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GOLPE DE DADOS

Caza de brujas

ALFREDO TAJÁN

Martes, 29 de septiembre 2015, 12:38

Se homenajeó, o se sigue homenajeando, en Málaga, los cien años del nacimiento de Orson Welles, ese genio del teatro, la radio y el cine, ya fuera como actor -el más intelectual de todos los tiempos-, ya como director o guionista. Precisamente este año también se cumplen sesenta del declive, y definitiva desaparición al año siguiente, de la llamada 'Caza de brujas', una persecución paranoica que impulsó el macartismo, nombre derivado del senador anticomunista Josep MacCarthy, él sí un auténtico brujo calumniador que acabó negado hasta por los sectores más ortodoxos del Partido Republicano, y defenestrado por el general Eisenhower. De las más de cien personalidades de la cultura -artistas plásticos, escritores y sobre todo estrellas de Hollywood-, Orson Welles fue uno de los que tuvo problemas. Lo que ocurre es que no se amilanó, como otra megaestar llamada Charles Chaplin, ni se amilanaron ni, en palabras de Welles, «traicionaron a sus compañeros para salvar sus piscinas»; Welles insiste: «Ni Chaplin ni yo hemos dado ningún nombre»; tampoco lo hicieron Bogart, Gregory Peck, Catherine Hepburn, Kirk Douglas, Burt Lancaster, John Huston, Marlene Dietrich, Frank Sinatra y un etcétera no tan largo.

La atmósfera del macartismo, amparada en los momentos álgidos de la guerra fría, consistió primero en desprestigiar -calumnia que algo queda-, después utilizar anónimos para aterrorizar a la víctima, comprar libelistas para crear el 'clímax' necesario, y, por último, denunciar a los supuestos activistas ante el Comité de Actividades Antiamericanas: la gentuza de MacCarthy entraba a saco en domicilios particulares, inventaban visitas, creaban pruebas falsas y posteriormente delataban. Los cargos eran ficticios, hasta hoy ninguno probado, incluso en el caso del dramaturgo alemán Bertold Brecht, que se declaró socialista en el país demócrata por excelencia, aunque su declaración incluyera una feroz crítica al estalinismo, no pudo defenderse, viéndose obligado a regresar -huir es más apropiado- a la Europa de la que, a su vez, se había fugado del horror nazi. Otras figuras fueron reducidas al silencio y vetadas en sus profesiones. Anoten: Dalton Trumbo, Sterling Hayden, Edward Dymitrik, Dashiell Hammett, Lillian Hellman, Jules Dassin, John Gardfield, entre tantos cineastas, y en cuanto a escritores, ¡hasta Thomas Mann fue espiado!, y por supuesto, Dorothy Parker, Truman Capote, Tennesee Williams y Dashiell Hammett, y no continúo para no convertir esta columna en un listín telefónico. Pero uno de los perseguidos, el dramaturgo Arthur Miller, se resistió, y escribió, publicó y estrenó una de las mejores piezas de la dramaturgia del siglo XX: 'Las brujas de Salem', cruel metáfora, solapada imputación, a la censura socio-cultural impulsada por MacCarthy. A fines del XVII, en el pueblo de Salem, Massachusett, se juzgó y ejecutó, sin pruebas fundadas, a una veintena de mujeres acusadas de trató maléfico con el demonio. Arthur Miller puso en pie una dura alegoría de América, y su histerismo luterano, desde su fundación. La obra obtuvo varios premios, se paseó por medio mundo, y MacCarthy murió un año más tarde solo, olvidado y alcoholizado. La verdad es que no le deseo ese final ni a mi peor enemigo ni a sus solapados amigos.

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