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Juan Naranjo
Martes, 3 de junio 2025
Es llamativo comprobar cómo buena parte de las relaciones entre los miembros de la comunidad se construyen alrededor del ocio nocturno. Somos muchas las personas del colectivo que echamos de menos espacios en los que vincularnos a plena luz del día y alrededor de iniciativas que aúnen lo lúdico y lo cultural. Hoy, por fin, encontramos clubes de lectura queer a lo largo de toda nuestra geografía, algo impensable hace pocos años.
Queeruña, el grupo de clubes de lectura queer de las bibliotecas municipales de Coruña, acaba de recibir el XXI Premio Marcela y Elisa por su labor en favor de la cultura y los derechos LGTBI+. Llevan desde 2016 leyendo literatura disidente (mucha de ella, en gallego) y fomentando la cultura queer en la región: «Cuando empezamos éramos seis personas; hoy somos sesenta. Tres grupos de lectura de temática queer promovidos por un servicio público», asegura Álex, uno de los participantes de este club. «Y, aun así, hay gente en lista de espera. Abrimos las inscripciones anualmente y ¡las plazas se agotan en 10 minutos!», apuntan Eva Vieites y Diego Maseda, dos de los bibliotecarios encargados de la coordinación de este servicio.
El interés del público lector por estos espacios de convivencia en los que se leen libros con tramas o personajes del colectivo ha ido aumentando exponencialmente a lo largo de los años. Y puede que el Covid-19, que disparó los índices de lectura y nos hizo echar de menos la vida en comunidad, tuviese algo que ver: «Desalentadxs por no hallar entornos LGTBIQ+ que aunaran la cultura y lo festivo, creamos este club; además, en aquel momento, la gran mayoría de clubes de lectura que existían en Málaga no tenían un abordaje interseccional en la selección de lecturas», recuerdan Marta Aguilar y Fran Jiménez, los coordinadores del club de lectura LGTBIQ+ que se reúne mensualmente en el bar Kipfer & Lover, un rinconcito del centro de Málaga en el que se celebran numerosos eventos protagonizados por el colectivo.
En bibliotecas, bares y librerías, con iniciativa pública o privada, con una estructura cerrada u organizados en simples reuniones de amantes de la lectura con ganas de comentar libros y conocer gente, los clubes de lectura queer se caracterizan por su organización horizontal y su carácter social. «No nos interesan los análisis sesudos o elitistas de los libros, lo que queremos es pasárnoslo bien, crear comunidad, disfrutar leyendo y convertir el acto íntimo y solitario de leer en algo también social y colectivo», afirma Modesto García, uno de los coordinadores del Bookake Club, un grupo de Madrid nacido en Twitter en 2019 que fue creciendo hasta dar cobijo a cincuenta personas divididas en dos grupos. Como en muchos de estos clubes, la lista de espera para formar parte de este club es enorme. Puede que se deba a que tiene un perfil joven y dinámico que no encaja demasiado con lo que la mayoría de las personas tienen en la cabeza cuando se habla de un club de lectura.
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Todos los equipos coordinadores coinciden en los objetivos que la mayoría de las personas usuarias persiguen a la hora de apuntarse a uno de estos clubes: «Conocer gente y socializar», «Buscar una excusa para obligarse a leer más», «Encontrar un lugar seguro en el que poder ser unx mismx sin miedo a ser juzgadx»… Algunas de estas frases surgieron en la conversación que Alberto Maraña entabló con Gus y Eva, los dueños de la Librería-Cafetería Akelarre, un joven local del centro de Valladolid que desde que abrió sus puertas apuesta sin complejos por la cultura alternativa y el compromiso social. Maraña nos cuenta: «Tenemos la intención de normalizar la representación queer en la literatura, y esto pasa por llevar estos libros también a gente en los límites del colectivo o personas que no pertenecen al mismo».
Y es que, aunque estemos hablando de clubes de lectura queer, ninguno de ellos es excluyente con las personas cisheterosexuales interesadas en formar parte del mismo; además de grupos de lectores representantes de todas las letras de la comunidad, en todos ellos hay mujeres de fuera del colectivo interesadas en ese ambiente o en esas literaturas, algo que no sorprende si tenemos en cuenta los datos más recientes del Ministerio de Cultura, que hablan de que casi el 70 por ciento de las mujeres leen libros en su tiempo libre. «Bookake nunca ha sido un club que solo lea libros LGTBQ+, pero, quizá porque en su concepción éramos todos chicos gays, tuvimos claro desde el principio que es vital apostar por las historias del colectivo».
La composición de estos clubes es un tema candente en un colectivo que cada vez es más consciente de los problemas inherentes a la preponderancia del papel de los varones homosexuales en el grueso de las actividades dirigidas al colectivo. Como en la casi totalidad de los clubes de lectura generalistas, la mayoría de asistentes a las reuniones del Café Lector de Akelarre son mujeres; en Queeruña y en Bookake la proporción varía con los años, pero está bastante equiparada; por su parte, en el club que se reúne en Kipfer & Lover, predominan los varones, algo extremadamente poco habitual en el mundo de los clubes de lectura.
A menudo, estos grupos se acaban convirtiendo en algo que va mucho más allá del propio club de lectura. A las cervezas posteriores a las reuniones se suman salidas al teatro, quedadas para ir a manifestaciones, picnics, amigos invisibles… Además, lo lúdico y desenfadado de los encuentros hace que sean un sustrato perfecto para el establecimiento de vínculos de amistad, afectivos y hasta profesionales. «No tengo pruebas ni tampoco dudas de que así ha sido», asegura Héctor, uno de los asistentes a Queeruña cuando se le pregunta si han surgido pasiones o amores en el entorno del club. «Se han formado parejas estables», recuerda Modesto antes de añadir: «Venimos a escucharnos, conocernos, divertirnos y a hacer amigos. Como quien se apunta a un club de senderismo, a un taller de cerámica o a clases de pintura. Todos queremos movernos, salir de casa, aprender, pero sobre todo queremos estar un poco menos solos». Así, como dicen Fran y Marta, «usamos este espacio para organizarnos desde lo colectivo y para otorgarnos un poquito de esperanza y optimismo ante estos tiempos tan complicados que vivimos».
La mayoría de usuarios de estas actividades entienden los clubes de lectura como un complemento al ocio nocturno, más que como una alternativa: «No nos parece que ambas esferas resulten incompatibles: a nosotrxs nos acoge el Kipfer and Lover, un lugar de ocio nocturno. A veces parece que lo académico y lo literario están alejados de otras formas de ocio… pero es, quizá, una visión algo elitista de la cultura. Creemos que ambos tienen su función en nuestra comunidad y son más integrables de lo que aparentemente parecen».
Puede que la clave para que más gente queer se organice en grupos de lectura, ayudando así a la creación de vínculos comunitarios, sea la de insistir en el carácter social y lúdico de estos encuentros, así como en lo democrático de su organización. «Aquí nadie lleva la voz cantante: la participación es horizontal. Todos necesitamos de un espacio seguro donde expresarnos, explicarnos y encontrarnos con personas similares a nosotros. Hemos conseguido crear este espacio», aseguran, orgullosos, Eva Vieites y Diego Maseda.
Estos cuatro clubes son muy diferentes entre sí, tienen trayectorias y filosofías muy distintas y se localizan en localidades que nada tienen que ver, pero tienen una cosa en común: 'La mala costumbre' de Alana S. Portero. El libro superventas de la madrileña, que narra una adolescencia trans de clase obrera, ha sido una de las lecturas predilectas de los cuatro clubes. Este superventas, traducido ya a dieciocho idiomas, se ha ido convirtiendo desde su publicación en un clásico contemporáneo de las letras queer debido a que su delicada prosa, que tan bien contrasta con la dureza de su historia, ha logrado seducir al público lector independientemente de su generación, bagaje lector o nivel sociocultural.
En una sociedad en la que vuelve a parecer que, como antaño, molesta que seamos visibles, que nos organicemos, que alcemos la voz, los clubes de lectura queer constituyen un espacio para la reflexión, para el encuentro de una red de apoyo, para la construcción de un espacio seguro y para oír y ser oídos. En un mundo que tiende al individualismo y que está obsesionado con la inmediatez, reunirse por gusto alrededor de una mesa con un grupo de, en principio, desconocidos con el único objetivo de comentar un libro compartido es, literalmente, revolucionario.
Créditos
Ilustración Hugo M. Rodríguez
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Ivia Ugalde, Josemi Benítez e Isabel Toledo
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