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fernando miñana
Viernes, 26 de diciembre 2014, 00:59
Miguel Ángel Hernáiz siempre ha sentido algo especial cuando el viento le agita el pelo. Con 12 años empezó con las cometas acrobáticas y de tracción, luego les colgaron unas bicicletas o una tabla de skateboard. Experimentos copiados de las revistas que conseguía agenciarse en tiempos en los que no existía ese armario sin fondo que es Youtube. Ahora, a los 50 años, es feliz sentado en un carro con ruedas y una vela. Miguel Ángel practica el blokart (de blow, soplar, y kart, carrito), uno de los deportes diminutos que poco a poco van ganando adeptos en España. Como el freestyle, el lacrosse, el korfball, el gateball... preciosas rarezas que enriquecen el escaparate deportivo.
Los jugadores de estos deportes son vistos como frikis en un país muy monocorde. Hay vida más allá del fútbol y unos pocos se salen del rebaño para, como Luis Rosa, apuntarse al deporte menos sexista del mundo, el korfball, donde se enfrentan dos equipos de ocho miembros: cuatro chicos y cuatro chicas. «Cuando me preguntan por qué juego a esto, siempre doy tres respuestas: porque es un deporte que me encanta, porque se viaja muchísimo y porque juegas con chicas, y eso, para que nos vamos a engañar, es bastante atractivo. Pues no cambia un vestuario con chicas a sin chicas...».
El korfball es muy parecido al baloncesto y el objetivo es encestar una pelota en una canasta (a 3,50 metros de altura frente a los 3,05 del basket) que, eso sí, no tiene tablero. La cancha se parte en dos: a un lado, cuatro componentes de un equipo atacan y cuatro rivales defienden; en la otra mitad, al revés. Cada dos canastas, cambian de rol. El balón no se puede botar y por eso el juego es muy dinámico. Pases y tiros sin tregua.
Estos juegos son novedosos en España, pero en otros lugares son más viejos que el mismísimo deporte rey. El korfball se remonta a principios del siglo pasado, a la Holanda de 1902. «Allí, siempre tan liberales, inventaron un deporte en el que pudieran jugar chicos y chicas y donde la fuerza no fuera determinante», apunta Rosa. Los veraneantes de los Países Bajos lo llevaron a Marbella. No cuajó, pero, en los 80, un profesor fue trasladado a Terrasa y ahí sí que echó raíces. Tanto que la selección catalana de korfball fue la primera que compitió como tal en el extranjero.
¿Y el korfball también tiene sus Gasol?
Sí. Hay tres catalanes que viven y juegan en Holanda, la gran potencia: Berta Alomà, José Álvarez y Sergi Grabiel.
José Ferreras solo tiene 22 años, pero ya hace tiempo que dejó de practicar el freestyle en los parques. Lo suyo es, en esencia, hacer acrobacias con un balón de fútbol y en la calle no paraban de cortarle. «Primero te paran unos y te dicen que les pases el balón; luego se te cruza un perro, y no paran de decirte cosas. Al principio hace gracia, pero con el tiempo cansa. Ahora me gusta entrenarme con música y en soledad».
Ronaldinho, principiante
Pero la frase más típica a la que se enfrenta cualquier practicante del freestyle es ésta: «Pero si eso no sirve para nada en el campo, como si nosotros hiciéramos esto para jugar al fútbol. La gente no sabe que a la mayoría el fútbol ni nos gusta». Ferreras, totalmente autodidacta, ya es de la generación del Youtube y ha aprendido copiando los trucos que veía en vídeos de freestyle, un deporte que nació a principios del siglo XXI a raíz de los anuncios de Nike y el jogo bonito con Ronaldinho como icono de los juegos malabares con un balón. «Aunque otra cosa que la gente ignora es que Ronaldinho, Messi o Cristiano serían meros principiantes al lado de los especialistas del freestyle. Eso que hacía Ronaldinho de coger la pierna y darle una vuelta alrededor del balón en el aire, ahora lo hacemos nosotros dándole tres vueltas en un segundo», añade José Ferreras, que ejerce como profesor de freestyle en la Fundación Marcet, que pretende inculcar a los jóvenes de todo el mundo que se puede compaginar perfectamente el fútbol de alta competición con la excelencia académica.
Jairo Riesco va de deporte raro en deporte raro. Primero se inició en el floorball, parecido al hockey, y ahora se esfuerza en facilitar la expansión del lacrosse por toda España. Es uno de los juegos más antiguos del mundo y lo practicaban los indígenas americanos. Los jesuitas franceses lo descubrieron cuando llegaron al Nuevo Mundo y al ver que utilizaban un palo (como un cazamariposas) que les recordaba a la cruz que llevaban los obispos lo bautizaron como la crosse (la cruz).
Siglos después los indios siguen practicando el lacrosse, y en el último Mundial, en un caso que debe ser único en el deporte, los iroqueses se colgaron la medalla de bronce. Esta tribu que vive en una reserva en la zona de los Grandes Lagos, al sur de Canadá y al norte de los estados de Nueva York, Wisconsin y Oklahoma, se sigue sintiendo como una nación y prueba de su orgullo es que en una competición anterior renunciaron a participar porque en el aeropuerto de Manchester no aceptaron sus pasaportes y les reclamaron los de Estados Unidos para dejarles entrar en el país. Ellos prefirieron marcharse.
«Éste es uno de los grandes obstáculos para que el COI lo integre en el calendario olímpico. Es el quinto o el sexto deporte en Estados Unidos, pero ¿cómo van a dejarse fuera de los Juegos a una potencia de ese deporte como los iroqueses?», explica Riesco sobre el lacrosse, que, por cierto, ya fue olímpico en San Luis 1904 y Londres 1908 (en ambos se proclamó campeón Canadá), un deporte que consiste en marcar un gol en la portería contraria pasándose una pelota pequeña y compacta con los sticks, unos palos coronados con una red. «La gente que nos ve siempre se queda un buen rato porque es un deporte muy sencillo, dos equipos que pugnan por meter un gol, y además se permite el contacto y, claro, ¿cómo no te vas a quedar a ver a tíos dándose de tortazos?».
Mucho más sereno es el blokart, que es como navegar en tierra firme. Un asiento con ruedas y una vela que mide de dos a cinco metros y medio lo hacen posible. Su principal obstáculo es que España no dispone de muchos espacios lo suficientemente amplios para practicarlo: el korfball alcanza altas velocidades y necesita espacios abiertos (en la playa, que sería ideal, está prohibido entrar con un vehículo con ruedas). Pero a favor tiene que es desmontable y se puede transportar en una bolsa (pesa 30 kilos) y, además, como en la clase optimist de la vela ligera, es un vehículo estándar y no es necesario llevarlo encima para ir a una competición.
Este deporte es una evolución del carrovelismo o del aeroplage que ya disfrutaba Alfonso XII en las playas de Cantabria. Paul Beckett, un neozelandés que tenía amigos con minusvalías inventó este artilugio que iguala a todos sin importar sus carencias físicas ni su sexo. «Yo siempre digo bromea Miguel Ángel Hernáiz que es lo más fácil del mundo. Se necesitan solo diez minutos para aprender y otros diez para ser campeón del mundo».
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