudían a la incipiente Costa del Sol a través de Gibraltar. Los padrones de los años treinta ya muestran la existencia de una colonia asentada que arrendaba viviendas y, en algunos casos, los viejos molinos ya en desuso. En La Loma encontramos a residentes como Francis Cuthbert Doyle, Gerald Butler o Douglas Campbell Kooke, o a John George Spencer Churchill en el Molino del Rosario. Este era un reconocido artista que había logrado fama como decorador de salones aristocráticos, además de ser sobrino de Sir Winston Churchill.

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