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VÍCTOR HEREDIA
Martes, 27 de agosto 2019, 00:52
Al este del Morlaco se abre una vega litoral que en la actualidad está completamente urbanizada e integrada en la ciudad. Los montes, entre el ... Cerrado de Calderón y El Candado, se retiran para dejar unas suaves laderas que caen sobre el mar, atravesadas por varios arroyos de escaso caudal pero de efectivo poder erosivo: el San Telmo, el de los Pilones, el Jaboneros, que en su curso bajo sortea la base del monte de San Antón y, más al este, el Gálica. Como resultado, las playas de la zona han estado formadas por guijarros. Un mapa del siglo XVIII nos da los nombres que entonces recibían estos solitarios arenales: San Telmo, Perplejo (evidentemente, Pedregales), El Palo y El Dedo.
El primer asentamiento humano conocido en la zona es el poblado prehistórico de la Torre de San temo, cuyos habitantes ya se alimentaban de la pesca en estas playas. Posteriormente se edificó en esta misma elevación una torre vigía encargada de controlar el camino hacia Vélez, que fue derribada en 1880. A sus pies se hizo un pequeño puerto para cargar las rocas con destino a la construcción de los nuevos muelles que, una vez abandonado, sirvió para la instalación de los Baños del Carmen, inaugurados en 1918 siguiendo el novedoso hábito de tomar el sol y darse baños de mar al aire libre.
A finales del siglo XIX comenzó la progresiva ocupación del Valle de los Galanes con chalets rodeados de jardines. Mientras, la playa se iba poblando de humildes casitas de pescadores que se fueron levantando entre el rebalaje y la vía férrea que iba a la cantera de Almellones, que luego fue utilizada por la línea de los ferrocarriles suburbanos que llegaba hasta Ventas de Zafarraya.
En enero de 1893 la emperatriz de Austria-Hungría, Sissi, se acercó hasta la playa de las Acacias, que recorrió durante un buen rato. Quizás tuvo la oportunidad de contemplar las hileras de marengos sacando el copo, la tradicional técnica de pesca de arrastre utilizada en el litoral malagueño y que constituía una estampa habitual en este lugar.
Al otro lado del arroyo Jaboneros ya existía la pequeña población de El Palo, muy alejada de Málaga. A mediados del siglo XIX contaba con más de 1.800 habitantes que trabajaban en las tareas agrícolas y en las faenas pesqueras. El crecimiento urbanístico de esta barriada tuvo como hito más importante la construcción del Colegio jesuita de San Estanislao de Kostka en 1882. Un alumno de este centro, Ortega y Gasset, afirmó que esta costa era «el imperio de la luz».
La playa del Palo y, más allá, la del Chanquete o, mejor, El Dedo (y aún más apropiadamente, El Deo) se fueron llenando de casitas de pescadores. Al igual que en Pedregalejo se fue formando, entre la vía de la cochinita y la orilla, una franja de viviendas de obra y estrechas callecitas que permitían que el agua las atravesara cuando había temporales. El poeta Emilio Prados se empeñó en enseñar a leer a los pescadores paleños, que menudo susto debieron llevarse cuando en 1925 un aeroplano realizó un violento aterrizaje de emergencia en aquel arenal. O cuando un torpedo alemán hundió el submarino C-3 frente a la orilla en 1936. En la postguerra se instalaron dos instituciones docentes en la primera línea de playa, el Colegio de la Milagrosa y el ICET.
A mediados del siglo XX se recuperó la carpintería de ribera en Pedregalejo de la mano de los hermanos Julián y Antonio Almoguera y de los astilleros Nereo, que han desempeñado un papel fundamental en la recuperación de la barca de jábega. Casi al mismo tiempo se empezaron a instalar casetas de baños en la zona y hasta hubo proyectos para construir balnearios en Las Acacias, que no cuajaron por la oposición de los pescadores. En El Palo existieron modestas instalaciones de baños como las de Carrasco o El Chanquete. La afluencia de bañistas propició la aparición de los primeros merenderos, algunos tan conocidos como Casa Pedro, El Tintero, El Lirio o El Caleño, cuyas mesas se apoyaban en el mismo rebalaje y donde ya se ofrecía el mejor pescaíto frito.
La gran transformación llegará en los años setenta y ochenta. Se levantó la vía del ferrocarril y en su lugar se asfaltó la «carreterita». Las viviendas de pescadores se consolidaron como colonia popular, aunque con la amenaza casi permanente de derribo por parte de Costas y, sobre todo, se hicieron los paseos marítimos. Primero, el de Pedregalejo y después el del Palo, terminado en 1991. La construcción de escolleras y pequeñas calas modificó la imagen tradicional de casi tres kilómetros de litoral y permitió mejorar su aprovechamiento ciudadano.
El deporte de deslizarse sobre las olas tiene su origen en las islas Hawaii, desde donde se fue extendiendo a Australia y Estados Unidos a principios del siglo XX. Paulatinamente se fue popularizando y el cine ayudó a que el surfeo fuera conocido en todo el mundo. A España llegó en los años 60 en la costa cantábrica, pero en el litoral mediterráneo su práctica comenzó en la playa de Pedregalejo. Un joven del barrio, Pepe Almoguera, quedó fascinado en 1970 cuando vio imágenes de este deporte y se animó a fabricarse su propia tabla, rudimentaria pero efectiva para empezar a cabalgar las olas que batían sobre los roquedales de Las Acacias y la desembocadura del Jaboneros. A Almoguera le siguió un grupo de amigos y en 1974 se fundó el Málaga Surfing Club, el primero del Mediterráneo español. Daniel Esparza ha recogido esos inicios en el libro 'Málaga Surf' y Pedro Temboury lo reflejó en el documental 'La última ola'. La construcción de los espigones de Pedregalejo puso fin a las grandes olas.
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