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CARTA DEL DIRECTOR

Entre rojos y fachas

Manuel Castillo

Domingo, 1 de febrero 2015, 12:38

Me decía un residente francés, que vivió durante más de 15 años en Inglaterra, que aquí en España no se habla en público de política. Mi primera reacción fue negarlo, pero conforme me fue explicando los motivos de su afirmación fui cayendo en la cuenta de que tenía cierta razón. Me decía que el motivo era que aún no habíamos superado como nación los efectos de la Guerra Civil y que, por ello, se prefería no discutir en la calle. Pensando, intenté recordar la última vez que escuché en un bar o en cualquier espacio público una conversación sobre política entre personas de distinta ideología. Y no recordé ni una. De hecho, pensando un poco más, me di cuenta de que intuyo la posición ideológica de mis amigos, pero lo cierto es que tampoco me vienen a la mente demasiadas conversaciones sobre el asunto en la que hubiese una definición partidista clara. Se habla, en general, siempre contra unos o contra otros.

Me decía este amigo que, además, en otros países era habitual discutir sobre política, a veces en serio e incluso en muchas ocasiones con sorna y humor. Y sobre todo con naturalidad. Desconozco la afición británica, francesa o portuguesa al debate político, pero detecto aquí, en España, la costumbre de traducir la posición ideológica en una constante confrontación. O conmigo o contra mí. Y de ello tienen gran parte de culpa los propios partidos políticos, cuyas hordas fundamentalistas se empeñan en intentar aniquilar a los que no piensan como ellos. Ocurre con el PP, con el PSOE, con Izquierda Unida y ahora también con Podemos, cada vez más mimetizado con lo de siempre. Nos es extraño que en esta país, tan dado al eufemismo, muchos ciudadanos recurran a términos como socialdemócrata, liberal, de centro, democristiano o simplemente apolítico para de esta forma evitar pronunciarse con más detalle. Y por el mismo efecto, permanece la utilización de facha y rojo como insulto al oponente, con un punto de sofisticación en el caso de los perroflautas. Nos guste o no, en España hay poca tolerancia política. Y los menos tolerantes son, precisamente, los propios partidos y políticos.

Algunos medios, no muchos eso sí, nos salvamos porque los políticos nos llaman de todo, que es el mejor síntoma posible en esto del periodismo, porque significa que no somos de nadie, que es, a su vez, el eufemismo de independencia.

Nuestra democracia es joven, como la Constitución, y diría que nuestra cultura política también, porque de otra forma no se puede entender tanta radicalización de los discursos y esa tendencia de algunos líderes de tratar como imbéciles a los ciudadanos. Tan absurdo es pensar que Susana Díaz, Juanma Moreno, Antonio Maíllo, Teresa Rodríguez o Martín de la Herranz lo hacen todo, absolutamente todo, mal, como pensar que lo hacen todo bien.

El mejor favor que podíamos hacernos como sociedad sería normalizar la acción y el debate político y sacar a la calle de verdad la militancia sin riesgo de ser estigmatizado o señalado en el barrio o en el trabajo por los que piensan diferente. Hasta que los del PSOE no se indignen de verdad con los ERE, hasta que los del PP no se indignen con los sobres en B y con Bárcenas y hasta que todos, sindicatos incluidos, no se indignen con las tarjetas black seguiremos utilizando la política como un instrumento al servicio de unos pocos, sean de Ferraz, de Génova o de la Complutense, y no como el medio para mejorar la sociedad. Que hace falta, y mucho.

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