Hay personas como Cayetano que alcanzan notoriedad sin motivo aparente o manifiesto. Y solo en la hora del adiós se desvela la razón de su atractivo, el sentido vital que ha guiado su existencia hasta ese fatal destino que inopinadamente quebró su juventud a los 30 años. Cayetano Postigo Hidalgo dejó este 22 de abril un vacío tan enorme como la calidad humana que atesoraba, como quedó de manifiesto en un sepelio que marcará un antes y un después en Montejaque, un pueblo roto cuyo dolor se extendió por toda la comarca de Ronda, parte de la provincia y alcanzó a muchos puntos de Andalucía, tal fue la concurrencia en un lúgubre miércoles de gloria, un término que solo puede ser asumido desde la fe en la Resurrección, porque nunca una muerte puede llevar aparejada un adjetivo festivo. Jamás se produjo una aglomeración de pena como la observada en honor a Cayetano, simplemente Cayetano.
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Porque Cayetano era de esas personas cuyo nombre representaba todo lo que un ser humano anhela: empatía, alegría, gozo y albricias... un regalo para sus amigos, cuyos llantos durante el funeral encogían el alma. Hay sentimientos que el corazón no soporta. Esos amigos de siempre que se deshacían en elogios en forma de anécdotas que brotaban a borbotones entre lágrimas. Esbozos de una vida plena pese a su juventud, porque Cayetano, jovial y campechano, era amigo de sus amigos, se significaba por su sempiterna sonrisa, su afabilidad en el trato, era cariñoso en la cercanía y respetuoso con lo ajeno... que difícil resulta retratarlo en pasado como si en este mundo todos estuviéramos de paso, y no es cierto, porque algunos dejan una huella indeleble. «Jamás le vi discutir ni ponerle mala cara a nadie», espetaban sin pensarlo sus conocidos dado que su bonhomía traspasaba todos los círculos, y eran numerosos, como se apreció en el tanatorio, con varios kilómetros de vehículos aparcados en arcenes, aceras y calles anexas. Un reguero de luto que se extendía casi hasta Benaoján, un mar de pena que sacudió de lleno a este recóndito lugar.
Cayetano fue estudiante, trabajador, emprendedor y ahora opositor, aunque nunca conocerá la nota del examen que realizó hace apenas tres semanas, decidido ya a emular a su gran referente, su padre, Juan Rafael, que trabaja en Hacienda, de ahí el orgullo de su madre, María, funcionaria en el Ayuntamiento de Montejaque, su ojito derecho, su confidente, su amiga, su todo. Sin olvidar a Beatriz, su hermana, cuyo apagado hilo de voz apenas acertaba a su musitar continuamente el nombre de su hermano entre tantas condolencias. Contemplaba el cielo queriendo encontrar su rostro, oteaba el horizonte con la mirada perdida en busca de respuestas que nunca encontrará porque hay preguntas sin sentido. Ella sabe lo que es encerrarse en una habitación entre libros, flexos nocturnos, ausencia de fiestas y constantes eclipses de pensamientos oscuros hasta llegar a ser inspectora de Hacienda. Hace un año lo celebró la familia a lo grande como reconocimiento a tamaño esfuerzo y sacrificio, máxime cuando tras su etapa en Barcelona, su traslado a Sevilla la colmó de alegría, porque estaba más cerca de sus seres queridos y de una de sus pasiones, el Unicaja de baloncesto, al que seguía en todos los pabellones que se terciaban. Le costó llegar a esa meta tan apreciada, porque es un camino lleno de altibajos, pero ahí estaba siempre Cayetano empujándola a sobrellevarlos. A sus padres les falta un hijo y a Beatriz se le ha derrumbado el pilar de su vida. Igual que a Laura, la pareja de Cayetano, que no podía contener la mayor tristeza de su vida.
Botellín en mano, en su plaza que cobijaba tantas confidencias, rodeado de sus amigos de siempre, todos mayores que él, Cayetano era la estampa de la felicidad siempre, en días de desamparo y en jornadas de juerga, que las vivió de todos los colores, porque así entendía la vida, ya fuera mientras estudiaba esto o aquello, montaba negocios, trabajaba aquí o allá, o salía con su bicicleta a hacer kilómetros. Quien le iba a decir que de ciclista derraparía esa vida que aún le esperaba con los brazos abiertos. En esa ruta de agreste paisaje, entre montañas que soportan la prehistoria y que ahora las instituciones quieren llevarlas a la modernidad, promocionando la zona con el Parque Suspendido del Hundidero, con tres vías ferratas unidas por una tirolina más un puente tibetano a la altura de la Presa de los Caballeros, el asfalto acerrojó una vida en esa carretera que distaba siete minutos de su hogar, recién asfaltada y reabierta al público tras varios meses... En fin.
Es caprichoso el destino aunque pasen los años. Porque en ese fatídico punto kilométrico de la Chaparra, como se le conoce al singular paraje entre los lugareños, hace medio siglo el abuelo y el bisabuelo de Cayetano tuvieron un serio percance, que quedó en nada, más bien en la sorna del patriarca de la familia, Juan 'El Gallo', que haciendo alusión a su apodo ironizó después: «Si nos llegamos a caer acabamos desplumados».
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Cuando la tarde abrumaba el sol cándido de la primavera serrana, la plaza de la Constitución se llenó con el cortejo fúnebre, la iglesia Santiago el Mayor se quedó tan pequeña que por primera vez hubo que escuchar desde la calle la homilía del cura del pueblo, José Villasclaras, que se afanó por rastrear algún tipo de consuelo a la familia y a todos los presentes, cuya congoja era más que evidente.
Las palabras del párroco, que prácticamente lleva toda la vida en Montejaque, rezumaban el dolor propio de la situación y con frases entrecortadas y la voz que parecía un hondo quejío definió perfectamente a su joven vecino: «Manso, como sinónimo de pacífico, y humilde, así era Cayetano», y asertivo, exclamó: «Cayetano hacía pueblo». No se puede dibujar con mayor precisión el trazo de una persona como Cayetano, para todos los que lo conocíamos simplemente Cayetano, con todo lo que eso significa, con todo lo que representará siempre que se recuerde su figura.
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