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francisco apaolaza
Domingo, 18 de septiembre 2016, 01:24
Dos clics, un número de tarjeta de crédito y, en una semana, lo último Made in China está en la puerta de casa. Esto hace quinientos años también ocurría, pero en lugar de un teléfono lo que se recibía era un mantón de seda y el mensajero llegaba después de una travesía de dos años, demacrado, casi muerto, habiendo hecho fortuna y con las encías sangrando por el escorbuto. Hubo un tiempo en el que España controló el mundo. Fueron los dos siglos y medio que duró la ruta del Galeón de Manila, «comienzo de la globalización tal y como la conocemos» según el capitán de Navío Mariano Farragut, comisario de la muestra que se puede visitar en el Museo Naval de Madrid y que centra la programación de la Semana Naval, que empieza mañana.
Como todas las buenas historias, esta comienza con una aventura descabellada. Como sabe todo el mundo, Colón quiso llegar a las Indias por el Atlántico, pero no tuvo en cuenta el continente americano. Había mucho más. Farragut lo explica así: «Creía que el planeta era una pelota de ping-pong y en realidad era una pelota de tenis», y esto le pasa a mucha gente aún hoy en día.España tuvo que esperar a Magallanes, que creyó poder llegar a las Molucas por el estrecho que hoy lleva su nombre al sur de América en una travesía terrible de la que regresaron 18 hombres medio muertos después de dar la vuelta al mundo. Entonces, el fair play decía que la mitad del mundo de Poniente era de España y la de Levante, de Portugal, así que había que traer las canelas y pimientas de las Molucas por América. Lo malo era volver, porque el mar no es como una colchoneta en una piscina; hay corrientes y vientos en contra.En el mar todo son problemas, pero Urdaneta, un marino de Zumárraga (Gipuzkoa) metido a fraile dijo que podía cruzar el Pacífico hasta América sobre una carreta.Todos pensaron que era una fanfarronada, pero lo consiguió. Ascendió 38 grados al norte y dio en el clavo.Encontró la corriente de Kuro Siwo que lo llevó al este y después al sur cerca de lo que hoy es California y, finalmente, a Acapulco.
Al poco tiempo quedó abierta la ruta del Galeón de Manila, un puente entre dos mundos. Los productos salían de Filipinas, viajaban en barco hasta Acapulco, cruzaban la tierra mexicana y zarpaban en los barcos de la Carrera de Indias hacia España. Los buques iban llenos de plata hasta las trancas para pagar a toda la Administración española en Filipinas y volvían repletos de tesoros que se pagaban a precio de diamante. La vajilla de soperas con formas de animales carpas, venados y jabalíes que se expone por primera vez en la muestra del Museo Naval fue el orgullo de una familia española, hoy parte de la colección de Ybarra. Al principio, la ruta llevaba especias, pero una leyenda cuenta que las bodegas cambiaron de mercancías gracias al karma. Cuentan que, en 1971, Miguel de Legazpi rescató a unos comerciantes chinos con una vía de agua en el junco y que en agradecimiento le trajeron algunos detallitos de su tierra. Le dieron una idea.Todos se hicieron ricos. También algunos marineros, que probaban suerte al llenar con tesoros los pequeños fardos que les dejaban cargar para vender en España y con los que podían ganar el sueldo de dos vidas.
Galletas con orín de rata
La apuesta no era gratis. Pronto se terminaban la comida y el agua.«Los barcos cargaban comida seca, pero en muchas ocasiones se pudría», explica Carmen López, la directora técnica del Museo Naval. Las galletas eran una pasta de gusanos con orín de rata y el agua se recogía de la lluvia. Los roedores se pagaban a precio de caviar y, en una ocasión al menos, se llegaron a comer el cuero que protegía al mástil del rozamiento de los cabos de la jarcia.Con todo, el peor enemigo eran las enfermedades, sobre todo el tabardillo, que era una especie de tifus, y el famoso escorbuto, que hacía que se cayeran los dientes y que reabría y hacía sangrar las viejas heridas por la falta de vitamina C.Se podía solucionar con frutas frescas y verduras, pero no era fácil encontrarlas. Los marineros malayos y filipinos, si sobrevivían a todos estos males, morían de neumonía con los primeros catarros por los fríos de la parte norte de la ruta. En un viaje en el que se pusieran las cosas feas caía un 40% de la tripulación.
No solo surcaban los oceános marineros y gobernadores, también monjas, misioneros y hasta el primer turista, Gemelli Carreri, que dio la vuelta al mundo pagándose los pasajes y que dejó escrito esto de la travesía: «El que no sepa rezar, que se embarque en los mares del sur y aprenderá a rezar sin que nadie se lo enseñe».
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Óscar Beltrán de Otálora
Ivia Ugalde, Josemi Benítez e Isabel Toledo
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