Escrito sobre el viento
ALFREDO TAJÁN
Martes, 19 de agosto 2014, 00:53
Programo en mi casa un festival de cine privado donde la estrella está siendo, claro está, la recientemente desaparecida Lauren Bacall en uno de sus mejores filmes, el melodrama 'Written on the wind', 'Escrito sobre el viento' (1956) del gran Douglas Sirk, un lienzo cinematográfico de colores apabullantes, tonos fuertes que parecen tener vida propia, tratados mediante una técnica parecida al 'cibachrome' donde matices brillantes y densos te ahogan hasta matarte, como el rosa del pintor Tiépolo, según el ensayo de Roberto Calasso. A Bacall le acompañan en esta cruda película, avanzada para su tiempo tanto por su guión como por su puesta en escena excesiva y asfixiante -el gran teatro del mundo calderoniano-, otros tres grandes: Rock Hudson, Robert Stack y la rubia platino Dorothy Malone, que interpreta a la inolvidable ninfómana que en la delirante escena final acaricia la maqueta fálica de una torre de prospección petrolífera; Malone se enfrenta a la sutil sensualidad y extrema elegancia de la Bacall con sus vaporosos vestidos y su lánguida cortina de pelo que Sirk explotó como ningún otro director lo haría jamás.
Cuando rodó 'Escrito sobre el viento' Bacall no había cumplido treinta y dos años. Desde mediados de los cuarenta ya era un mito. Lo era por ella misma y por sus silenciosos deslizamientos en el cine negro, y en blanco y negro, de Howard Hawks y John Huston (recordemos: 'Tener o no tener', 'El sueño eterno' y 'Cayo Largo'), y desde luego por su partenaire cinematográfico, que lo era también en la vida real, el durísimo Humphrey Bogart. Poco se puede añadir a los litros de tinta que ya se han derramado sobre esta pareja única y valiente, sobre todo en aquel episodio en que ambos desafiaron al ultraconservador senador MacCarthy y su caza de brujas, una de las peores bestias que ofreció al mundo la política norteamericana de la posguerra, dixit Arthur Miller. Pero Bacall cautivaba también por algo que en el cine se considera rígido canon: enamoraba a la cámara y lo hacía con una mirada profunda e inquietante a la que acompañaba esa media sonrisa irónica que volvía loca a la platea, es decir, alta estética en suspensión, belleza inexplicable, aura enigmática, distancia.
La fascinación que ejerció durante décadas Lauren Bacall se basó, además, en la imagen de mujer independiente -a pesar de la sumisa «si me necesitas, silba» que le dedica a Bogart en 'Tener o no tener'; muerto Bogart ella le sobrevivió, se sobrevivió a sí misma, continuó una carrera interesante, se casó con el sufriente Jason Robards, y a la hora de morir dicen las crónicas que preparaba un nuevo proyecto con el dogmático y vanguardista director Lars Von Trier, con el que ya había trabajado en 'Dogville'. En una época en el que hemos visto desaparecer a grandes actores, aunque juguetes rotos, como recientemente los imponentes Seymour Hoffman y Robin Williams, aplastados por la presión mediática de una industria que desconoce códigos éticos a favor de una recreación irreal y microscópica de las fábulas tribales; quiero decir, a diferencia de ellos, Lauren Bacall nos trasladó sin una gota de sangre a la fábrica de ilusiones que es el cine, prístina y hierática, pero a la vez tierna y decidida.
Por eso para mí, sin lugar a dudas, representa el sueño eterno.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.