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Varias personas suben las escaleras para entrar en la pequeña sala de reunión de Alcohólicos Anónimos. Ñito Salas

Testimonio de un alcohólico: del abismo a la esperanza

SUR asiste a una sesión en uno de los 29 grupos que tiene Alcohólicos Anónimos en Málaga

Domingo, 25 de mayo 2025

Son las seis. Oscuridad. ¿Son las seis de la tarde? ¿Las seis de la mañana? Reina el silencio. Claro, si es domingo. ¿Por qué domingo? Sábado. ¿O acaso todavía es viernes? ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Cuándo? Ahora son las seis, el despertador aún no ha sonado. Huele mal. El estómago da vueltas. La garganta quema. Eso viene de fumar. Quitarse no sería mala idea. ¿Dónde estuve realmente? Da igual, ahora son las seis de la mañana. ¿Tengo que ir al trabajo o sí que es domingo de verdad? Quizá, lo mejor es bajar a la calle y comprobar si hay movimiento. De paso, aprovechar y pillar. ¿Pillar qué? Una botella. ¿Cerveza? ¿Vino? Da igual. ¿Habrá algún chino abierto?

Hubo momentos en su vida, como los que coinciden con estas lagunas, en los que Antonio, 54 años, hubiera preferido estar muerto.

- «Hola, soy Antonio y soy alcohólico».

- «Hola, Antonio».

La ronda está compuesta por doce hombres. Están sentados en círculo. Dos de ellos presiden el encuentro. El local tiene unos 20 metros cuadrados. En una punta hay una mesa grande y en la otra una nevera. Uno acaba de llegar del trabajo y aún lleva los zapatos de seguridad. Otro está jubilado desde hace diez años, viste una americana elegante y se queja de la espalda. Logística, abogacía o albañilería. El grupo es heterogéneo.

'AA' se puede leer en una pancarta que cuelga de la pared. Es la abreviatura de Alcohólicos Anónimos. Los que vienen aquí tienen en común una adicción que quieren dejar atrás. Algunos llevan un mes sin beber. Otros 30 años. Los hay que han recaído y ahora vuelven a intentarlo. Aquí buscan una salida. Este 'aquí' es uno de los 29 grupos de 'AA' que existe en la provincia de Málaga.

SUR asiste a una de las sesiones semanales. Único requisito: no mostrar las caras de los participantes y preservar su anonimato. Podría ser cualquiera. El maestro, el vecino, el tío, el abogado, el médico, tú y yo.

El alcoholismo, es curioso, no cuenta con un rincón oscuro en la estación de autobuses. No tiene una estampa fantasmagórica como los zombis de la heroína. La sociedad del alcohol es anónima y cotidiana.

En este ecosistema, la transición del consumo social a la borrachera diaria se mantiene en secreto. Solo el entorno más cercano sufre las consecuencias de los desmanes. «El grado de sufrimiento es muy grande. Imagina cómo de grande, cuando tienes a un padre al que le importa más beber que lo que haya hecho su hija ese día», rememora Antonio. En esos tiempos en los que se odiaba a sí mismo, era capaz de beber un sinfín de cañas y luego 'matar' una botella de whiskey.

La salvación llegó con Alcohólicos Anónimos, donde acudió a instancias de su propia mujer. Era el enésimo ultimátum sobre el ultimátum. «Me tuve que ver con las maletas hechas y fuera de casa», tira una mueca y agacha la cabeza.

Lo que encontró en su primera sesión se resume rápido. Una sala de decoración austera. Una nevera, una máquina de café y, lo más importante, un grupo de hombres y mujeres que intercambian experiencias, fuerza y esperanza para resolver un problema común.

En 'AA' se habla sin rodeos. No se decora el mal con palabras complejas. Tampoco se prometen milagros. Pero hay algo que parece funcionar. Al final, la asociación está en todo el mundo y a punto de cumplir un siglo. El primer grupo se fundó en Estados Unidos, en 1935. La clave del éxito sería la sensación de estar entre iguales, el no sentirse juzgado. «A ningún alcohólico le gusta recibir lecciones de alguien que odia la bebida», resalta Antonio.

Aquí nadie tiene nada en contra de la sustancia en sí. 'AA' no significa anti-alcohol. Los que acuden, simplemente, admiten que no saben tratar con él. El concepto más básico que diferenciaría a un alcohólico de un bebedor social es fácil. Uno sabe parar, el otro no. Tan sencillo y tan complicado a la vez.

El Instituto Nacional de Estadística (INE) ofrece datos preocupantes. Un 8,8% de la población española consume alcohol a diario. España es uno de los países con más bares por habitante. Unas 15.000 personas acuden a Alcohólicos Anónimos. Las cifras que se escapan de las estadísticas son altas.

El vagabundo, botella de la amargura en mano, diciendo cosas sin sentido, es más una caricatura que una característica de la enfermedad. «Yo no falté un día al trabajo», insiste Antonio. Pero si alguien hubiera registrado los cajones de su mesilla, hubiera encontrado un pequeño almacén de bebidas espirituosas.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) cataloga al alcoholismo como enfermedad desde 1963. El distintivo principal está en la pérdida de control. Aunque la aceptación de enfermedad ha cuajado en la sociedad, el juicio que se hace sigue siendo, básicamente, el que se ha hecho siempre: estos tipos no saben controlarse. El estigma de siglos de condena moral persiste.

Ahora, visto en perspectiva, ese estigma fue el que llevó a Antonio a no querer ponerle nombre a su elevado consumo de alcohol. Estrés, depresión temporal, una mala racha… ¿Quién, acaso, acepta que no es nada más que un simple y triste bebedor? El resto de compañeros en la oficina también tendrían enfermedades, ¿verdad? Eso sí, con diagnósticos que suenan más pomposos y decorativos. Enfermedades de guante blanco, con sus prefjios en griego o latín.

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? A Antonio nunca le faltaron buenos propósitos para dejar de beber. «Conocía a gente que bebía más que yo. Suficientes, también, que llevaban más tiempo bebiendo. Pero a la hora de la verdad, ellos sabían parar y yo no. ¿Por qué?», le rondaba siempre la misma pregunta.

Durante varios años contemplaba como su vida le pasaba a cámara lenta. De una borrachera a otra y planeando ya la siguiente. «Acabas destruyéndote a ti mismo», asiente. No siempre era beber hasta perder la conciencia. A veces, lograba cierta contención. «Cuando solo bebía cerveza, ese día pensaba que lo estaba haciendo bien», define como funciona el autoengaño.

Médicos, psicólogos y trabajadores sociales tienen miles y miles de teorías sobre la enfermedad. Traumas de infancia, entornos, predisposición familiar… En Alcohólicos Anónimos no entran en complejos debates sobre causalidades. «Siete razones tiene el hombre para beber de manera abusiva», se burlan de estas teorías en los grupos. Lunes, martes, miércoles, jueves…

La sesión

Después de la primera ronda de intervenciones, queda claro que el alcoholismo se trata aquí como una enfermedad primaria, comparable a una alergia. La característica principal es que el bebedor no es capaz de controlar su consumo. Es adicto y lo es para siempre. La palabra recuperación aquí se entiende como una convivencia con la enfermedad. Y eso solo funciona con una abstinencia radical. Un bombón de licor ya puede significar una recaída.

«Tampoco diagnosticamos la enfermedad en otros», precisa Antonio. Eso lo dejan en manos de cada uno que se acerca al grupo. En una revista de 'AA' se aconseja lo siguiente: «Vaya usted a un bar y pruebe a beber de manera controlada. Pruebe a beber y a dejarlo de repente. Si es sincero consigo mismo, no necesita mucho tiempo para saber lo que le está pasando».

Quien se reconoce como alcohólico solo es apto para la vida normal si logra apartarse de la botella para siempre. Para ello, se requiere un revisionismo completo. Entorno, amigos, costumbres… En 'AA' consideran que la adicción es también un problema de personalidad: ser alcohólico ya es un plano existencial.

¿Eso lo sabe la gente que llega hasta aquí? «La mayoría viene porque no ve otra salida», responde Antonio. En su caso, hubiera ido andando descalzo hasta Siberia si le hubieran dado garantías de que eso le iba a apartar de la bebida.

Nadie que va a 'AA' se olvida de su primer encuentro. Paco, otro de los asistentes, vino a petición de su hija mayor. Dudó mucho tiempo hasta dar el paso. Merodeaba por la sede cuando había sesión. Uno de los veteranos le invitó a entrar. Le preguntaron por su nombre. Por lo que quería beber, si agua o café. Era un tono de voz y una manera de actuar a la que no estaba acostumbrado. «Enseguida sentí algo así como confianza», rememora.

Hay algo que tienen en común los más veteranos que asisten a la reunión: todos irradian una enorme tranquilidad. La comunicación es en círculo y de igual a igual. Y todos empiezan con la misma fórmula: mi nombre es 'x' y soy alcohólico.

La imagen muestra la reunión semanal del grupo de Alcohólicos Anónimos de Puerta Blanca. Ñito Salas

Cuando miembros de 'AA' hablan de su grupo, el tono de voz desprende entusiasmo. Para terceros, es un tono extrañamente cargado de emociones. Muchos empiezan a llorar, caen palabras como «hogar», «familia» o «apoyo». Esta exuberancia resulta difícil de entender. «Es porque no tienes la experiencia previa de un pasado envenenado por el alcohol y la soledad», detalla Antonio.

En la espiral del alcoholismo y mentiras, eso queda clara, todo el mundo acaba solo.

De repente, con la entrada en un grupo de 'AA', se rompe ese aislamiento. El novato queda impactado, básicamente, por tres hechos. Es aceptado como es. El grupo le señala que hay esperanza. Aprende trucos prácticos para aliviar su situación. Y escucha por primera vez, en mucho tiempo, que no es una mala persona o un desequilibrado. Si está así es porque padece una enfermedad.

Nadie que se acerca por primera vez a una sesión de 'AA' tiene que dar detalles. Ni de quién es, a qué se dedica o dónde vive. No tiene que someterse a ningún ritual de iniciación ni rellenar ningún tipo de papeles. Tampoco hay que pagar una cuota. Que se tiene el deseo de dejar el alcohol se da por hecho por la simple presencia. Los más veteranos saben, por su propia experiencia, lo difícil que es dar este paso.

No beber nunca más. Nunca. No beber en tres años, no beber en ocho ni tampoco en veinte. Ninguno de los que quiere dejar el alcohol soporta al principio esta idea. ¿No beber en una boda? ¿No beber en un cumpleaños o en Nochevieja?

«Hoy, no», contrarrestan en 'AA'. «Solo hoy quiero vivir». O sugieren lo siguiente: «No agarres el primer trago». Pasos pequeños y reglas prácticas. Esas serían las mejores ayudas para alguien que quiere vencer la lucha contra la botella.

El credo

En 'AA' no se abusa de los consejos. Que los que llegan de nuevas tienen copado la dosis de providencias, eso lo saben aquí de sobra. Los veteranos relatan sus propias historias. Cuando narran lo que han vivido, las recomendaciones empiezan a relucir como algo intrínseco al propio pasado: primero lo importante, un paso después del otro, la prisa es mal acompañante, un poco menos de ego, por favor. No te aísles más aún. Antes de agarrar otra vez el primer trago, coge el teléfono y llama a alguien. Siempre es el primer trago. Los excesos no comienzan ni con el sexto ni con el séptimo. Y no te creas más importante de lo que eres.

«Solo tú mismo lo puedes conseguir, pero no lo puedes conseguir solo». El credo de 'AA' está salpicado de este tipo de sabidurías que parecen un poco trilladas. Pero los que están aquí saben que son verdad porque lo han vivido.

La palabra «alcohol», por ejemplo, aparece solo una vez en los doce mandamientos de 'AA'. Redactados por los padres fundadores Bill Wilson y Bob Smith, están enfocados en el camino que va de la convalecencia hacia una vida con una creciente sobriedad. El programa no es dogmático. Al final, cada uno decide cómo interpreta y utiliza los doce pasos.

Hay algo, sin embargo, de lo que no se puede escurrir el bulto. El programa sugiere a cada persona que se acerca a 'AA' que repiense su vida. Quien es alcohólico y quiere sobrevivir, tiene que capitular. Lo primero, ante la botella. La alternativa es seguir bebiendo y si se sigue bebiendo llega el fin. Una cirrosis hepática, por ejemplo. Una esquela maquilladora en el periódico que habla de una muerte «inesperada» y «repentina».

La esperanza contra esto se sirve en Puerta Blanca y el resto de grupos de 'AA' que se reparten por la provincia.

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