Así era la Librería Abadía cuando estaba en la calle Comedias. SUR
A la sombra de la historia

Breve historia de las librerías de ocasión malagueñas

Viernes, 4 de agosto 2023, 00:29

Mi compañero Víctor Heredia trató el verano pasado de las primeras librerías malagueñas. Me propongo hoy realizar un recorrido rápido por las librerías de lance ... que yo frecuenté y en las que tantos libros compré. En Málaga siempre las hemos conocido como librerías de ocasión o de segunda mano. Durante los años ochenta y noventa del siglo pasado nuestra ciudad fue un paraíso para la venta de libros usados. La mayoría de estos establecimientos estaban situados en calles secundarias del Centro, muy cercanos unos de otros, y junto a las más importantes y afamadas librerías de nuevo.

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Era una delicia salir a pasear por las tardes y entrar en alguno de estos peculiares comercios. Entonces entraban cada día libros a raudales, porque su secreto era comprar mucho y vender mucho. Rara era la jornada en la que no me volvía a casa con algún libro bajo el brazo, conseguido a mitad de precio. Para los estudiantes pobres que no podíamos permitirnos comprar libros nuevos, era la única manera de ir haciéndose con una buena biblioteca.

A mediados de los años ochenta Antonio Jiménez Sánchez abrió una librería de segunda mano en las Galerías Goya. Recuerdo acudir allí para vender mis tebeos y algunos libros infantiles que ya no necesitaba. De allí pasó a un local vastísimo en la calle Salinas, junto a la librería anticuaria de Antonio Mateos. Esa fue su época dorada. En la tienda estaban a la mano del bibliómano y del curioso miles de ejemplares a lo largo de sus interminables anaqueles.

Librería Códice. Sur

El local tenía dos partes, separadas por el mostrador desde donde el librero, solo y sin ayuda de nadie, controlaba su negocio. Le rodeaban por todos lados rimeros de libros en difícil equilibrio. A los parroquianos nos gustaba curiosear entre los volúmenes recién llegados y, cuando encontrábamos alguno de nuestro interés, Antonio –pelo largo, uñas afiladas y nariz judía–, lo valoraba echando mano de uno de sus muchos catálogos (los tenía ordenados en una caja y sabe Dios cómo los conseguiría), repasando rápidamente sus páginas de manera profesional para comprobar su estado. Entonces no existía internet y esta era la única manera de calcular el precio de los ejemplares.

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Esta librería de viejo ni tan siquiera tenía nombre, caso único entre las de su especie. Cuando llegaba el principio de curso hacía su agosto (en septiembre) comprando y vendiendo libros de texto. Eran los únicos días del año en los que los clientes no la frecuentábamos. Luego, ya decadente, se mudó a la calle Fresca y al pasillo de Santa Isabel hasta que cerró.

Corría el año 1987 cuando, al salir del garaje Macesa, donde mi padre aparcaba su coche, vi un Seat 127 color crema estacionado en la esquina con la calle Mariblanca, que anunciaba con un gran cartel en su luna trasera una nueva librería de viejo: Códice. En realidad, este comercio había sido fundado tres años atrás en un piso de la plaza del Teatro (que yo no llegué a conocer) por los hermanos Enrique y Rogelio Consuegra Arenas. La librería de la calle Mariblanca fue la más romántica y acogedora de las que conocí. Estaba decorada con gusto, con los restos de una imprenta antigua y con sus viejas estanterías, que habían pertenecido a un comercio ya desaparecido.

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A principios de los noventa se trasladó a su actual emplazamiento, en la calle Casapalma. Estos años, los sábados por la mañana, muchos letraheridos nos arremolinábamos en torno a las cajas que acababan de traer de alguna biblioteca desmantelada. Los libros eran baratísimos. Yo pude comprar algunas primeras ediciones de Galdós de esta manera. Hoy Códice presenta un aspecto mucho más ordenado y aséptico, con sus volúmenes envueltos en plásticos que permiten su buena conservación, pero que impiden el hojeo del bibliófilo.

Desde la plaza del Teatro Rogelio Consuegra abrió su librería de segunda mano en la calle Ollerías, que bautizó como Louisiana. Los libros costaban exactamente la mitad de su precio, menos cinco pesetas. Es decir, que si el volumen valía mil pesetas en una librería de nuevo, Rogelio lo tasaba en 495. Con el tiempo abrieron otra tienda enfrente y otra más en la calle Juan de Padilla, que se llamó Quevedo, y una última en la calle los Mártires, en 1992, que acabaron traspasando a Eduardo Mata. Cuando este falleció, su hija y su yerno la mantuvieron y la trasladaron a la calle San Juan. Se llamó Librería León. Rogelio y su mujer (que creo recordar que se llamaba Inma) se acabaron especializando en la venta de cómics con el nombre comercial de Norma.

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Hubo algunas otras librerías de viejo en el Centro de Málaga en las últimas décadas del siglo pasado. Nosotros hemos querido evocar las más importantes, porque ya forman parte de la pequeña historia de Málaga.

De las viejas librerías a la venta por Internet

Iba paseando una tarde del otoño de 1991, cuando un chico me entregó un folleto que anunciaba la apertura de una nueva librería de viejo en la calle Dos Aceras. Se llamaba Biblos. Allí acudí impaciente y llegué tan pronto que su dueño, José Ramón Acebo Castaño, estaba todavía colocando los libros en las estanterías. A principios de siglo se trasladó al final de la calle Carretería y entonces tuvo su edad de oro cuando Francis, dotado de un mayor don de gentes, se hizo cargo de la gestión de la tienda. Sus últimas ubicaciones han sido Ollerías, en el local donde abrió Louisiana, y la avenida de La Rosaleda, ya bajo la denominación de Exlibris. Cerró este año. En el 2000 Francisco Soler inauguró su bien surtida Librería Abadía en la calle Comedias, hoy en Tejón y Rodríguez. Este comercio representa el paso de las viejas librerías de ocasión malagueñas a las modernas, que tienen sus títulos colgados en internet. Aunque, paradójicamente, se trata de una librería de mostrador, a la antigua usanza. Hoy cualquiera puede consultar cómodamente en su casa su extenso catálogo on line de cincuenta mil títulos y recoger su libro en la tienda.

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