El año transcurrido desde que el presidente Pedro Sánchez se ensimismara en una crisis no explicada todavía, hasta el punto de ausentarse durante cinco días a la espera de que los suyos reclamaran su continuidad, no ha servido para que se sacudieran las sombras que rodean al jefe del Gobierno ni para despejar las dudas sobre la gobernabilidad del país. Solo que, haciendo de la necesidad virtud, Sánchez ha logrado naturalizar lo que ya apuntó entonces: la posibilidad de agotar la legislatura sin recurrir al apoyo expreso del Parlamento. Es decir, prorrogando un Presupuesto ya prorrogado, enfriando la producción legislativa y eludiendo someter a las Cortes aquellas decisiones del Gobierno ante las que se deshilache la denominada «mayoría de progreso». La inexistencia de una mayoría alternativa capaz de proceder a una moción de censura es la garantía última con la que cuenta el actual mandato de Sánchez, puesto que hasta los menos fiables de sus socios de investidura -como hoy pueden ser Junts y Podemos- están interesados en que siga aun infligiéndole un desgaste que la impasibilidad del presidente endosa al funcionamiento de la democracia. Y cuando España más necesita una alianza de Estado que contribuya a dar entereza y solvencia a la Unión Europea, cuando más claras se ven las coincidencias entre las dos primeras fuerzas del país -PP y PSOE- frente a los retos principales que tiene ante sí -la defensa y la seguridad, junto a un crecimiento sostenido en el libre comercio-, sigue dominando el escenario la polarización doméstica, connivente con el desorden mundial.
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Pedro Sánchez tiene la oportunidad de contrapesar la caótica entente que mantiene con sus asociados mediante un acuerdo de fondo con Alberto Núñez Feijóo que sintonice con la mayoría que administra las instituciones de la UE. Y el PP cuenta con la posibilidad de comprometerse a ello sin renunciar a sus aspiraciones de alternancia. Pero todo parece indicar que la política menguante continúa siendo más atractiva a ojos de los intereses partidistas. Aunque hasta el presidente más ensimismado ha de ser consciente de que le resultará imposible llegar a 2027 en la creencia de que representa a la mayoría. Porque la mayoría dejó de existir hace un año, en el momento en que él mismo amagó con borrarse de la ecuación para, acto seguido, erigirse en invulnerable.
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