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Buenaventura del Charco lleva vendidos 17.000 ejemplares de su primer libro, 'Hasta los cojones del pensamiento positivo', un alegato contra las frases de ... azucarillo que anegan tazas, manuales de superación personal y redes sociales. Ahora, el psicólogo marbellí vuelve a la carga con 'Te estás jodiendo la vida', un «manual de anti-autoayuda» escrito con humor (y muchos tacos) que alerta de la «plaga de nuestro tiempo: la insatisfacción crónica», generada por la creencia de que para alcanzar la felicidad debemos cumplir objetivos y «ser nuestra mejor versión».
-Antes de nada: gracias. Por fin alguien dice alto y claro que estar en la zona de confort no es tan malo. Después de derribar los mitos del pensamiento positivo, ¿qué se propone con este nuevo libro?
-He escrito este libro sobre lo que cada vez vemos más en consulta los psicólogos, que es todo lo que gira alrededor de la autocrítica: todo ese proceso interno de ser nuestros peores enemigos, de cómo estamos todo el rato diciéndonos: «estoy gordo», «tendría que trabajar más», «no soy una buena madre» o «no me lo curro nada». Ese automachaque en el que siempre estamos jugando a un juego perverso de fustigar al caballo para que ande, sin darnos cuenta que también somos el caballo que se lleva los fustazos. Y luego también analizo otros dos componentes: por un lado, el tema de la culpabilidad, entendida en un sentido amplio: tanto moral como por si no lo estoy haciendo bien o si no me esfuerzo lo suficiente. Aquí incluyo toda la 'neomoral' que hay con todo el tema 'woke' e identitario: si soy demasiado heteropatriarcal o no abrazo suficientemente la diversidad... Entiéndeme: a mí todas las opciones morales me parecen válidas. El problema es que las podemos convertir en algo obsesivo con lo que nos hacemos daño y nos quitamos libertad; sea la moral católica o el neofeminismo de tercera ola. El tercer componente de este juego perverso es el perfeccionismo. Queremos que todo en nuestra vida sea ideal y tenemos la sensación de que hay algo en nosotros que no está bien.
-Y acabamos siendo unos insatisfechos permanentes.
- Lo que yo cada vez veo más en consulta es una sensación de fondo de: «Hay algo en mí que no es digno de amor», «hay algo en mí que no es suficientemente bueno», «hay algo en mí que si yo no lo tapara con todos estos logros o con el postureo, la gente no me querría». Este proceso es psicológico y viene de determinadas experiencias de la infancia, pero también está condicionado por un tema biológico: en la Prehistoria, para sobrevivir tenías que gustarle a la tribu, porque como te echaran de la tribu, te comía un puma, un lobo o el bicho grande que hubiera en tu tierra. Así que por mucho que digamos que no te tiene que importar lo que opinen de ti, es imposible que no te importe. Tu instinto de supervivencia, la parte más primaria del ser humano, te empuja a que la opinión de los demás te preocupe y te dé ansiedad. Así que fíjate que estamos hablando, por un lado, de un tema biológicos; por otro, de la historia de vida de cada uno: si tus padres te hacen sentir válido o si son demasiado críticos o demasiado exigentes. Y luego eso coexiste con la dimensión social. Y ahí es donde hago algo parecido a lo que hice con el pensamiento positivo: animo a pararnos a pensar cómo la sociedad actual está continuamente fomentando esa sensación de que no somos suficientemente buenos.
-¿Cómo nos está empujando la sociedad a la insatisfacción? Aparentemente, tenemos mejores condiciones que nunca para el bienestar.
-Una de ellas es el consumismo. Te cuento una anécdota interesante: Hubo un sobrino de Freud, Edward Bernays, que se metió a publicista y se dio cuenta de que la mejor manera de vender algo era conectarlo a un tema emocional. A él lo contrató Philip Morris porque no conseguían que las mujeres fumasen. Fumar era algo que se veía como rudo, tosco, poco elegante. Habían intentado hacer pitillos más finos, colocarlos en boquillas, pero no habían tenido una penetración muy grande en la población femenina. Entonces en 1929 contratan a Bernays y él convoca a la prensa y le dice que tal día en tal esquina va a ocurrir algo impactante. Lo que ocurrió fue que pasó por allí una manifestación feminista y se incorporaron 80 mujeres, que él había contratado, fumando pitillos, con una pancarta que ponía: «Antorchas de la libertad». Lo que hizo el sobrino de Freud es entender que tú puedes no querer fumar; pero ¿qué mujer no iba a querer ser libre? Es el primer experto en marketing que se da cuenta que la mejor manera de vender un producto es asociarlo a una necesidad psicológica; en este caso, la libertad y la independencia. Esto se hace ahora con todo: las colonias no te venden el olor de la colonia, te venden la seducción. iPhone no te vende el teléfono, te vende la idea de exclusividad, el estatus. El problema de este juego es que aguijonea ese miedo al rechazo que es algo instintivo en el ser humano. Porque la manera de venderte productos no es simplemente hacer esa conexión con necesidades psicológicas, sino que pasa por hacerte sentir poco capaz, porque en esa angustia de ver que no llegas al nivel, corres a comprar el producto. Primero te digo que las estrías son feas y luego te vendo la crema antiestrías. El modelo de consumo actual se basa en hacernos sentir poco válidos. Y en el fondo, el consumo es un consumo emocional. Ya no compras tanto por lo que compras, sino que compras por ese valor psicológico asociado al producto o por la propia experiencia de compra.
-Y, según usted, el enfoque mayoritario de la psicología no está precisamente ayudando a combatir esa insatisfacción.
-El problema es que la psicología, que es la que tendría que ayudar a revertir los efectos nocivos de esta tendencia social, lo que ha hecho ha sido subirse al carro. Durante toda la vida, la felicidad ha sido la consecuencia de cómo tú vivías tu vida. Nuestros abuelos no se obsesionaban con si eran felices. Simplemente llevaban una vida que era la que ellos entendían que tenían que llevar. No se exigían ni se creaban estas insatisfacciones que tenemos nosotros. Estaban en paz y la felicidad es estar en paz con uno mismo. El problema es que ahora toda esta gente viene y te dice que no: que la felicidad depende de alcanzar objetivos, que tienes que conseguir tus metas, que tienes que ser tu mejor versión. O sea, que están haciendo exactamente lo mismo que los publicistas que te dicen que las estrías son feas. Te dicen que para ser feliz hay que hacer 'mindfullness' y después te venden un curso de 'mindfullness'. Que yo no digo que el 'mindfullness' sea malo. El problema es que lo elevamos a condición necesaria para la felicidad. Y el otro gran daño que ha hecho la psicología es que el ser humano se ha convertido en un nuevo producto. Esta dinámica del consumismo nos la hemos llevado al mundo personal. Cuando tú hablas de la autoestima con cualquier psicólogo, lo primero que te dice es: «Venga, dime qué se te da bien». Y si te paras a pensarlo, esto es jodidamente perverso porque si la autoestima es el amor propio, ¿por qué el amor está condicionado por la productividad? Yo no quiero más a mi hermano si esta 'mazado' que si esta gordo, no le quiero más si es médico que si es albañil. Y sin embargo, nos dicen que para querernos a nosotros tenemos que tener logros. Tu valor depende de lo que produces, de lo atractivo que eres y de los 'likes' que tienes en Internet. El número de seguidores se ha convertido en la nueva medida universal de la valía de un individuo. El problema es que todo esto converge y explica que a pesar de que estamos en el momento en el que la vida es más cómoda, tenemos mayores tasas de enfermedad mental que nunca. La gente vive una continua insatisfacción.
-¿Qué problemas de salud mental se ven en consulta como resultado de este 'automachaque' que nos infligimos?
-Antes había más una depresión del tipo de quedarte en la cama, sin hacer nada, hundido. Y lo que lo que encontramos hoy cada vez más es lo que algunos psicólogos ya están llamando depresión altamente funcional. Son personas que van al trabajo, que llevan a sus hijos al cole, que tienen vida social, pero que luego por dentro se sienten vacías, no le ven sentido a nada, tienen una sensación de soledad y de tristeza profunda. Porque claro, aunque quedamos con la gente, como tenemos miedo a no gustarle, reprimimos y escondemos nuestra parte más disfuncional. La parte disfuncional está metida en el armario por miedo al rechazo. Y nos sentimos solos. Pero además, al esconder a los demás una parte de mí, me estoy comunicando a mí mismo que esa parte no es digna. ¿Por qué ha sido tan importante el Orgullo, el salir del armario, para el colectivo gay? Porque aunque era gente que en su intimidad hacía lo que quería, había una negación de sí mismos de cara a la esfera pública.
-Ahora estamos viendo muchas campañas por la visibilización y normalización de los problemas de salud mental. ¿No cree que esto es un avance positivo?
-Creo que hay un doble discurso. Vaya por delante que yo no soy de los que dicen que todo es una mierda y que estamos peor que nunca. Creo que la sociedad ha mejorado en mogollón de cosas: igualdad, diversidad, justicia social, desarrollo tecnológico. Pero también creo que ha fomentado esta parte de la autoexigencia y el perfeccionismo. Y en lo que yo soy crítico con la psicología actual es que en vez de compensar eso, lo que está haciendo es acentuarlo, en esa idea de la autoestima ligada a las habilidades: ¡tienes que tener más herramientas que Doraemon! Entonces, ¿se está hablando más de salud mental? Sí, y desde luego es un avance. Y es verdad también que parte del aumento de las tasas de incidencia de enfermedades mentales es simplemente porque estamos diagnosticando cosas que antes no se diagnosticaban. Pero independientemente de eso, hay un aumento. Y en mi opinión, si esta conciencia sobre la salud mental va de la mano de una psicología que se basa en objetivos, que se basa en el rendimiento y que está absolutamente deshumanizada, pues flaco favor nos hacemos. Por otro lado, hay veces que se está hablando de la salud mental desde un lado muy narcisista, porque al final la gente no te habla de que tiene una depresión y está jodida, sino que presume de cómo tuvo una depresión y la superó. O todo ese rollo de: qué importante soy porque soy un ser altamente sensible o con altas capacidades. Al final no estamos hablando de sufrimiento.
-Hay quien le diría que sin autoexigencia, no vamos nunca a conseguir crecer ni mejorar en la vida.
-Creemos que la autocrítica y la autoexigencia nos hacen avanzar. Sin embargo, está más que demostrado que no es así. ¿Por qué? Porque si yo fustigo al caballo para que corra durante un rato, el caballo va a correr más, pero si yo no dejo de atizarle, el caballo colapsa, revienta. Eso lo estamos viendo hoy en día. Ya hay una enfermedad que es el síndrome de fatiga crónica o la muerte por cansancio, es una nueva patología que no existía hace 20 años y se está viendo en Corea del Sur, Japón y China; también ha llegado a Estados Unidos y a Europa seguramente llegará dentro de 15 años. Hay un filósofo que se llama Byung-Chul Han que analiza este fenómeno. Pero aparte de que el caballo reviente, pasa otra cosa: la fusta le está dando un dolor añadido. ¿Cómo voy a vivir tranquilo, cómo voy a ser feliz, incluso cómo voy a rendir si estoy todo el día dándome caña? Hay una idea muy interesante de una psicóloga norteamericana que se llama Kristin Neff: lo llama «el látigo desmoralizador». Por ejemplo, este verano yo he cogido unos kilos y estoy yendo al gimnasio. Y a mí no me gusta el deporte, siempre se me ha dado fatal. Si yo cada vez que me miro al espejo en el gimnasio lo que me digo es «Puto gordo de mierda, eres patético», y me critico por lo torpe que soy, se me vuelve mucho más aversivo ir al gimnasio y las probabilidades de que yo deje de ir son increíblemente más altas. Cuando yo me doy caña, se activa mi circuito de ansiedad. Y está demostrado que la liberación de catecolaminas y cortisol, que son los componentes bioquímicos de la ansiedad, anulan la memoria, la atención, la concentración. Así que nos creemos que darnos caña nos hace más eficaces, pero ocurre todo lo contrario. Y además, si yo siempre me lanzo el mensaje de que no valgo nada, mi cerebro va a ser coherente: si no valgo nada, ¿por qué voy a esforzarme? En cambio, cuando me trato de una manera amable, de una manera autocompasiva, que es una de las cosas que propongo en el libro, yo me puedo decir: «Pobre Ventura, ahora te duele más la hernia, no estás cómodo, vas a la playa y te da vergüenza...», y la consecuencia lógica es: como el dolor de Ventura me importa, voy a hacer dieta y deporte. La autocompasión moviliza la acción.
-¿Está diciendo que los perfeccionistas, al final, rinden menos?
-Fíjate en la famosa procrastinación. La investigación demuestra que toda la gente procrastinadora es autoexigente. ¿Por qué? Porque al final, si hay dos Venturas, y uno siempre le está dando caña al otro porque nunca le parece lo suficientemente bueno, hay un momento que el se pone en huelga. Mira, a mí me gusta baila salsa. Si yo voy a bailar para pasármelo bien, paso un buen rato y poco a poco voy aprendiendo. Pero si cada vez que voy a bailar estoy obsesionado con hacer el paso perfecto y cada vez que cometo un error me meto caña, al final bailar se convierte en un suplicio. Y una de las causas básicas de la depresión es perder los reforzadores, los disfrutes. El perfeccionismo es una especie de chapapote que acaba contaminando las cosas buenas: la paternidad, el sexo... Tú quieres a tus hijos, pero si empiezas a agobiarte con si eres buena madre, la maternidad se convierte en una experiencia depresora y angustiosa. O si me voy a acostar con mi novia y me pongo a pensar si lo hago bien, si lo hago mal, si duro mucho o si duro poco, al final es difícil que disfrute y que tenga un encuentro humano con mi novia en el sexo. Y esto es lo que nos esta ocurriendo, que estamos deshumanizándonos.
-Da la impresión de que estamos cargándonos de obligaciones también en el tiempo de ocio, ¿no? Hasta en vacaciones hay que cumplir objetivos.
-Sí, hay una nueva obligación del ocio. Te quedas un fin de semana en casa y has tirado el finde a la basura. Pues mira, a lo mejor no, a lo mejor he estado más a 'gustico' que el copón tumbado en el sofá. Todo eso genera ansiedad, genera depresión, genera obsesividad, genera un sentimiento de no valía y ahí es donde viene el abandono. En cambio, si en las cosas hay un sentido genuino, más allá del rendimiento, si yo bailo porque me gusta bailar, pues bailaré mucho y como efecto secundario, pues probablemente me convertiré en un buen bailarín.
-Y frente a toda esta cultura del perfeccionismo y la productividad, ¿cuál es su receta para ser feliz? ¿El conformismo?
-La primera receta es la autocompasión, que ya lo hemos hablado antes. La segunda es la congruencia, que es no mirar tanto el rendimiento, sino si yo he hecho lo que yo creía que tenía que hacer. Por ejemplo, yo he escrito este libro, que puede vender 17.000 ejemplares como el primero, o puede vender 100. Yo no puedo hacer que el libro sea un 'best seller' pero sí puedo encontrar una satisfacción en haberlo escrito como yo creía que tenía que hacerlo. En esa congruencia hay un consuelo humano profundo. En psicología hablamos de ajuste cuando lo que yo hago se ajusta a lo que yo siento. Y está demostrado que cuando hay un ajuste alto es cuando la gente tiene mayores tasas de salud mental. La tercera receta sería la aceptación incondicional. Y esto no significa que me tengan que gustar mis fallos. A mí no me gusta tener unos kilos de más, o no me gusta mi carácter porque me enfado mucho. El reto es aprender a quererme a pesar de esos fallos. No es querer volver bonito lo feo: lo feo es feo, la cuestión es que no es tan grave; la cuestión es que tu valor como individuo no depende de si eres guapo o feo. Puedes ser feo como un tiro de mierda y aún así amarte, tratarte con respeto, tener amigos, tener pareja. Jung hablaba de «abrazar tu sombra». Tienes una parte mala, que no te gusta, torpe, fea. Aprende a poder amarte a pesar de esa parte. Y esa es la idea de la aceptación incondicional. Luego, por último, tendríamos la autenticidad, que es buscar nuestra parte más espontánea, más genuina y no pensar tanto en lo que yo proyecto y si gusta o no gusta. Hay una satisfacción cuando tú haces las cosas de manera auténtica. Esta metáfora es un poco burra: un orgasmo fingido te aseguro que nunca satisface. La autenticidad tiene un precio: no a todo el mundo le va a gustar. El rechazo es el precio de la libertad. Y no es que no nos importe el rechazo, es simplemente asumir el coste. Me va a doler, pero yo quiero hacerlo así porque para mí tiene un sentido. Y eso es lo que va haciendo que nuestra vida sea más real, sea más auténtica.
-Su libro, además de hablar de psicología, exuda crítica social. ¿Está más relacionado de lo que creemos lo que nos pasa en la cabeza con nuestras circunstancias sociales y laborales?
-Ese mensaje de que todo depende de ti y de tu actitud es lo que está generando estos sentimientos de culpa y de miedo al rechazo que tenemos hoy en día. Fíjate que todos los remedios que dan los psicólogos es: ten herramientas de control de las emociones, aprende a manejar tu ansiedad, medita... ¿tengo ansiedad porque no hago mindfullness o tengo ansiedad porque tengo un contrato de tres meses? ¿O porque tengo 32 años y sigo viviendo con mi madre? Hoy leía un artículo de Edgar Cabanas, que escribió 'Happycracia', que dice que el 68% de las personas que tienen un problema de salud mental lo atribuyen a sus condiciones laborales. Además, me llama mucho la atención que el mensaje sea: consigue objetivos, invierte tiempo en ir al gimnasio, medita... Pero nadie nos está exhortando a cuidar los vínculos. Nadie dice: tómate un café con tu amigo, llama a tu abuela, habla con tus hijos. Y hay coste de oportunidad, porque quizá la hora que yo voy al gimnasio es una hora que no juego con mis hijos. O el rato que yo medito por la noche a lo mejor es el rato que yo tengo para hablar con mi marido sin los niños. Hay que tener en cuenta que todo esto viene de Norteamérica, una cultura profundamente individualista. Los pueblos del Mediterráneo somos culturas no tan colectivistas como Asia, pero sí más colectivas. Por eso siempre hemos tenido la mejor calidad de vida.
-¿Qué pequeñas cosas podemos hacer para salir de esa rueda y ser más felices?
- Yo reivindico la rutina, el descanso, pasar tiempo con tus amigos, hacer cosas que pueden no ser productivas pero que a ti te gustan. Por ejemplo, yo monto maquetas, que no queda muy bien en Instagram, pero el rato que estoy pintando un soldado de plomo tengo como la mente como un estanque. Tenemos que rehumanizar nuestra vida y la sociedad; es una tarea urgente.
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