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Sebastián Gámez Millán
Profesor y escritor
Miércoles, 16 de abril 2025, 02:00
Uno de los temas que atraviesa la trayectoria literaria de Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936-Lima, 2025), es el poder, los efectos y consecuencias del ... poder en sus mil y una formas: «su cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota», como señaló el jurado del premio Nobel de Literatura 2010. Desde 'La ciudad y los perros' (1963), pasando por 'Conversación en la Catedral' (1969), hasta 'La guerra del fin del mundo' (1981) o 'La Fiesta del Chivo' (2000)... siempre está ahí el poder.
¿No es este uno de los deberes de todo escritor, ofrecer testimonio del mundo con sus innumerables contradicciones? Se replicará acaso que el compromiso de un escritor es con su obra (compromiso que por su perseverancia y rigor en el caso de Vargas Llosa tampoco admite dudas), pero la obra no puede ser completamente ajena al mundo, y en el mundo hay incesantes abusos de poder continuamente. Vargas Llosa ha radiografiado y los ha trascendido con el poder de la literatura como pocos. Curiosamente ocupaba la letra 'L' en la RAE: la primera letra de 'literatura' y 'libertad', una de sus palabras preferidas y el valor ético con el que hemos de responder a cualquier poder alienante. El arte es un acto de libertad que justamente puede ampliar los márgenes de libertad de la sociedad, además de enriquecer nuestra vida.
Ha cultivado casi todos los géneros: novelas, teatro, cuentos, ensayos y artículos. Pero en los terrenos donde más sobresale es en la novela, el ensayo y el artículo. Como novelista se ha dicho que no ha llegado a escribir una obra tan redonda como 'Cien años de soledad'. No sé si compensará que haya escrito cinco o seis obras maestras. Se ha dicho también respecto a sus creaciones novelísticas que no son tan experimentales e innovadoras como otras del 'realismo mágico'. Ciertamente, tiende a ser más realista: esto se debe a que con frecuencia su modelo es la novela decimonónica: 'Madame Bovary', 'Guerra y paz', la 'Comedia Humana'... Pero conviene no olvidar que precisamente una de sus principales virtudes narrativas es el dominio arquitectónico, como se aprecia en 'La casa verde' (1966), la construcción de estructuras que aprendió con Faulkner, otro de sus escritores más queridos. Tampoco hay que olvidar cómo emplea la polifonía ya desde 'Los cachorros' (1967).
Si en sus novelas ha mostrado los engranajes y los mecanismos del poder, en sus ensayos ha tratado otras cuestiones. Acostumbra a diseccionar magistralmente su pasión por la lectura y la escritura y, en particular, los mecanismos de ficción de algunos de sus escritores y/o novelas predilectas: García Márquez: 'historia de un deicidio' (1971), Gustave Flaubert, 'La orgía perpetua' (1975),... En 'La verdad de las mentiras' (1990) ha reflejado su concepción de los poderes de la ficción. Por lo que se refiere a sus artículos periodísticos, cuando no describía un viaje, una experiencia o una lectura, como escritor comprometido (Sartre y Camus son dos de sus modelos de juventud), elegía un tema político, social o cultural de actualidad, y analizaba honestamente y con sentido común denuncias y propuestas, hasta el punto de que hasta los que discrepan de sus opiniones no lo pierden de vista.
Desde una perspectiva política, acontecimientos como la Revolución Cubana, los Gulags de la Unión Soviética, así como la lectura de pensadores como Ortega y Gasset, Raymond Aron, Isaiah Berlin o Karl Popper (léase 'La llamada de la tribu', 2018; antes, 'La civilización del espectáculo', 2012), le han llevado a pasar de un socialismo marxista en su juventud a defender la democracia liberal «que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres y la alternancia en el poder». Es lo que Vargas Llosa denomina la cultura de la libertad.
Estemos de acuerdo o no con sus posiciones políticas, es difícil no compartir su pasión por los poderes y la libertad de la literatura: «es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salirse de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños (...) En verdad, la literatura no nació para estimular el vicio ni la virtud, sino para dar a los seres humanos aquello que la vida real es incapaz de darles, para hacerlos vivir más vidas de las que tienen y de manera más intensa de la que viven».
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