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ALBERTO J. PALOMO CRUZ
Jueves, 24 de marzo 2022, 00:46
Aunque es una insignia de uso inmemorial y universal, el estandarte pasa por ser una de nuestras insignias más autóctonas, porque fuera de Málaga y su zona de influencia, en el resto de Andalucía, su uso no está tan generalizado como en nuestras hermandades. De hecho, salvo alguna excepción que confirma la regla, todas poseen dos que figuran tanto en la sección de Cristo como en la mariana, conteniendo el retrato, generalmente pintado, del respectivo titular. Se interpreta así que estos estandartes anuncian a la imagen portada en el trono.
Como otras insignias usadas por los cofrades, como es el caso de las bocinas o las mazas, el origen de los estandartes está relacionado con las parafernalias del poder y las armas del mundo antiguo, y más modernamente con los usos del protocolo real o civil. Su misma etimología está relacionada con la milicia, procediendo de una voz germánica, 'Stand hard', que significa algo así como mantenerse firme, en pie. Y la explicación viene dada porque esta variante de bandera, que es al fin y al cabo es lo que es, era el símbolo representativo de un ejército y cuando éste acampaba se clavaba en tierra en señal de autoridad. Es muy curioso que el dicho popular: «Vete a la porra», está relacionado con esta práctica, porque, al igual que se hacía con los estandartes, también era usual en la tropa de antaño que los superiores fijasen en el suelo sus bastones de mando, con lo cual cuando querían castigar a algún soldado era enviado a montar una penosa guardia junto a ellos, de donde nació la referida y castiza expresión mencionada.
En el castellano antiguo y durante el siglo de oro español la denominación más empleada era la italianizante 'gonfalón' o 'confalón', como bien recoge el inmortal Miguel de Cervantes en su comedia 'La casa de los celos y selvas de Ardenia', cuando dice: «¿A mí Roldán, a mí se ha de hacer esto?/ Levanta a los cielos soberanos, el confalón que tienes de la Iglesia…». Precisamente en la ciudad de Écija se venera y es titular de una señorial corporación nazarena el advocado como 'Santísimo Cristo de Confalón', porque es bien sabido que para los cristianos la cruz es la más perfecta y salutífera de las enseñas a seguir. El símil es evidente. Al igual que los soldados marchaban en pos de ellas, así los creyentes que forman el ejército de la Iglesia militante, han de marchar disciplinados tras la bandera de Cristo. Esto nos impulsa a que relacionemos el uso de los estandartes en el ámbito religioso actual, directamente con el movimiento de los flagelantes surgidos en el norte de Italia al albor del siglo XIII. Quiénes lo integraban, incluidos mujeres, niños y clérigos, fueron fanatizados por exaltados como Rainiero Fasani, que los empujaron a formar grandes procesiones de hasta diez mil personas, que en filas y desnudos de medio cuerpo se iban azotando mientras marchaban en filas tras un estandarte de temática sacra. Se piensa que detrás de hechos como éste, o la famosa y triste «cruzada de los niños», halló inspiración la sabiduría popular para pergeñar cuentos como el del flautista de Hamelin.
A raíz de la tristemente famosa pandemia de la peste negra que asoló toda Europa en torno a 1340, el mismo movimiento de los disciplinantes se reprodujo en Alemania, aunque mucho mejor y más organizados que en Italia, como siempre ha cabido esperar de la proverbial eficacia teutona. El caso es que el modus operandi era el mismo, llevando además cirios encendidos en una mano y el látigo en la otra, hasta llegar a la plaza pública donde se fustigaban hasta teñir de sangre el suelo. De estos flagelantes procede también el uso más antiguo de antifaces o caperuzas para cubrir los rostros, del que son herederos nuestros vigentes capirotes semanasanteros. Ejemplo de esto es la pintura de escuela italiana que representa a dos de estos penitentes conservado en el museo Condé de Chantilly, o en algunas representaciones públicas existentes en la ciudad de Florencia, relacionada con una antigua hermandad de San Juan Bautista que allí existió.
Del empleo que este movimiento, en la práctica un verdadero regimiento piadoso, hizo de los estandartes pasó a generalizarse su uso en la Iglesia, comenzando en la alta Edad Media cuando era preciso reclutar tropas y convocar a los vasallos en la defensa de los centros religiosos y monásticos, así como la salvaguarda de los bienes eclesiásticos. Ahora bien, ¿por qué estas banderas adquirieron tal importancia religiosa, que a simple vista parece que incluso llegaron a desplazar a las cruces? La respuesta nos la da San Francisco de Sales (1567- 1622) quien en una de sus obras, que lleva el significativo título de 'El estandarte de la Cruz', explica lo siguiente: «Los antiguos, algunas veces han pintado o labrado sobre las cruces otras cosas, para indicar algunos misterios, porque a veces doblaban el cabo superior en forma de báculo para representar la letra P de los griegos; y un poco más abajo ponían dos pedazos en forma de la letra X, las cuáles son las dos primeras letras del nombre de Cristo. Y algo más abajo estaba el crucero, del cual pendían un velo, como se estila al presente en nuestros pendones, para mostrar que era el estandarte de Jesucristo. Así lo escribe Piero Valeriano y después de él el doctísimo Belarmino. Los demás ponían sobre la cruz una corona esmaltada con piedras preciosas, como hizo Constantino en su estandarte, otros con flores, como hizo San Paulino en Nola, y en ella mandó poner estos versos: Mira sobre los atrios coronada/ la cruz de Cristo, puesta y adornada/ ofreciendo al trabajo duro y fuerte/ los proemios que se logran en la muerte. / Merécelos así por tu persona. /Lleva la cruz, si quieres la corona». Y más adelante vuelve a insistir este bienaventurado sobre el particular recalcando como: «Reparo, que los estandartes se hicieron en forma de cruz, de manera que el madero, del cual pendía la insignia, atravesaba encima del otro, como se usa en nuestros tiempos en los pendones, de lo cual es prueba el lábaro de los romanos».
De este texto se colige que la piedad cristiana de nuestros antepasados reconocía en un estandarte el trasunto de una cruz adornada o vestida, de ahí su preponderancia en cualquier manifestación religiosa. De hecho, si despojamos a uno de ellos del soporte textil o bordado lo que nos queda es sencillamente una estructura en forma de crucero, en definitiva una cruz desnuda. La anterior exposición del santo obispo de Ginebra es tan minuciosa que incluso podemos advertir que en el mismo pasaje explica el por qué de los remates que ostentan los estandartes, poniendo como antecedentes de los mismos los adornos introducidos en los casos que enumera tan a propósito. Todavía hoy en el Perú es frecuentísimo forrar a las cruces con tejidos, práctica que aunque difiere plásticamente de lo que es un estandarte, posee el mismo origen y significado. Estos maderos vestidos, que suelen incluir el busto de Cristo, son plantados por lo general en enclaves sacralizados ya desde tiempos incaicos. Por cierto que uno de ellos se venera en una capilla enclavada en un puerto de montaña llamado 'Málaga', a más de 4.200 metros de altitud, justamente donde acaba la provincia de Urubamba y comienza la de Convención, ambas pertenecientes al departamento de Cuzco. Se trata, como ya dije, de una cruz con el relieve de la faz divina minuciosamente envuelta en telas y bandas de colores, siendo conocida por los fieles con el significativo nombre de 'El Señor de Málaga', que nos retrotrae a la ocurrencia que acuñara el profesor Antonio Garrido Moraga para referirse a Nuestro Padre Jesús Cautivo. La fiesta de esta cruz peruana está fijada para el 3 de mayo, fecha en la que es trasladada en camión hasta Quillabamba, «la ciudad del eterno verano», donde se celebra una lucida procesión. También el 20 de junio, tiene lugar en las inmediaciones de la capilla donde todo el resto del año es venerada, una romería organizada por los transportistas y camioneros de la zona que le profesan una gran devoción.
Volviendo al tema principal cabe decir que la justificación argumentada por San Francisco de Sales con la pretensión de dotar de un contenido plenamente cristiano a los estandartes fue obviada u olvidada con el devenir de los tiempos de tal forma que en los diccionarios de teología, como el del abad Bergier redactado a fines del siglo XVIII, se describe a los mismos simplemente como: «Una especie de bandera de color, aunque también los hay negros para los entierros, en el que está pintada o bordada la imagen del patrono de una iglesia y que se lleva a la cabeza de las procesiones. Cuando muchas parroquias van en procesión a un mismo sitio, cada una se conoce y se reúne bajo su estandarte. Cuando en una misma iglesia hay muchas cofradías o asociaciones de devoción, cada una tiene su estandarte, alrededor de los cuales se reúnen los respectivos cofrades para el mayor orden en las procesiones». De todo esto se infiere que por esa época estaba perdido el significado de los estandartes como cruces vestidas, aunque siguieran encabezando por entonces los cortejos procesionales. En realidad, ciñéndonos al contexto cofrade malacitano, hasta épocas relativamente recientes, mantuvo esta insignia su posición de privilegio, algo que cambió con la adopción de las cruces guías actuales, transición sumamente interesante, pero que ahora no toca explicar.
Ya desde el Medievo y por toda Europa, los estandartes los portaban los patrones o defensores de las abadías o monasterios, o en todo caso los señores distinguidos que se llamaban porta- estandartes o alfereces, costumbre que se perpetúo en los siglos siguientes toda vez que así ocurría en las hermandades, concretamente en las malagueñas. Por resultar archisabido las disputas y pleitos que esta práctica provocaba y otros detalles al respecto, omito hablar de ello, pasando a otro punto.
Por lo que se sabe, aquellos estandartes que abrían las comitivas de la Semana Santa de tiempos lejanos y que contenían la heráldica o el retrato de la imagen correspondiente, comenzaron a ser denominados guiones, por aquello de que servían de 'guía' a las filas penitenciales. No obstante, no podemos obviar que existen precedentes del uso medieval de esta palabra en los ceremoniales reales, ya que en determinadas funciones el servidor más antiguo, conocido como 'el paje guión', antecedía al soberano portando una bandera con sus armas. Aunque en su origen este término no fuese más que un sinónimo de bandera, actualmente distinguimos como guión a una bandera replegada, porque esta insignia no es otra cosa que eso. La incuria de los tiempos no ha permitido conservar en Málaga alguna muestra más allá del siglo XX, pero en la católica Flandes, es frecuente encontrar en el patrimonio de templos y hermandades ejemplos de la época barroca que ilustran a la perfección el proceso por el cual la bandera se fue convirtiendo en el guión que todos conocemos. El aquí reproducido, del siglo XVIII, expuesto en la bellísima catedral de Amberes, es demostrativo del estado anterior que mostraban los guiones, antes de ser atrofiados y anudados en su parte inferior, conformando así una singular forma que dio pie al ingenio popular de lugares como Sevilla, para apodarlos como 'bacalaos', por mostrar su fisonomía una inequívoca semejanza con la silueta de un pez. También en Bélgica se encuentran ejemplares de estandartes que no han sufrido la evolución experimentada por los de las hermandades andaluzas, que con el paso del tiempo han ido transformando su sencilla apariencia en conjuntos de sinuosas líneas. De hecho si procediéramos a girar 60 grados uno de estos estandartes flamencos, quedaría transformado al momento en una banderola de doble pico como las que solían ondear en los castillos. Es llamativo observar igualmente como allí se sigue empleando como remates y cresterías de los mismos las molduras de madera tallada y dorada, que también en el pasado debieron ser recurrentes en las cofradías españolas, ya que perviven algunos ejemplos similares en pueblos cordobeses, como Priego.
En la mayoría de las guías o cualquiera otra publicación de literatura cofrade se afirma que la inclusión de estos lábaros privativos de la República y luego del Imperio Romano, proviene del deseo de resaltar cómo y bajo que poder y circunstancias se produjo el hecho histórico del proceso y ejecución de Cristo. Dicho de otra manera, la inclusión del SPQR en las procesiones no sería más que una licencia historicista, afirmación ésta que sin poder ser negada, despierta cierta duda porque, por regla general, las hermandades hasta bien entrado el siglo XX nunca demostraron ese afán por la verdad histórica que en nuestros días se ha convertido en una verdadera obsesión, en gran parte motivada por la influencia de las películas del género tipo 'peplum'. Aunque en Málaga hasta fines del siglo XIX no existen testimonios escritos que avalen su adopción entre las cofradías, en muchos lugares se estilaba de antiguo, figurando por lo común en las procesiones del entierro del Señor. El caso es que a propósito de esta divisa reproducida en los citados pendones, cabe recordar algunos datos bastante llamativos. Por lo pronto las famosas siglas no fueron invención de los romanos, sino de los sabinos, un oscuro pueblo de la península itálica que habitaba en una zona comprendida entre el Tíber y los Apeninos. Los escritores del mundo clásico nos lo presentan como un pueblo aguerrido y orgulloso que tenían un lema que inscribían en sus estandartes de la siguiente forma: 'SPQR', que se leía como: 'Sabino Populus Quis Resistet', o sea «Al pueblo sabino, ¿Quién resistirá?». La respuesta a esta jactancia se la dieron sus vecinos, aquellos primeros romanos que según nos cuentan las leyendas, estando faltos de mujeres idearon convidarlos a una fiesta, aprovechando su embriaguez para de esta forma poder robárselas. Por supuesto, el rapto provocó la consiguiente guerra a que sorpresivamente dieron término las mismas sabinas interponiéndose entre ambos ejércitos, ya que como con mucha gracia contaba el conocido escritor Indro Montanelli aquellas mozas: «Declararon que no querían quedarse huérfanas, como habría sucedido si su maridos romanos hubiesen vencido, o viudas, como habría ocurrido si hubiesen ganado sus papás sabinos. Y que ya era hora de dejarlo porque con aquellos esposos, aunque expeditivos y largos de manos, lo habían pasado muy bien».
A partir de ese momento, reconciliados ambos pueblos se fundieron en un solo, que hizo suyo el lema de los primeros, 'SPQR', aunque transformándolo como: 'Senatus Populusque Romanus', es decir «El Senado y el pueblo romano», inscripción que hoy sigue presente en el mobiliario urbano de la Ciudad Eterna, desde los tampones municipales a las tapas del alcantarillado público. Con el advenimiento de la nueva religión heredera de la judía, y con el anhelo, no de destruir sino de adaptar recristianizados todos los elementos de la cultura y la sociedad paganas, la Iglesia dio una nueva interpretación al lema 'SPQR', pasando a ser: 'Salva Populum Quem Redimiste', que traducido viene a decir: «Salva al pueblo que redimiste». El erudito presbítero Lorenzo Sancho, en su obra enciclopédica titulada 'Cuestiones religiosas', publicada en 1881, escribió al respecto: «De modo que el uso del pendón con estas letras, sirve para conmemorar el hecho de haber figurado el lábaro de los romanos en las escenas de la Pasión de Jesucristo, al mismo tiempo que para presentar la fórmula tan sencilla de pedir al Señor la salvación del pueblo que él mismo redimió».
Como no hay dos sin tres no me resisto a contar que aún hay otra versión más moderna de estas iniciales tan célebres. Es bien sabida la proverbial disputa que existe entre la capital de Italia y el resto del país a cuento de la política y cuestiones administrativas, cuando no deportivas. Pues bien, los italianos no capitalinos urdieron ingeniosamente otra lectura para el sacralizado 'SPQR': 'Sono pazzi questi romani', que se traduce como: «Están locos estos romanos», frase que la chavalería de toda Europa conoce bien gracias a las historietas gráficas de los invencibles e irreductibles galos Astérix y Obélix.
HUERTO: Diseño de Salvador Aguilar, bordados del taller de Manuel Mendoza y orfebrería de de Manuel de los Ríos (2006).
PRENDIMIENTO: Diseño y ejecución del orfebre José M. Ramos de Rivas (1992).
HUMILDAD: Orfebrería de Santos Campanario (2006).
GITANOS: Orfebrería de Cristóbal Martos.
SENTENCIA: Diseño de Juan Casielles del Nido y orfebrería de Villarreal).
ROCÍO: Bordados del taller de Sebastián Merchante.
PENAS: Bordados de Leopoldo Padilla, y enriquecido por el taller de Manuel Mendoza (2006). Orfebrería de Villarreal.
RESCATE: Diseño de Juan Casielles del Nido y orfebrería de Villarreal (1961).
EXPIRACIÓN: Orfebrería del taller de Seco Velasco (1950)
FUSIONADAS: Orfebrería de Manuel de los Ríos,(1995).
MENA: Diseño de Álvaro Pries y orfebrería de Seco Velasco (1945).
ZAMARRILLA: Orfebrería del taller de Villarreal (1977)
ESPERANZA: Orfebrería de Seco Velasco, con bordados del taller de Elena Caro.
SANTO TRASLADO: Orfebrería de los Hermanos Angulo y bordados de las MM. Trinitarias.
SEPULCRO: Bordados de labor antigua.
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Cristina Cándido y Álex Sánchez
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