
R. C.
Sábado, 17 de septiembre 2016, 00:29
Tiene 80 años pese a que se fuma un paquete en cuatro horas; está protegido por un guardaespaldas negro «enorme» que dice compartir con el rey de Arabia Saudí; se confiesa banquero, diplomático, agente secreto y playboy, pero «nunca» estafador; afirma que el presidente de la Comisión Europea Jean Claude Juncker le consulta y que tiene «15 o 20 operaciones» de asesoría en distintos puntos del planeta. Francisco Paesa vive, eso mantiene, en París y reconoce que ayudó a huir a Luis Roldán, pero que no se quedó ni un céntimo del dinero del exdirector de la Guardia Civil.
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El personaje calcula que el dinero que se llevó Roldán en 1994 ascendía a 16 millones de dólares de los de entonces aunque en la misma conversación con la revista 'Vanity Fair' habla de 15. Una fortuna procedente de fondos reservados, comisiones por la construcción de cuarteles y de las cuotaspara el colegio de huérfanos. Asegura que planteó sin éxito al exdirector de la Guardia Civil que devolviera el dinero, aunque «no todo, tampoco vamos a exagerar, porque coger el dinero lleva un trabajo». Lo que no hizo, garantiza, fue quedarse con el botín ni cobrar una comisión. «No he cobrado ni un céntimo de Roldán». Es más, asegura, que guarecer y mover por el mundo al exjefe de la Guardia Civil le costó dinero, «tres o cuatro millones de dólares».
Entonces, ¿dónde está el dinero que nunca ha aparecido y que Roldán dice que se quedó Paesa? En España, afirma, «la mayor parte del dinero fue a España en pesetas». Su versión es que la mujer de Roldán pedía dinero cada dos por tres y el abogado de su marido introdujo «cientos de millones» de pesetas «en maletas». Solo se pagó un «10% de la comisión del cambio (de divisa), el transporte y la comisión que cobraron los fiduciarios». Él, nada, porque se considera un «gilipollas».
Se llevó a Roldán a París, después de que «una alta jerarquía del Gobierno» que no identifica -«no doy nunca nombres»- reclamara su intervención. Lo alojó en un apartamento suyo en París, pero el exdirector de la Guardia Civil quería fugarse, y el encubridor escogió Laos. A cambio, dice, el Gobierno de ese país asiático le pidió «ayuda para crear una aerolínea». Roldán viajó en «un avión privado» pagado por Paesa, pero nunca llegó. Hizo escala en Bangkok y allí fue detenido el 27 de febrero de 1995. No dice por quién, tampoco menciona al mítico capitán Khan, y acusa de traición al entonces ministro del Interior, Juan Alberto Belloch, porque «a Roldán se le trató contrariamente a lo que se había acordado».
Tres años después desaparece. En el juicio al exdirector de la Guardia Civil se abre una pieza separada sobre su papel en la rocambolesca fuga y captura, ante la que su hermana publica una esquela que decía que había muerto el 2 de julio de 1998 y había sido incinerado en Tailandia. Pero no. Según su versión, participaba en «una misión antiterrorista» en ese país asiático que le había encargado «el Gobierno de Argentina» contra «supuestos islamistas» y en «un bombardeo» de Estados Unidos resultó herido. Dice que fue trasladado en una ambulancia a un barco. «Y ahí desaparecí. No supe nunca en qué barco estaba (.). Estuve casi seis meses en coma».
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Las bragas de la reina
Después, retoma su actividad profesional sin desmentir su defunción. «¿Qué estoy muerto? Bueno, pues estoy muerto». Cuenta que siguió codeándose con los personajes más importantes, hasta dice saber el color de las bragas de la reina de Inglaterra porque le invitaron al palacio de Balmoral y estaba la ropa tendida. Mantiene que asesora a Juncker, tiene tratos con el Gobierno de Francia y el rey de Arabia Saudí, y está enfrentado al magnate ruso Alexander Lebedev a cuenta de que le encargó abrir un banco en Barein, le dio 20 millones de dólares y el dinero se esfumó.
Sin causas pendientes en España no piensa en regresar, pero no se lo plantea ni por Roldán ni por su pasado. En su recapitulación, niega su participación en los GAL y limita su conocimiento de ese grupo a que entró una noche en un burdel de Bilbao, y allí estaba José Amedo, que se abrió la chaqueta, «mostró el pistolón» y gritó «yo soy el GAL».
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Paesa acepta que su vida ha sido azarosa, pero es que «no se puede llevar la existencia que yo he llevado si no se tiene una vida interior muy poderosa y una imaginación enorme».
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