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fernando iturribarria
Domingo, 24 de mayo 2015, 01:11
¿Ayudaron a morir a François Mitterrand? Es lo que da a entender Anne Pingeot, la madre de Mazarine, en un testimonio inédito. La segunda y secreta mujer del líder socialista francés está convencida de que su médico de cabecera le aplicó una inyección letal cuando perdió la cabeza a consecuencia de las metástasis cerebrales de un cáncer de próstata. Eran las instrucciones que el estadista socialista había impartido al doctor Jean-Pierre Tarot, especialista en el tratamiento del dolor, que acompañó desde el otoño de 1994 al que todavía era jefe del Estado (1981-1995). Su amante lo revela en una completa biografía de 894 páginas escrita por el periodista británico Philip Short, antiguo corresponsal de la BBC en París.
Los pasajes de François Mitterrand, retrato de un ambiguo (editorial Nouveau Monde) adelantados por el semanario LExpress recogen los recuerdos de Anne Pingeot sobre las últimas horas del gran amor de su vida. Aquella madrugada del domingo 7 de enero de 1996 Mitterrand la despertó muy agitado. Estaba empeñado en levantarse a pesar de encontrarse entubado y monitorizado en el que iba a ser su lecho de muerte. «A las 3 de la mañana telefoneé al doctor Tarot y le expliqué: Le digo que no se levante pero ya no comprende lo que le digo. Está bastante fuerte, lucho contra él pero no lo consigo. Tarot no se desplazó pero comprendió, creo, lo que eso quería decir».
Pingeot recuerda que Mitterrand había ordenado a su médico: «Cuando mi cerebro esté dañado, usted me liquida, no quiero estar en ese estado». Al día siguiente por la noche, el doctor «debió ponerle una inyección para terminar las cosas. Por tanto, yo me siento a la vez culpable de haberlo condenado, pero al mismo tiempo había ese rechazo absoluto a quedarse inconsciente, lo que comprendo», confía la amante durante 32 años del mandatario socialista.
«Es lo que ella cree, pero el doctor Tarot no lo ha confirmado», declaró ayer el autor de la biografía a la emisora de radio Europe 1. «Es una suposición», puntualizó. En efecto, el médico jamás ha abordado el asunto de la eutanasia, por lo demás delito en Francia. Siempre se ha limitado a señalar que acompañó a su ilustre paciente hasta su último suspiro y que le administró los sacramentos gracias a la educación religiosa que había recibido. En 2012 un libro de los periodistas franceses Denis Demonpion y Laurent Léger ya había evocado la hipótesis de una eutanasia a petición expresa del expresidente.
Mazarine, un regalo
Philip Short pone en duda en una nota a pie de página que la voluntad de Mitterrand fuera acogerse a una muerte asistida. Recuerda que el fatal desenlace puede producirse con mucha rapidez cuando el cáncer llega al cerebro. «No sabemos pues si le ayudaron a morir o si tuvo una muerte natural», observa. «Lo que es absolutamente cierto es que Mitterrand dijo varias veces, a Anne Pingeot y a otros, que no quería ser un vegetal. Les decía que le evitaran eso», asegura.
En su excepcional testimonio, Pingeot cuenta que Mazarine fue el regalo que la pareja clandestina se hizo mutuamente para sellar su unión morganática. Fue el fruto de una especie de chantaje realizado por quien ya había comenzado a trabajar en el museo del Louvre como conservadora de esculturas del siglo XIX, disciplina en la que llegó a ser una autoridad. Ella tenía 30 años, él 57. Objetó que era demasiado mayor para ser de nuevo padre tras los dos hijos ya crecidos que había tenido con Danielle, su esposa oficial. Pero la amante fue categórica. «Sabía que nunca sería su mujer. Pero deseaba un hijo de él. Si se negaba, pondría en cuestión su relación».
Mazarine Marie nació el 18 de diciembre de 1974 en una clínica privada de Aviñón. Francia no descubriría su existencia hasta noviembre de 1994 en la portada de la revista Paris Match, en una imagen tomada con teleobjetivo junto a su ya anciano progenitor.
La madre había sugerido llamarla Pascale. Pero Mitterrand se negó sin explicar el motivo. Luego se enteró por casualidad, a través de un amigo común, de la muerte prematura del primer hijo que había tenido con Danielle. Se llamaba Pascal. Cuando en 1977 nació su primera nieta, le pusieron Pascale en su memoria.
Anne Pingeot atribuye a ese drama íntimo, del que su amor prohibido nunca le habló, la razón de que Mitterrand nunca se planteara el divorcio. «Haber perdido un hijo es sin duda un lazo indestructible entre un hombre y una mujer», reflexiona la segunda dama del expresidente francés, a quien siempre fue fiel desde que se enamoró de él a los 20 años. «Nunca conocí a ningún otro. Ni antes ni después. Admirar a la persona que se ama es una inmensa felicidad», confiesa.
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Lourdes Pérez, Melchor Sáiz-Pardo, Sara I. Belled y Álex Sánchez
Cristina Cándido y José A. González
Gonzalo Sellers | Santander
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