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Magaluf, el orinal de Europa

Magaluf, el orinal de Europa

La meca del turismo de borrachera lucha por sacudirse ese estigma, pero sigue ofertando a los jóvenes británicos una semana con todo pagado por apenas 500 euros

guillermo elejabeitia

Martes, 12 de julio 2016, 01:02

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La imagen de una irlandesa de 18 años lamiendo torpemente los genitales de hasta 24 chavales desaforados en la pista de baile de una discoteca dio la vuelta al mundo hace un par de veranos. El nombre de Magaluf estuvo durante semanas en boca de todos los medios de comunicación, pero para convertirse en sinónimo de alcohol de garrafón, sexo chabacano y olor a pis y vomitona. Este enclave mallorquín lucha desde entonces por sacudirse el estigma con medidas más simbólicas que de calado, como prohibir andar por la calle sin camiseta, porque tampoco puede renunciar a su principal fuente de ingresos: las excursiones etílicas.

Este pequeño asentamiento dentro de Claviá un municipio de 4.000 habitantes lleva viviendo del turismo low cost durante más de tres décadas. Se nutre de jóvenes británicos en un 95% de clase media baja, presupuesto exiguo y muchas ganas de exprimir sus ansiadas vacaciones. Una semana con vuelo, hotel y comida les puede salir por apenas 500 euros. La filosofía de sus visitantes queda resumida en los mensajes que lucen en camisetas de colores chillones, del tipo Lo que pasa en Magaluf, se queda en Magaluf o Las chicas buenas van al cielo, las malas van a Magaluf. Emborracharse y tener sexo son las dos premisas básicas de lo que puede denominarse turismo hooligan.

Los hoteles baratos, los pubs abiertos toda la noche y los espectáculos de striptease no son nuevos, forman parte del ADN de esta playa desde los años ochenta. Las redes sociales han dado a la zona un protagonismo desmedido, que se ha convertido en un arma de doble filo para el sector. Internet está lleno de vídeos de dudoso gusto protagonizados por turistas en Punta Ballena, el epicentro de esta Babilonia de tercera. Una chica que hace sentadillas sin ropa interior sobre la cara de un desconocido, un borracho noqueado por una joven en un concurso de bofetones, un grupo de amigos que compiten por ver quién es el primero que termina el contenido de una botella de vodka... Son algunos ejemplos del tipo de divertimento que encuentra allí la chavalada. ¿El premio? Generalmente es otra botella de vodka.

Técnicamente se llama bar crawling literalmente arrastrarse por los bares y es una de las piezas clave de su oferta turística. Por menos de 30 euros los participantes se embarcan en una excursión etílica que les lleva por los principales bares y discotecas de la zona. Como simplemente beber cantidades ingentes de alcohol puede resultar aburrido, los animadores de la fiesta inventan juegos y pruebas que los jóvenes tienen que superar para seguir pimplando. La borrachera está asegurada; la diversión, depende.

El verano de 2014 fue especialmente nefasto. En apenas unas semanas falleció un joven de 20 años al precipitarse por el balcón de su hotel y poco después otro chaval de 19 resultaba herido grave. Los medios lo bautizaron como balconing: turistas tratando de alcanzar la piscina saltando desde la habitación de su hotel. «La mayoría no quiere participar en ninguna competición, se caen por accidente, porque van totalmente colocados», comenta impasible Isabel Grech, enfermera de los servicios de emergencia de Mallorca.

"Medidas contundentes"

En ese caldo de cultivo se hizo viral el vídeo de la joven británica capaz de chupar los genitales de medio bar para ganarse una barra libre. Los titulares, demoledores, hablaban de 24 felaciones a cambio de alcohol. Al margen de lo humillante de la situación, las imágenes ofrecían un contenido sexual más bien escaso, pero fue suficiente para transmitir una imagen repulsiva de la zona.

Magaluf abrió telediarios de medio mundo y fue objeto de centenares de reportajes en varios idiomas. Lo llamaban «el abrevadero de Europa», o peor aún, «el orinal». El presentador británico Jeremy Kyle fue rociado con gas pimienta por un matón de discoteca mientras grababa escenas de desenfreno para uno de ellos. Las alarmas comenzaron a saltar. Las autoridades ponían cara de indignación y anunciaban «medidas contundentes para luchar contra esta lacra que transmite una imagen distorsionada de nuestra oferta turística». El monstruo alimentado con alcohol barato y sexo zafio se les estaba yendo de las manos.

El Ayuntamiento de Claviá aseguró en mitad de la tormenta que prohibiría beber en la calle, que limitaría el aforo de los locales y obligaría a algunos de ellos a cerrar pasada la medianoche. Lo único que concretó el gobierno del PP fue una normativa para regular las excursiones etílicas. Los grupos debían ser más pequeños e ir acompañados de un responsable de seguridad y otro de salud. Hace unos días, el mismo Consistorio, ahora en manos del PSOE, dio publicidad a las primeras multas que ponía a los veraneantes por ir sin camiseta. Además, ha diseñado una campaña «en positivo» que pretende apelar a la responsabilidad de los propios turistas. «Tu decides qué papel juegas», es el lema que sigue al hashtag #Magalive, con el que quieren alimentar la iniciativa en las redes. Las medidas van encaminadas a desterrar la imagen cutre que destila Magaluf y están teniendo bastante eco, pero resultan inocuas para cambiar el modelo turístico.

Un modelo que contribuyó a consolidar Abel Matutes a base de macrohoteles para jóvenes. La compañía del que fuera ministro de Asuntos Exteriores en el Gobierno de José María Aznar llamada hasta hace unos meses Fiesta Hotel Group y ahora Palladium cuenta con cuatro establecimientos en la zona: se dirigen directamente al target de veinteañeros británicos con poco dinero y muchas ganas de marcha. Su expansión en Magaluf no estuvo exenta de polémica, los bares y discotecas de toda la vida se quejaban de que el todo incluido vaciaba sus locales.

En los últimos años es Meliá quien quiere hacerse con la tostada, pero antes necesita despojar al destino de su mala reputación. En los últimos años ha invertido 100 millones de euros en reconvertir hoteles vacacionales en establecimientos destinados a un público con mayor poder adquisitivo, formado en su mayor parte por cruceristas. El proyecto se llama Calviá Beach, pero ya se le conoce como el Nuevo Magaluf. Entre los diversos movimientos empresariales está la unión con el fondo de inversión Starwood, que ha alquilado a Matutes su buque insignia, el Mallorca Rocks Hotel.

Lo cierto es que a partir de la polémica el sector comenzó a dar síntomas de agotamiento. Durante el año siguiente al infame vídeo del mamading, el número de turistas decayó ligeramente. «Muchos padres se asustaron y pidieron a sus hijos que escogieran otro destino, la gente en mi país cree que aquí se tiene sexo por la calle», dice una camarera inglesa que lleva varios veranos trabajando allí. Pero hace falta algo más que unos cuantos hoteles nuevos y una serie de medidas bienintencionadas para cambiar la reputación del lugar. Este año, los turistas han vuelto, atraídos por la perspectiva de sexo fácil, y con ellos un ejército de prostitutas.

El triunfo del Brexit ha añadido un chupito de incertidumbre a un sector dependiente del público británico. Los hosteleros temen que la devaluación de la libra les reste público. O quizá que la escasez de dinero fomente de nuevo el mamading.

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