'Revalidad@s'
Antonio Ortín
Lunes, 5 de diciembre 2016, 11:27
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Antonio Ortín
Lunes, 5 de diciembre 2016, 11:27
Vamos camino de la octava ley educativa de España en democracia. Desde el texto de Villar Palasí de 1970 hasta la fallida Lomce, siete normas han tratado sin éxito de poner orden en la regulación de la escuela, sometidas todas al sectarismo militante de los pedagogos de salón; de los irónicamente bautizados como 'expertos', casi siempre titulados con carné de partido que poco o casi nada han pisado las aulas. Y, claro, con los ministros de cada turno rojo o azul dispuestos a ejercer su revanchismo ideológico a través de los libros de texto. Y así nos ha ido, así nos va. Vaya por delante que siempre me pareció un disparate la sucesión de reválidas de la ley Wert. Pero que el debate se haya encasquillado en el método de control recuerda a los episodios anteriores, en los que se perdió el tiempo en sesudas discusiones bizantinas sobre el papel de la religión en los colegios, como si no existieran las parroquias. O, más recientemente, en los ordenadores en el aula, como si el soporte fuese más esencial que el contenido.
Y en ese camino se fueron quedando los conocimientos, el pensamiento crítico, la comprensión oral y escrita; las destrezas básicas que los viejos maestros supieron enseñar lo mismo con un pizarrín de los años cincuenta que con la elemental metodología audiovisual de la década de los ochenta. Y también ha ido quedando hecha jirones la autoridad docente a manos de las ampas, en virtud de una supuesta democratización que acabó por enredar hasta su práctica desaparición el concepto de respeto. Y la convivencia. Casi cinco mil llamadas ha recibido el nuevo teléfono contra el acoso escolar. ¿Hacia dónde vamos entonces?
Dicen los partidos que esta vez sí. Que van a articular en sede parlamentaria un gran Pacto por la Educación del que emanará la futura ley. Cuesta concederles incluso el beneficio de la duda, la verdad. Pongan el cronómetro, a ver cuánto tardan desde su ensalada de siglas en ensuciar el asunto. No hay más que ver cómo andaba la turba propagandista de unos y otros en el Twitter la pasada semana cuando tumbaron la Lomce en el Congreso.
Disculpen el escepticismo, pero es que son muchos los ejemplos vividos. En Andalucía hubo hace no mucho algún iluminado en los despachos de la Consejería de Educación que quiso vender como transformador eso del lenguaje inclusivo, ya saben: niños y niñas, ciudadanos y ciudadanas, etcétera, hasta llegar al paroxismo de colocar la digital '@' como sinónimo de igualdad en el idioma. Y mientras, eso sí, el retrato descarnado y vergonzante de los informes PISA, con niños que entran en 'failure system' si leen más de 140 caracteres. Al fin y al cabo se trata de educar, un verbo que deberíamos respetar. Al menos, para no revalidar tanta arroba de estupidez.
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