Comer a solas

Suena raro: comer a solas. ¿Quién come solo, sobre todo en este país donde la palabra comida es sinónimo de conectar con gente? Seguro que muchas personas en sus casas, pero en público casi nadie se sienta en una mesa en solitario. En otros países sí. Los japoneses viven en masa, y las imágenes de las saturadas playas veraniegas o de las calles de grandes ciudades demuestran que la soledad es imposible. Aun así, o tal vez por eso, su predisposición es buscar la soledad y aislarse del resto del mundo en restaurantes exclusivamente para clientes solitarios. En Holanda también los hay, y por Internet es fácil encontrar lugares dirigidos a comensales que buscan la soledad en casi cualquier país (menos España). Allí donde la cena es la comida principal (EE UU y norte Europa), las categorizaciones son claras, casi vinculadas a los horarios. Por ejemplo, nadie mirará con extrañeza a una persona que esté comiendo sola en un restaurante a mediodía, pero por la noche las cosas cambian. En los hoteles existe la opción de cenar en la habitación, pero ¿y si preferimos salir y ver un poco de vida?

Hay personas de ambos sexos a quienes les espanta la mera idea de comer solos. Es cuestión de apariencias: si estamos solos en la mesa de un restaurante de nuestra localidad, será porque a nadie le apetece acompañarnos. Cuando viajamos es distinto, y nos miran de otra manera, pero en estos casos son los japoneses otra vez quienes brindan una solución: la mesa común, donde todos los comensales comparten una placa de grill colocada en una mesa grande para hacer la carne a su gusto y relacionarse con gente. Claro que todo está inventado. Recuerdo haber comido hace años en Casa Terete, de Haro, sin más que una mesa larga donde se mezclaba todo el mundo.