
Celia Rico
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Celia Rico
Con 'Viaje al cuarto de una madre', Celia Rico (Sevilla, 43 años) facturó una de las óperas primas más alabadas de 2018. La cineasta regresa este miércoles a la gran pantalla con 'La buena letra', su tercer largometraje, una adaptación de la novela homónima de Rafael Chirbes, con la que demuestra que todavía quedan muchas historias que contar sobre la Guerra Civil y los años de dictadura franquista. La que nos ocupa sigue los pasos de una abnegada madre de familia (Loreto Mauleón) en un pueblo valenciano en los años 40, que consume su vida con la mansedumbre de sus perdedores. Su marido (Roger Casamajor) se desloma en el trabajo y comparte su miedo. A las represalias, al qué dirán. Por el contrario, su cuñado (Enric Auquer) ha salido de la cárcel y afronta el futuro sin sacrificios ni fatalismos.
-¿Era lectora de Rafael Chirbes?
-Yo no lo conocía tanto. Me había leído dos novelas, pero no conocía 'La buena letra'.
-¿Cómo llegó la novela a sus manos y cuáles fueron los detalles que vio para decir: «Aquí hay una película»?
-A mí me llega la novela porque Fernando Bovaira, el productor de la película, me propone que la lea. Él había estado ya en 'Crematorio' y parece ser que Chirbes tenía una fantasía de que quizás esta novela se podría convertir en película y, bueno, eso se le quedó a Fernando en el tintero. Y cuando vio 'Viaje al cuarto de una madre', creyó ver un posible diálogo entre ambas obras. Leí la novela, sabiendo que adaptar a Chirbes eran problemas mayores, un desafío enorme, pero también me atrajo mucho la idea. Y ya cuando entré en ella me pareció que podía ser una historia de posguerra protagonizada por una mujer e indagar un poco en lo que le pudo pasar a una de mis abuelas y tener un diálogo que yo no pude tener en vida de ellas porque yo era más jovencita y, quizás, no me hacía preguntas sobre ese periodo de nuestra historia. Así que eso es lo que me atrajo: la posibilidad de establecer ese diálogo imaginario con la historia familiar.
-Es, además, la primera vez que parte de un material ajeno para desarrollar una película.
-Sí, yo he estudiado teoría de la literatura y literatura comparada y hay algo también de la literatura que me atrae mucho y me parecía que iba a aprender un montón haciendo un ejercicio de adaptación literaria. Y luego... Chirbes indaga de una manera tan profunda en las contradicciones del alma humana y se asoma a las zonas de penumbra... y yo, digamos que tengo una mirada muy tierna, pero también muy atravesada por la clase, así que me parecía que me podía aportar mucho meterme en este universo.
-Decía que impone cierto respeto. ¿Cómo se va una quitando esos miedos?
-Pues yo creo que me quité el miedo intentando pensar más en el Chirbe persona que en el Chirbe escritor y para eso me ayudó mucho la lectura de sus diarios. En concreto recuerdo haber leído un párrafo que me conmovió profundamente en el que él contaba que su padre le había hecho una mesa con la madera de las cajas de fruta. De pronto, entendí muchas de las cosas que están en 'La buena letra' y empecé a ver a ese Chirbes niño, que por ejemplo también está muy presente en 'El año que nevó en Valencia'. E intenté eso, entender más quién era Chirbes, cómo miraba al mundo, qué cosas le dolían, que cósas sentía como traiciones a nivel individual, pero también en lo social y en el mundo de la cultura. Su mirada en los diarios me ayudó, porque tiene muchas entradas también sobre cómo entendía el cine, las películas que le gustaban... Y me lo quité un poco encontrando ahí al ser humano detrás de ese gran escritor.
-La lectura de la novela deja un poso de rabia que, de alguna manera, en la película no está presente, donde sí vemos tristeza, desolación, sufrimiento. ¿No le daba miedo cambiar un poco el espíritu de la obra?
-No, al contrario. Me parecía que para poder abordar un trabajo de manera honesta y profunda, la película tenía que estar atravesada por mi propia emoción, y la emoción que a mí me quedó al leer la novela fue más la tristeza que la rabia. También porque hay algo que para mí es importante a la hora de entrar en un proceso más estricto de dramaturgia, que es que la novela está contada y escrita por una mujer a sus ochenta años, que hace balance de lo que ha pasado en este país y que al comprobar lo injusto que fue lo que le pasó a ella dentro de la familia y también desde lo político y lo histórico, se llena de rabia. Y sobre todo se llena de rabia al comprobar que las generaciones más jóvenes están olvidando lo que pasó. Pero claro, cuando yo escribo el personaje de Ana, no es una mujer de ochenta años recordando lo que pasó, es una mujer viviendo un momento que yo creo que era incomprensible entonces. Sabían lo que había pasado en la guerra, pero era tan difícil asimilar todo ese sufrimiento, toda esa traición, el hambre, el control que vino luego con la dictadura, que yo creo que en una situación así estás abatido y creo que la tristeza es lo primero que nos afecta, cuando algo nos duele. Luego entendemos lo que ha pasado y la tristeza se convierte en rabia. Y para mí era muy interesante entender la historia no tanto desde la tesis impuesta desde fuera, sino desde la vivencia de un personaje.
-La película pone en primer término a esas mujeres que se mordían la lengua mientras hacían lo imposible por atender y cuidar a la familia, mujeres que siempre han estado en segundo plano. Era necesario el homenaje, ¿no?
-Es curioso porque yo no era consciente de que estaba haciendo un homenaje ni de que estaba representando a todas estas mujeres. Esto es algo que me lo devolvéis más vosotros cuando me habláis de la película, porque al final cuando estoy haciendo esta historia, yo estoy pensando en construir la mejor Ana posible, con todos sus matices, sus contradicciones, y mi deseo es hacerla humana, viva, y que cuando tú estés en la sala viendo a esa mujer puedas recordar a alguien conocido, tu abuela, tu madre, tu bisabuela, y también con los personajes masculinos. Entonces yo creo que esa especie de sensación de necesidad de una película protagonizada por mujeres en la posguerra nunca estuvo en el proyecto como una guía o un objetivo. Cuando le preguntaban a Agnès Varda que si sentía que hacía cine feminista, ella decía, yo simplemente me pongo del lado de las mujeres trabajadoras, y esto es un poco lo mismo: más que una idea de hacer una película determinada porque hace falta, yo creo que viene desde otro lugar mucho más interno y natural, que es mi compromiso como cineasta siendo mujer de una determinada clase social.
-Los varones más jóvenes se acercan a Vox, ponen en tela de juicio la memoria histórica...
-Sí, van diciendo aquello de que durante el franquismo se vivía mejor, ese discurso rancio...
-En este contexto, ¿'La buena letra' cobra otro significado?
-Mira, te voy a contestar con una cosa que decía Chirbes. Él decía que el mal siempre va a entrar en tu casa, quizás por eso se le tachaba de pesimista. Yo creo que más que pesimista era lúcido, porque es verdad que el mal siempre acaba entrando en tu casa, pero quizás la dignidad o lo que nosotros podemos hacer es no abrirle la puerta. Y así al menos retrasas ese momento y dejas el mal un instante fuera de casa. Evidentemente con una película no vamos a poder cambiar la mirada de estos jóvenes que niegan un poco lo que ha pasado o que quizás desconocen lo que realmente sufrió toda una generación.
-De hecho hasta lo romantizan. «Es que antes la mujer educaba a los hijos y con un sueldo vivía toda la familia»...
-Claro, y esto es algo fuerte, romantizar. Incluso hay un feminismo de derechas que ha empezado a decir que esas abuelas que se sacrificaban, que eran bondadosas... Y es como, cuidado. Evidentemente queremos una sociedad de personas buenas, que son capaces de mirar al otro, de ayudar y que haya lazos de solidaridad, pero no romanticemos esos gestos de las abuelas porque muchas de las cosas que hacían por cuidar al otro era porque no pudieron hacer otra cosa, porque no les dejaron ser quienes querían ser. Había el castigo de ser el alma del hogar, entonces yo creo que hay que hacer análisis un poco más profundos y complejos. Evidentemente que queremos una sociedad de personas que cuidan, que miran al otro, nos iría mucho mejor que odiarnos entre todos, pero que eso no pase porque haya un sector de la sociedad que cuida y otro que se aprovecha del sacrificio del otro. Y aquí cuando digo un sector de la sociedad, no me refiero solo a las mujeres, sino a la clase trabajadora.
-En este sentido, ¿es usted optimista?
-Yo creo en lo que dice Chirbes que es que el mal va a entrar en casa, pero que si pasamos por este mundo es para tener esa puerta cerrada el mayor tiempo posible. No sé si tengo mucha esperanza en que el mundo esté mejor, pero quiero creer que vamos a hacer pequeños gestos entre todos que nos ayuden a soportar mejor lo que está sucediendo. Yo tampoco soy muy optimista (risas), pero me gusta poner el foco, poner la mirada y poner la atención en los gestos más humanos. Y creo que a veces, entre todo este ruido, pararse y observar dónde están esos gestos y darle valor para que la persona que los está haciendo no sea totalmente aplastada, creo que es interesante y quizás hago películas por eso.
-Una de las grandes fortalezas es ese 'casting' con Loreto Mauleón, Enric Auquer, Roger Casamajor, Ana Rujas...
-Pues la verdad es que me siento muy afortunada y muy privilegiada de tener este 'casting' porque son todos grandísimos actores, muy comprometidos, que trabajan con mucha pasión y con mucha delicadeza también, entendiendo lo importante que era retratar bien esta época y a estas personas. Lo interesante para mí del 'casting' es que son muy distintos entre ellos y eso aportaba muchas luces y sombras a esta familia. Tuve mucho tiempo para pensar muy bien el 'casting' y sobre todo dispuse del tiempo y de la generosidad de Loreto para, a la hora de ir haciendo pruebas para los otros personajes, que ella estuviera siempre presente. Con lo cual a mí me facilitó mucho poder elegir a los otros personajes en relación a cómo los veía juntos, a cómo le afectaba a Loreto interpretando a Ana, un Antonio u otro. Y esa parte del proceso, que para mí fueron ya casi ensayos, fue muy interesante. Y luego son majísimos y nos lo hemos pasado muy bien. La verdad hemos disfrutado mucho haciendo una película donde había una carga tan densa porque nos lo tomamos como toda esta dificultad de la época y de que tenían que atravesar cosas complicadas que físicamente se cargaron mucho. Lo hacíamos con tanto amor, con tanto cariño para que estuvieran todas las sutilezas y todos los matices ahí. Estamos mimándolo tanto que cuando todo el mundo está mimando algo se genera una atmósfera de cuidados también dentro del rodaje y de mucho amor, de mucho cariño y de apoyarnos mucho. Es muy bonito.
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