Para esto sirve vivir en Málaga
Violeta Niebla
Lunes, 2 de junio 2025, 00:08
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Violeta Niebla
Lunes, 2 de junio 2025, 00:08
Después de tantos años, una a veces se cansa. Hoy me ha llamado la atención una cita al principio de un libro. Decía: «Instalar una ... ley es romper otra. [...] Mantener una ley implica también reinventar permanentemente esa ley».
La frase es de Boris Groys, de 'Volverse público'. Me he quedado ahí. No he podido seguir. La cita me ha llevado a demasiados sitios.
Siempre que me pasa algo importante por dentro, cojo la bici. Hoy he tenido que inflarle las ruedas: parece que hacía mucho que no me pasaba nada importante por dentro. Decía el otro día en un taller de poesía que yo no puedo escribir sentada, que siempre lo hago en movimiento.
He llamado a una amiga para compartir este momento y nos hemos ido hasta el mar. Ahí es cuando he dicho: para esto sirve vivir en Málaga. Para venir aquí.
Hemos estado desde las 20.30 de la tarde hasta las 23 sentadas en la orilla sin consumir, solo dándole sorbitos a nuestras botellas de agua. Ha sido bonito ver cómo la conversación iba cambiando de azules a negros, por dentro y por fuera.
La ciudad, antes de llegar allí, durante el trayecto, era una hecatombe zombie. He mirado las caras de la gente. Me encanta mirarles cuando yo voy más rápido y llevo gafas de sol. Puedo pararme en los detalles un mínimo para imaginarme cuánto de vacío, cuánto de tristeza, cuánto de borracho, cuánto de calculador, cuánto de solo está bajando la basura, cuánto de ya no aguanta más. A veces siento que Málaga entera está en su límite. Y no un límite épico, no. Un límite más bien cutre, de bajón post-paella, de aire acondicionado mal puesto, de cerveza caliente a las seis de la tarde.
Y sin embargo, llegamos al mar.
No hay moraleja. Solo que el agua estaba quieta, que la arena no picaba, que hablamos sin prisa y sin hambre. Que no hizo falta nada. Que eso, a veces, es mucho. Quizá quedarse también sea una forma de cambiar. He usado la cita, la bici, la ciudad y los negros de la noche para escribir esta columna. Todo lo demás —las dudas, el ruido, el hastío— lo dejé aparcado en el paseo marítimo de La Malagueta, sin candado.
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