
Elías de Mateo Avilés
Domingo, 23 de mayo 2021, 13:28
El 13 de marzo de 1883 el diario 'El Avisador Malagueño' daba cuenta a sus lectores de un acontecimiento decisivo para la entonces joven y humilde Hermandad de Ntro. P. Jesús de la Buena Muerte y Ánimas que había sido fundada en 1862 en la parroquia de Santo Domingo. A través de una larga carta anónima, el periódico se hacía eco del descubrimiento de un interesante Crucificado «de talla de cedro, de más del tamaño natural». Dicha imagen se encontraba situada en el ático del retablo mayor de dicha iglesia. La altura y la suciedad que la cubría impedía apreciar con detalle sus características formales y su calidad artística. Al bajarse la imagen, los cofrades de la Buena Muerte convencieron al entonces párroco, padre Federico González, que les permitiese cambiar su Crucificado titular, de escaso mérito artístico, por el Cristo recuperado. Este, pese a su regular estado de conservación, llena la policromía de suciedad y polvo y faltarle dos dedos de una mano y uno en la otra, así como algún otro daño menor parecía de gran calidad.
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Una vez convencido el párroco, la imagen «fue llevada al taller del reputado escultor, señor Gutiérrez de León, contentos los hermanos de la belleza de la escultura adquirida, pero sin pensar, ni por asomo, en la sorpresa que les aguardaba. Con efecto; esta empezó a manifestarse al ver lo que se reflejaba en el semblante del inteligente artista; pero cuando llegó a su colmo fue en el momento en que el escultor, después de un breve examen aseguró que la escultura era obra del purísimo buril del artista del siglo XVII (Pedro de Mena)».
Aquel descubrimiento que probablemente tuvo lugar en enero de 1883 produjo un gran impacto en los ambientes culturales, religiosos y cofrades de Málaga. Se solicitó la opinión del jesuita Juan Moga, acreditado erudito e investigador sobre arte e historia. También en un detallado informe sobre los criterios de restauración a seguir que emitió la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo. Y como culminación, el Viernes Santo, 23 de marzo, tuvo lugar la primera estación de penitencia que se llevaba a cabo con la imagen ya restaurada que todo el mundo conocería desde entonces, como el Cristo de Mena.
Solo cuando fueron pasando los años, cuando Ricardo de Orueta valoró en su famoso estudio sobre Mena de 1914 a este escultor, no como un discípulo destacado de Alonso Cano, sino como uno de los más excelsos imagineros que había dado el arte español de todos los tiempos, comenzó a considerarse al Cristo de la Buena Muerte de Pedro de Mena como el más destacado icono de la Semana Santa de Málaga. Y cuando la talla del Cristo se quemó en los aciagos y trágicos sucesos del 11 y 12 de mayo de 1931, aquella imagen se elevó a la categoría de mito y paradigma, rangos que todavía conserva a principios del siglo XXI.
Pero todavía, en nuestro actual mundo globalizado el Cristo de Mena, felizmente recreado por Francisco Palma Burgos, se ha convertido, también y especialmente en el acto del traslado a su trono procesional en la imagen reconocida por todos e identificativa, sin género de dudas, no solo de la Semana Santa de Málaga, sino de la toda España. Con ella abren, cada año, los medios informativos de medio mundo sus crónicas acerca de la celebración en nuestro país de los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. En este aspecto resultan paradigmáticas, por ejemplo, las portadas de Stars and Stripes (Barras y estrellas) la revista de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos (2009) o de la edición digital de The New York Times (2012).
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El avance imparable de las nuevas tecnologías, han permitido, en los últimos años, que el investigador en el campo de la historia tenga a disposición en su ordenador personal un inmenso conjunto de fuentes documentales antes inaccesibles en la práctica. Para el mundo contemporáneo, las hemerotecas digitales con buscadores automáticos permiten acceder, con eficacia, seguridad y rapidez a los fondos hemerográficos históricos, tanto españoles como de otros países. En el caso de España destacan, al menos, cuatro grandes iniciativas: la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España, la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica del Ministerio de Cultura y Deporte, el Arxiu de Revistes Catalanes Antigues (ARCA) de la Biblioteca de Catalunya y la Hemeroteca de la Biblioteca Virtual de Andalucía. Estas plataformas se complementan con otras menores de carácter provincial y local y con las que han puesto en marcha, de manera independiente, dos de los grandes diarios históricos españoles: ABC y La Vanguardia.
Un gran número de rotativos, incluidos los principales periódicos de Madrid, que ya tenían un ámbito de distribución nacional, recogieron, a los pocos días, la noticia del sorprendente y feliz hallazgo del Cristo de Mena. Así aparece la noticia el día 20 de marzo en el prestigioso matutino de tendencia conservadora La Correspondencia de España; en los liberales El Imparcial y La Iberia; en el republicano La Discusión; en el ultraconservador La Unión y en el reaccionario e integrista El Siglo Futuro. Todos lo recogen prácticamente con el mismo texto:
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«En Málaga ha tenido lugar, recientemente, un importante descubrimiento.
En lo más alto de la Parroquia de Santo Domingo se encontraba un Santo Cristo de madera bastante deteriorado y cubierto de polvo.
Tratose de sustituirle por el que anualmente se saca en procesión, más llamó la atención al descolgarlo la belleza de las formas y lo artísticamente que estaba hecho. Se mandó a un escultor para que lo restaurara, pues le faltaban dos dedos de una mano y uno en la otra, y cuál no sería la sorpresa del artista, que se encontró con una joya del célebre Pedro de Mena y Medrano que floreció en el siglo diecisiete.
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Muchos aficionados han visitado tan notable escultura, habiéndose ofrecido ya por ella 4.000 duros, siendo rechazada la proposición».
De esta forma, el nombre y la existencia del Cristo de Mena debió llegar a todos los rincones del país. Aún no existían ni el teléfono, ni los teletipos ni, por supuesto, internet. Las grandes agencias de noticias extranjeras como Reuter o Havas estaban dando sus primeros pasos, así como la española Agencia de Corresponsales creada por el periodista Nilo María Fabra en 1865. De todas formas, lo que se hacía en muchas redacciones era suscribirse a diarios de otras ciudades, cuyos ejemplares llegaban por correo postal con algunos días de retraso. De ellos extraían y publicaban las noticias e informaciones que consideraban más relevantes o curiosas.
La mayoría de los periódicos de provincias utilizaban el mismo sistema. Así dan cuenta a sus lectores del descubrimiento del que se convertiría en el Crucificado de la Buena Muerte, no solo La Tribuna (Granada), sino periódicos de lugares tan lejanos como El Eco de la Provincia de Gerona; El Áncora. Diario católico-popular de las Baleares; Lau Buru, un diario tradicionalista y fuerista de Pamplona; o El Semanario Católico de Alicante. En ellos aparece la noticia entre los días 13 de marzo y el 21 de abril de 1883. La mayoría ofrecen lo que entonces se denominaba una pequeña «gacetilla» similar a la que ofrecieron los diarios madrileños. Tal es el caso de El Áncora, El Defensor de Granada, Lau Buru y El Eco de la Provincia de Gerona. Alguno, como El Semanario Católico, incluso, sintetiza aún más la noticia:
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«En Málaga ha sido hallado recientemente un magnífico Crucifijo de talla de cedro de más de tamaño natural, obra del inmortal Pedro de Mena y Medrano.
El arte cristiano está de enhorabuena»
De todo lo anterior se deduce que la información sobre el descubrimiento del Cristo de Mena se difundió por toda España entre marzo y junio de 1883. Primero a nivel del gran público, de los lectores de diarios de Madrid y de provincias que llegaban a los domicilios particulares de la burguesía y de las clases medias ilustradas a través de suscripciones y de venta directa. Pero también de los ejemplares que quedaban en los gabinetes de lectura de los casinos y círculos recreativos, ámbitos de sociabilidad característicos de la época. Por supuesto, la mayoría del pueblo humilde, obreros y jornaleros, en buena parte analfabetos, quedó al margen tanto de esta como de otras muchas noticias culturales.
La amplitud del fenómeno de difusión mediática aquí descrito debió, incluso, alcanzar mayores dimensiones ya que hay que tener en cuenta la desaparición de muchas series hemerográficas, sobre todo de los diarios de provincias de entonces, así como que las hemerotecas digitales españolas aún no han digitalizado y recogido en sus buscadores la totalidad de los fondos conservados.
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Todavía más asombroso es que la noticia cruzó el Atlántico y llegó a Hispanoamérica. Pedro de Mena y su Cristo de Santo Domingo aparecen, al menos, en La Voz de México, diario político, religioso, científico y literario, editado en la capital azteca entre 1870 y 1885 por la Sociedad Católica. Periódico confesional, portavoz de la Iglesia y de los católicos mejicanos, se hacía eco de la noticia del hallazgo del Crucificado de Mena, de forma extensa y nada menos que en la primera página de su número correspondiente al 26 de abril de 1883.
El texto que la daba a conocer a los mejicanos estaba trufado de consideraciones contra el liberalismo y el anticlericalismo más exaltado, ya que considera al Cristo como «(…) espléndida y magnífica muestra de lo que fue el arte español en aquellos tiempos de oscurantismo en que las obras de mérito sobresalientes salían de los talleres con igual abundancia que ahora salen en el campo y en las ciudades secuestradores y socialistas. (…) He aquí, pues, lo que eran y en o que empleaban sus riquezas aquellos frailes que fue necesario exterminar por orden del buen gobierno, sembrando de sal los solares de sus casas para que nunca, jamás, tan mala semilla pudiera volver a brotar!!!».
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Con más razón que en el caso de España, no es posible descartar que el descubrimiento del Cristo de Mena quedase también reflejado en otros periódicos mejicanos y de países como Argentina, Chile, Perú o Colombia, entre otros, iniciando entonces este icono y esta advocación una proyección mediática global que pervive ampliada y mantenida en el tiempo hasta nuestros días.
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