El cuarto poder
EMILIO HIDALGO
Martes, 27 de diciembre 2016, 08:04
Secciones
Servicios
Destacamos
EMILIO HIDALGO
Martes, 27 de diciembre 2016, 08:04
Fue en 1787, cuando en la Cámara de Comunes del Reino Unido, el político y escritor Edmund Burke, utilizó por vez primera el término «cuarto poder» para referirse a los que ocupaban la tribuna de prensa, incidiendo en que era el poder de facto más determinante, por encima de los clásicos poderes británicos: los Lores Espirituales (Iglesia), los Lores Temporales (Nobleza) y los Comunes (Política).
En el origen, Aristóteles en su 'Política', siglo IV a.C., defendió la necesidad de un reparto de poderes entre los gobernantes de un sistema «democrático», para evitar la acumulación de un poder omnímodo en una sola persona que conlleva ineludiblemente al abuso, la dictadura y la desaparición de la libertad individual. Muchos siglos más tarde, John Locke, s. XVIII, define el Poder Legislativo (creación de Leyes basadas en el orden natural), Poder Ejecutivo (ejecutar los mandatos del Legislativo, incluyendo el judicial) y Poder Federativo (defensa de la seguridad interna y las relaciones con el resto del mundo). La Revolución Francesa, a través de su ideólogo Montesquieu, perfecciona la división de poderes en los actuales Legislativo, Ejecutivo y Judicial, si bien enmarcándolos en los dos sistemas de gobierno predominantes: la República Democrática (republicanos) y la República Aristocrática (monárquicos), con diferencias competenciales entre ellos. Propugna una simbiosis en esa dualidad y defiende con ardor la Monarquía Parlamentaria, que conforma lo mejor de casa sistema, y fue aceptada por los 'girondinos' en la Asamblea Nacional. En el Tercer Estado, el eclesiástico y político Emmanuel Sieyés, matiza el ideario del conjunto y el pueblo aparece ahora como depositario del poder constituyente, que aprueba la norma suprema constitucional y elige a los gobernantes, que ejercen los poderes constituidos, por su mandato.
De tal manera ha llegado hasta nosotros.
En la antigua Babilonia, donde los historiográficos escribían los acontecimientos públicos, religiosos y económicos en tablas de arcilla y con signos cuneiformes, comenzó la larga y apasionante tradición de contar los hechos relevantes en escritos, sustituyendo a la tradición oral, único modo de transmisión hasta entonces. En Roma, se publicaron los primeros edictos: el Acta pública (noticias y comentarios de 'sociedad') y el Acta diurna (las de carácter oficial). En la Edad Media, los juglares, en desuso de lo escrito, cantaron las obras y milagros de sus héroes y santos; bardos que volvieron a la tradición oral de sus poemas recitativos.
A partir del siglo XIII, se recupera la escritura como instrumento de comunicación entre los cronistas. En Venecia, vieron la luz las primeras 'gazzetas' con los vaivenes de los estibadores portuarios y contubernios mercantiles. Tras la aparición de la imprenta, en Alemania (1457), nace el 'Nurenberg Zeitung' , el primer periódico impreso, por mejor decir, la primera hoja impresa. En 1493, Europa se entera a través de esas hojas impresas del Descubrimiento del Nuevo Mundo por Colón. Hasta el inicio del siglo XVII, estas hojas informativas no eran periódicas ni regulares, solo cuando un acontecimiento relevante justificaba su cara impresión.
En 1615, aparece en Frankfort, el 'Frankfurten Journal' , en 1640, en Milán, 'la Gazzeta Públic'a, en la Barcelona de 1641, se edita la 'Gaceta Semanal', con el mismo nombre en 1661, en Madrid. Finalizando el siglo, en 1695, en Londres nace el 'Stamford Mercury'; poco después en Méjico, alumbra el 'Mercurio Volante', repetido en Lima, Bogotá y Buenos Aires, narrando las noticias provenientes de los barcos que arribaban al Virreinato, desde Las Españas. Sirva esta enumeración como prólogo de lo que viene después. No he de seguir con la cronología archiconocida, en aras a evitar convertir el relato en un soporífero texto.
Sabido ya de donde surge el periodismo y cuáles de algunos de sus precedentes, tratemos de acercarnos a su significado desde sus raíces hasta la consumación de los siglos venideros -más o menos-, entre seres libres, iguales e inteligentes. El periodismo es el noble ejercicio de buscar noticias e informar de ellas con el necesario afán de que la sociedad a la que sirve, siempre esté puntualmente informada de lo que ocurre en el mundo. Puede ser oficio, profesión o ambas cosas, ya que no es imprescindible, si acaso cada vez más conveniente, el título otorgado por las universidades de medios de comunicación por razón a su propia naturaleza y por la historia de sus protagonistas que dejaron profunda huella. Lo que sí es ineludible es la obligación de informar como único medio que justifica tal aventura. La información, verídica, contrastada y aséptica es su esencia y desnuda ha de estar sin ropajes y abalorios que la disfrace y minusvalore. El rigor del dato del que se informa es el contenido a preservar, sin filtros ni presiones que desdibujen la realidad encerrada por intereses ocultos. Cuando la prensa, en vez de limitarse a reflejar la 'opinión pública', conspira para recrearla aportando los datos 'motu proprio' sustituyendo la información por la generación del 'mainstream' (corriente de opinión). Es entonces cuando esa opinión, siempre sombra añadida, es el camaleónico príncipe que trata de besar la cenicienta y despojarla de su autenticidad. La frontera que separa la veracidad narrada, a su metamorfosis interesada. Sólo con mucho amor, gran pasión, y un bagaje de excelente práctica, capacidad de trabajo y vocación extenuante, es posible ejercer la, quizás, actividad más hermosa jamás concebida. En su hermosura está su fragilidad, siempre tentada por los especuladores de la verdad a relatar. No debemos olvidarnos de su presencia y obviar el peligro.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Una luna de miel que nunca vio la luz
El Comercio
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.