El informe Pisa necesita de una mesa
José F. Jiménez Trujillo
Profesor de Historia
Domingo, 7 de enero 2024, 01:00
El informe Pisa ha vuelto. Una vez más los medios de comunicación se han hecho eco de los resultados con gruesos titulares subrayando que han ... sido los peores habidos hasta ahora. Algunos encuentran alivio en que son consecuencia de la pandemia o en que, a pesar de todo, nos acercamos a la media de los países de la UE o de la OCDE que ha sufrido también un importante retroceso. Ya se sabe, mal de muchos... Como en anteriores ocasiones, severos articulistas echan cenizas sobre sus columnas periódicas advirtiendo de que nuestra educación está peor que hace veinte años. En positivo, algún editorialista de prestigio subraya la sugerencia de que en Matemáticas la ratio baje a diez alumnos por profesor, cinco en los centros de especial complejidad. De fondo, como siempre, queda la brecha cierta que imponen las condiciones sociales y económicas sobre la educación de nuestros alumnos. Y poco más. Hasta la próxima, dentro de tres años. Mientras, a la actual ministra de Educación -y ahora también portavoz del gobierno- le seguirán preguntando en las ruedas de prensa con especial énfasis sobre según qué mesas y dónde, o sobre las últimas andanadas de la oposición.
A propósito del tema catalán, y en relación a lo reflejado por el informe Pisa, hay que reconocer que, sobre todos los titulares habidos en mucho tiempo en materia educativa, destaca el señalado por 'El Periódico' en su portada del 8 de diciembre: «El Govern reconoce que se tiene que enseñar a leer». Es de imaginar que los creyentes elevarían su mirada al cielo el día de la Inmaculada buscando una respuesta. Y que los que han echado todas las canas en las aulas, bajo el paraguas de sucesivas leyes orgánicas de educación, sólo podrían pensar, echando mano una vez más del refranero, «a buenas horas, mangas verdes».
No es mala la ironía cuando la necesidad aprieta. Pero ocurre que esa necesidad se convierte en urgencia a la vista de los resultados, y cuando la tarea educativa en las aulas se ha de enfrentar, ya casi de manera quijotesca, a una pantalla que los adolescentes miran hasta siete horas en el día. También cuando a la red social en uso se le presta mayor atención y eficacia que a cualquier libro de texto. Por ello, la educación en España sí que necesita de una mesa a la que sentar instituciones estatales y de las comunidades. También municipales. Un espacio enorme, sin mediador alguno; tan sólo con el ejercicio de honestidad de buscar respuestas ciertas, allí donde el fracaso se produce y allí donde los resultados destacan de manera sobresaliente, que también ocurre. La mesa no tendría por qué ser suiza, tal vez debiera ser castellana. Es en la vieja Castilla donde los datos son superiores al país alpino en Lectura y Ciencias, y en general, al resto de las comunidades españolas. Por concretar, no sería mal sitio poner esa gran mesa en la ciudad de Salamanca desde donde se alumbró el pensamiento del mundo moderno.
Habrá mil razones que expliquen las diferencias, pero seguro que hay argumentos sólidos para encontrar respuestas a problemas comunes en toda España. Y estaría bien ir más allá de cansinos debates sobre «la comprensión frente a la memoria», y «la competencia frente al conocimiento» -como si fueran conceptos excluyentes- o sobre el decimonónico concepto de «libertad de enseñanza», tan fácilmente manipulable. Algunas cuestiones no necesitan de grandes discusiones. El uso del móvil en los centros, por ejemplo, de tardía actualidad desde el Ministerio, no parece que sea de consecuencias diferentes en un instituto de La Coruña o en otro de Almería. Y programas razonables para desarrollar la lectura comprensiva no necesitará de esfuerzos diferentes en un colegio extremeño o en otro aragonés.
Otros debates requieren de cierta valentía para su abordaje en la mesa. El modelo del llamado bilingüismo puede ser uno de ellos y que necesite de una evaluación crítica. Aprender inglés no puede dificultar la enseñanza de la historia o de la biología cuando el nivel no alcanza, ni abrir una brecha entre los alumnos de una misma clase según su conocimiento del idioma, ni agobiar al profesor para compatibilizar sus objetivos. O algo peor, aumentar las diferencias educativas según la ubicación del centro y el contexto social y familiar de los alumnos.
Precisamente, la equidad sigue siendo uno de los elementos positivos del informe Pisa sobre la educación en España, superior a la media de los países evaluados, y perceptible por cualquiera que haya conocido cómo se ha atendido la diversidad en los últimos años en los centros educativos. Siendo así, también hay que preguntarse por qué el número de los alumnos que alcanzan un nivel alto es tan bajo. La excelencia, que no es patrimonio de la universidad, puede abarcar todos los ciclos educativos. Y también puede ser compartida. La atención que requiere el cada vez mayor número de alumnos inmigrantes en las aulas debe ser compatible con el obligado equilibrio entre la enseñanza pública y la concertada.
Habría otros muchos asuntos que poner sobre esa mesa. Algunos de tal calibre como la formación del profesorado que, a pesar de ser un tema recurrente en la Historia de la Educación española, nunca ha podido desprenderse de un cierto autodidactismo y de una demanda de reconocimiento. O el todavía preocupante número de alumnos repetidores en nuestro país. La educación es un tema tan amplio como apasionante, y debiera ser principal factor de cohesión e igualdad entre los españoles como en otros países.
Pero no nos hagamos ilusiones. Nunca hubo, ni la habrá, una mesa para elaborar un proyecto nacional sobre la educación en nuestro país. Para empezar tendríamos que ponernos de acuerdo en qué es una nación para la vieja España. Y por ahí el informe Pisa no anda, ni llega.
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