Me paseo entre los viejos y jóvenes conocidos, entre los gestores y políticos, como una sombra. Les oigo sin que me oigan, les veo sin que me vean, como un espíritu invisible. Como si estuviera muerto
FEDERICO SORIGUER. MÉDICO
Martes, 31 de marzo 2015, 12:43
Mucha gente muere con los ojos abiertos. Cerrarles los ojos, lenta, respetuosa, ceremonialmente, es a veces el último acto de respeto y amor a una persona que acaba de morir. ¿Qué miran los muertos? ¿Por qué esta preocupación por cerrarles los ojos? No morimos de golpe. El cuerpo se muere poco a poco. Desde que hay trasplantes de órganos una parte de la medicina se dedica a investigar sobre la muerte. ¿Cuándo estamos irreversiblemente muertos? La muerte cerebral es la frontera. Pero después de esta muerte las personas viven en el recuerdo durante mucho tiempo. También en sus obras. Hasta materialistas como Popper hablaban de la existencia de tres mundos. El mundo 1 el de los objetos, el 2 el de los procesos mentales y el mundo 3 el del conocimiento. «Entre los residentes de mi tercer mundo están, más especialmente, los sistemas teóricos; pero residentes de igual importancia son los problemas y las situaciones de problema ... y los argumentos críticos, ... y el estado de la discusión o el estado del argumento crítico; y, desde luego, los contenidos de revistas, libros y bibliotecas». Lo que probablemente quiere decir Popper es que hay un mundo que es también real, que sobrevive a esa otra realidad que es la muerte corporal. Mi maestro el profesor Yañez Polo escribió antes de abandonar la Universidad un libro que se llamó 'Kant amigo mío' en el que el personaje de la historia desaparece un día ante la mirada de todos en la plaza de San Fernando de Sevilla. Desaparece para siempre. También Sábato en 'El Obsceno Pájaro de la Noche' va haciendo disminuir a su personaje hasta un día desaparecer como el polvo barrido por el viento. Pero ni Yañez Polo ni Sábato a pesar de los años pasados han conseguido que ambos personajes se bajen de mi memoria y aparecen, -resucitan, - aquí y ahora inesperadamente.
Javier Smith era un periodista del ABC de Sevilla de los años sesenta. Escribió un cuento largo que se llamó 'Me enterraron y se largan'. Una historia de un muerto contando su propio entierro. Lo recuerdo muy bien pues lo copié entero a mano (en aquella época no había ordenadores ni se podía hacer los copy paste actuales) y se lo envié a una joven despechada como si fuera mío. Nunca lo he olvidado y nunca ya podré agradecerle a Javier Smith su préstamo, pues Javier ya no está con nosotros pero sí lo está su recuerdo. En un artículo anterior decíamos, recordando a mi amigo Ricardo Astorga, ya fallecido hace años, que la jubilación en España es una forma de muerte social. Alguien me ha dicho al leerlo que era un comentario melancólico. Puede serlo aunque no lo pretendía. De hecho la jubilación a la española tienen algunas de las ventajas de estar muerto y ninguno de sus inconvenientes. La mayor de las ventajas es que, si lo desean, los jubilados pueden mantener los ojos bien abiertos. De alguna manera el mundo continúa como si el jubilado ya no estuviera pero el jubilado sí que puede seguir observando al mundo 'como si hubiera muerto'. A mí, desde luego, es lo que me ocurre con el hospital, con mi antiguo servicio. Me paseo entre los viejos y jóvenes conocidos, entre los gestores y políticos, como una sombra. Les oigo sin que me oigan, les veo sin que me vean, como un espíritu invisible. Como si estuviera muerto. Me meto en sus despachos, les observo como urden el presente, como se inventan el pasado, a veces sin pudor. Como si la historia comenzara hoy mismo. A veces me emociona algún comentario, pero en otras muchas ocasiones estoy a punto de levantar la voz y de decir, no es eso no eso. ¡Yo no dije nunca eso!. Pero me callo porque los muertos, sociales o reales, no hablan, solo escuchan desde las sombras del pasado. Sí, es cierto que el espectáculo puede ser en ocasiones doloroso. ¡Quien no se ha hecho en vida ilusiones sobre el futuro¡. Pero una vez bien instalado, esta manera de estar, como una sombra, no deja de ser divertida. ¿Se imaginan al muerto subido en la lámpara de la Iglesia donde se celebra el funeral, instalado en su antiguo dormitorio, en su viejo despacho, observando?. Si notas como si un soplo te rozara tu cogote no mires, puede ser el pasado. Todos los muertos, los grandes o los pequeños tienen su mundo 3. Pero solo a los jubilados les está permitido disfrutarlo. Los jubilados, así considerados, dejan de ser muertos vivientes para convertirse solo en ausentes y desde esta posición pasar a ser la memoria viva (frente a la memoria muerta) y, por tanto, memoria crítica de la sociedad. Pero sobre todo los jubilados tienen la oportunidad de convertirse en unos grandes humoristas. Pues que otra cosa es el humor sino la voluntad de distanciamiento. Ver el mundo por el ojo de la cerradura, observar a tus viejos y jóvenes conocidos e ir descubriendo a medida que se desnudan ante la mirada invisible del jubilado, que nada es lo que parece.
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