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Vanesa Moreno y María Morales charlan en una cafetería del centro del pueblo.

Dos generaciones, un festival

Una es ojeneta de toda la vida, otra una publicista de Málaga. Les separan 47 años, pero les une la pasión por Ojeando

Regina Sotorrío

Domingo, 5 de julio 2015, 00:09

«¿Indie? Eso no sé lo que significa, será algo moderno...», dice María Morales. «Significa independiente, que no es comercial», responde Vanesa Moreno. Entre las dos hay 47 años de diferencia, una es ojeneta de toda la vida y la otra publicista malagueña. No se conocen, pero hablando de Ojeando eso no es un problema. Conectan enseguida. «La juventud me encanta», dice María, de 82 años. «¡Qué gustazo oír eso!», exclama Vanesa, de 35.

Del sonido más primitivo al indie experimentado

  • Ojeando refuerza su marca con una jornada inaugural en la que primó la vuelta a lo básico y la potencia de la música más alternativa. Ángel Stanich y Niños Mutantes fueron los platos fuertes de una noche de buenos y potentes directos en el escenario principal de Ojeando. No hubo lleno, pero sí público más que de sobra para vivir ambiente de festival. La noche dejó momentos únicos. Como cuando Ángel Stanich puso en apuros a los técnicos de sonido bajándose del escenario. Prometió «liarla» y lo hizo. Ya antes Sixto Martín, de The Loud Residents, se la había jugado saltando, literalmete, sobre el público. Niños Mutantes dedicó Caerán los bancos a los griegos y se despidió con un grito de optimismo Todo va a cambiar. Los Guadalupe Plata hipnotizaron con su blues jondo y con lo que son capaces de hacer con un barreño de zinc y un palo a modo de bajo. Memorable el Yo soy Simon, tu Garfunkel de The New Raemon cantado a dúo con el público. Y para acabar la noche con ganas de más, la energía de Perro.

Hace más de 70 años que María vive en la misma casa del pueblo, en plena calle principal, un refugio lleno de recuerdos familiares donde el sol no entra con la fuerza que pega un día de julio a las seis de la tarde. Un lugar tranquilo. Pero si abre la puerta se encuentra de lleno con un mercadillo artesanal, con grupos de jóvenes que van de un lado a otro y con la prueba de sonido de una de las bandas que actuará por la noche en la plaza. «Los pueblos necesitan que se hagan cosas. Un pueblo que no tenga nada, es un pueblo muerto», sentencia. «Y este es un lugar idílico, con mucha magia. Es pequeño, cercano y a nivel musical se ha consolidado muy bien», señala Vanesa. «¡Y además es muy acogedor», apostilla María.

Vanesa asiente. Es el segundo año de Ojeando para ella, y tiene claro que siempre que pueda... «voy a repetir». Por la música y también por el ambiente que transforma el pueblo estos días y en el que colaboran los poco más de 3.000 vecinos de la villa. Como María. «No necesito salir a la plaza. ¡Desde aquí se escucha la música! Pero son solo dos días, y aporta mucho valor al pueblo». Vanesa, por ejemplo, no lo conocía antes de vivir el festival el año pasado. Y ahora le ha enamorado. «Yo creo que mi pueblo tiene un duende y cuando la gente viene, le atrapa», dice. «Es especial, diferente, distinto», concluye Vanesa.

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