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Traslado de José Parrato, inductor del doble crimen que acabó con la vida de sus dos hermanos en Villanueva del Trabuco. Salvador Salas / Archivo

El doble crimen de los Parrato, dos asesinatos por una herencia en Villanueva del Trabuco

Historia negra de Málaga ·

Este suceso se perpetró en 2007 y supuso uno de los últimos episodios de la España profunda

Lunes, 15 de febrero 2021, 00:45

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Nadie se explicaba lo que había ocurrido. Eran conocidos, gente del pueblo, de su campo, trabajadores pertenecientes a una familia con tierras que explotaban con sus propias manos. Francisco y Juan, los hermanos Parrato (de 50 y 44 años), fueron asesinados en agosto del año 2008, a manos de Miguel, otro vecino del pueblo que actuó guiado por José, hermano de las víctimas, quien le ofreció dinero a cambio de acabar con sus vidas.

Este doble crimen escribió uno de los últimos capítulos de la España profunda, con ciertos ecos del caso de la matanza de Puerto Hurraco (Badajoz, 1990, dos hermanos campesinos matan a nueve personas por rencillas entre familias). Este episodio de la historia negra de Málaga terminó con Miguel condenado a pasar 44 años en prisión como autor material de los asesinatos (un año de la condena se añadió por el hurto de la escopeta con la que mató a los Parrato, la cual cogió de la furgoneta de un cazador al que conocía) y con José condenado a 50 por ser el inductor del crimen.

La sentencia consideraba que el hermano de los fallecidos incurrió en la circunstancia agravante de parentesco y, además, obligaba a los condenados a indemnizar a la familia de las víctimas mediante el pago de 196.000 euros.

En el apartado de los hechos probados de la sentencia se recogía que José, el hermano de los fallecidos, propuso a Miguel que los matase a cambio de una cantidad económica que nunca se determinó (osciló entre 48.000 y 180.000 euros). El inductor de los asesinatos se decidió a acabar con la vida de sus hermanos porque sabía que, tras su muerte, recibiría su parte de la herencia que había dejado el padre a los hermanos, así como la cuantía estipulada en el seguro de vida de las víctimas.

Una vez José Parrato indicó a su amigo Miguel dónde iban a estar almorzando sus hermanos, el autor material se dirigió a la finca de olivar de la familia, conocida como 'Rajaestacas', en Villanueva del Trabuco. Al localizar a las víctimas les disparó a unos tres metros de distancia con la escopeta de repetición que había robado al cazador. Los disparos alcanzaron en la cabeza y en el brazo derecho a uno de los hermanos y en el tórax, la cabeza y el abdomen, al otro.

Miguel, autor de los disparos, siendo trasladado por la Guardia Civil. Salvador Salas / Archivo

Una vez finalizó el crimen, Miguel sumergió el arma en un riachuelo de la localidad de Villanueva de Mesías (Granada) y se comunicó con el otro acusado para decirle: «El trabajo está hecho». La investigación de la Guardia Civil detectó rápidamente la connivencia de los dos implicados en el caso, que fueron detenidos al día siguiente y puestos a disposición judicial, donde se decretó su ingreso en prisión preventiva.

El robo del arma homicida

SUR ha contactado con el cazador al que Miguel robó la escopeta. Accede a contar su historia aunque no es un tema «agradable». Él conocía al vecino que se llevó su arma al igual que el resto del pueblo: nació y se crió allí, y todos sabían que era un hombre con algún tipo de problema mental. Por eso le abría las puertas de su casa, como muchos otros, y se lo llevaba de cacería, porque le hacía «compañía».

El cazador sospecha que fue así como conocía sus hábitos y su rutina, de lo que se aprovechó para llevarse el arma de fuego. Lo acompañaba de rehala y por eso era sabedor que cuando llegaba para dejar a los perros, lo hacía de noche, con poca luz. «Fue en cuestión de segundos, me alejé de la furgoneta, volví y vi que la puerta estaba abierta; empecé a gritar por si algún amigo me estaba gastando una broma, pero estaba muy oscuro y nadie respondió», explica el vecino.

Hizo mil y una gestiones, llamó al guarda del coto en el que había pasado el día por si se había dejado el arma allí, pero estaba seguro de que no. «Siempre soy muy cuidadoso con esas cosas». Al día siguiente acudió a la Guardia Civil para denunciar la desaparición del arma y en cuestión de dos días más se perpetró el crimen. Tuvo que declarar, reafirmarse en la desaparición del arma y, aunque no se le vinculó con el crimen, sí tuvo que hacer frente a la multa establecida por extraviar un arma de fuego. «La pagué encantado».

A día de hoy, el arma está en dependencias de la Benemérita. «Me han llamado para que vaya a recuperarla, pero no la quiero ni ver, allí se quedará para siempre».

Comitiva judicial en el lugar de los hechos. Salvador Salas / Archivo
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