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Un puñado de familias va acercándose a la Glorieta de La Corta. Los niños van tirando de sus padres para que aprieten el paso. ¿Qué pasa? Acuden a un gran acontecimiento. Llegan con una antelación de más de media hora de la histórica cita. Saben que a los protagonistas de este gran día les gustan las cosas bien hechas, la puntualidad, los zapatos lustrados y que todos nos acostemos temprano, sobre todo en la que el tópico, el vocabulario manido y a veces perezoso, califica de «noche más mágica del año». Sí, la primera aparición en Málaga de los Reyes Magos ha sido en la barriada de La Corta, en la sede de Inpavi, la ONG Integración para la Vida, tres días antes de la fecha de la Epifanía. Y los niños y las niñas que han recibido los primeros regalos de la mano de Sus Majestades Melchor, Gaspar y Baltasar han sido los 400 que viven en esa zona de Málaga, así como en Palma-Palmilla, Miraflores o Camino Suárez, en sendas fiestas que se han desarrollado por la mañana y por la tarde. La que comenzaba más temprano tuvo actuaciones de payasos, bailes y una pequeña obra de teatro en la que se representó la historia del nacimiento de Jesucristo para poner en contexto esto de los Reyes y los regalos, ese origen que la tradición sitúa en hace 2.024 años («somos los hijos de los Reyes Magos», bromeaban los pequeños actores que hacían de los tres sabios de Oriente).
Liliana Ibáñez, delegada de Inpavi en Málaga, también enmarcó el evento organizado -nada menos que traer a los mismísimos Reyes Magos- dentro de la labor que desarrolla la organización durante meses: «Éste es como el premio final de todo el trabajo que hacemos arduamente con ellos todo el año. Son familias en riesgo de exclusión social o que viven en barriadas en exclusión social, aunque muchas de ellas son hogares normalizados que viven una nueva pobreza, porque sus padres están trabajando, pero como el alquiler está tan alto y todo se está encareciendo tanto, pues están entrando en la pobreza, lamentablemente. Puede ser hasta tu vecino el que esté pasando esa situación». Inpavi trabaja en refuerzo educativo de los chavales y también desarrolla escuelas de padres y madres, «lo que también es trabajar con la infancia, porque les enseñamos cómo educar a sus hijos, cómo alimentarlos bien y en cómo poner límites en las redes sociales.» Ahora, con el reparto de cerca de 2.000 juguetes, meriendas y mochilas escolares, todo a estrenar, continúa Ibáñez, se hace posible que niños que quizás de otra manera no podrían tener juguetes el Día de Reyes también los puedan disfrutar. ¿Por qué esto es tan importante? «Tenemos que dignificar la infancia; es importante que el niño juegue, que tenga esa alegría de recibir un juguete, de abrir su paquete, de ver ese cochecito, esa cosita que tanto esperaba», reflexiona la delegada de Inpavi en Málaga.
No, algunas familias no lo han pasado bien en estas fiestas que están a punto de terminar. Como Laura y su hija María (nombres ficticios), esta última de tres años. Laura dice entre lágrimas que lo está pasando mal después de vivir una situación de violencia de género: «Soy una trabajadora en un momento muy difícil y me emociona ver a mi hija tan feliz y que esta organización nos ayude». Entre los regalos que ha recibido la pequeña se encuentra un maletín de doctora. Parece que ha sido el que más le ha gustado, más que los Pin y Pon y los bloques: «Ella cura», llora su madre mientras profiere la bien traída metáfora. Y Juan, padre de Juan, de seis años, y de Jesús, de dos, admite que estas navidades lo han pasado mal por «problemas familiares de salud y de libertad». «Este 2024 ha sido muy malo», confiesa este vecino de La Palmilla. El pequeño Juan revela que no han celebrado estas fiestas porque su abuelo «se ha ido para el cielo». Pero el padre dice que sí quería que sus hijos disfrutaran de los Reyes y que tuvieran regalos. Porque, como defiende el niño, él se ha portado muy bien, sobre todo en el colegio, donde es «perfecto», aunque admite que lo es un poco menos en la casa. SUR habla con el niño Juan antes de que aparezcan los Reyes en escena. Estaba notablemente nervioso. Pero iba añadiendo peticiones a la larga lista de su carta a Sus Majestades: juegos para la Play, móvil («soy pequeñito, pero mis primos también son pequeñitos y tienen móvil», esgrime)... Faltan aún tres días y necesitará otro folio para la misiva.
«No hemos hecho gran cosa estas Navidades porque no hay dinero. Pero los niños lo han pasado bien», cuenta Onome Omasheye, nigeriana ya más malagueña que ninguna después del cuarto de siglo que lleva en la ciudad. Aunque recuerda que en Nigeria también celebraba la Navidad, pero con menos luces y sin árboles. «Sólo los ricos tienen árboles, aunque yo siempre compro algo, aunque pequeño, porque los niños me lo piden», afirma. En el salón de actos montado para la recepción de los Reyes Magos ella, como los demás padres y madres, está sentada en las filas de detrás, porque los pequeños ocupan las delanteras. Los suyos, Enmanuel, de once años, y Mirabel, de cuatro, están felices: «Me hace mucha ilusión, su alegría es mi felicidad».
Ana, la mamá de los bulliciosos trillizos Mila, Triana y Manuel, dice que esta Navidad ha sido como todas, con la misma rutina, tranquila... Pero casi es imposible de creer que sea verdad. Porque los tres pequeños que adoptan a un «cuarto trillizo», como llama Manuel a un amiguito de la familia, son un terremoto, aunque a primera vista engañen vestidos con unos primorosos abriguitos. Drones y bicis eléctricas componen su carta a los Reyes. A ver lo que cae. Porque admiten que son buenos «a veces». Entre ellos parece que sí se hacen bastantes picias: «Manuel ha sido malo, no le van a traer nada los Reyes», se chiva una de las hermanas. Todas las Navidades son iguales, repetitivas... como todo el calendario... Pero por los niños las mamás y los papás hacen el esfuerzo y los llevan a ver las luces, los Reyes, a comer chocolate... Incluso realizan una labor de inmersión cultural: en la casa de Saleha, marroquí de Tetuán, son musulmanes, pero también celebran la Navidad para que Sara, de ocho años, y los demás pequeños de la familia se lo pasen bien: «Hemos ido dos veces al centro a ver las luces», presumen. Las fiestas hay que celebrarlas todas, las musulmanas y las cristianas, dicen.
Y sí, casi siempre los padres y las madres disfrutan más que sus vástagos aunque no sean ellos los directos perceptores de los regalos. Se alimentan de la luz de sus caritas y del brillo de sus ojos. Ana, que está con su hija Yasmín, de cuatro años, confiesa estar «impactada, emocionada» con la fiesta y los regalos. Y también Sandra, la mamá de Isaac y de Dyland, que ya están jugando con los bloques y las construcciones en el suelo: no han podido esperar ni un minuto después de recibir los regalos de manos los Reyes para abrir los paquetes y ponerse a jugar. Estos pequeños vecinos del Molinillo, dice su madre, son muy buenos y sacan buenas notas, pero entre ellos se pelean mucho, aunque parece que los Reyes han hecho la vista gorda con ese mal tan común entre los hermanos.
Jimena, de cinco años, va con su padre, David. Y después de haber visto a los Reyes en La Corta volverá a disfrutar de ellos en la cabalgata de Miraflores y en la del centro de Málaga. Sus Majestades sólo vienen una vez al año, reflexiona el padre, y hay que exprimir la visita y también los regalos, porque, otra más, esta niña también presume de ser buena, de hacer caso a sus padres en casa y de hacer todas las tareas que le mandan en el cole. Así que se siente legitimada para pedir cosas de envergadura: además de una tablet como la de su prima, también una moto y un coche («de juguete», precisa). «A veces también pasa por casa Papá Noel», dice David, cuando la niña enseña un enorme reloj (también de juguete) que luce en la muñeca. «Me lo trajo cuando era pequeña», dice. El padre bromea: «Sí, hace cinco días era mucho más pequeña».
Quienes fueron niños en los ochenta o en los noventa incluían al final de sus cartas tras su listado de deseos eso de «y lo que Sus Majestades quieran». Sabían (sabíamos) que muchas de las cosas y de los juguetes que habían pedido no llegarían. Pero habría otros y nos harían la misma ilusión o más. Dan igual las cosas que haya dentro de los paquetes. Pero tiene que haber algo. De eso se ha asegurado Inpavi. El niño Elías, de once años, estaba desde temprano a la puerta del centro de Inpavi para ver a los Reyes y recibir regalos, junto a su prima Luana, de tres, y Cataleia, de trece, y su tía Diana. «Estas Navidades ya me han regalado una sudadera verde y petardos. Y hemos comido panetone. Me gusta mucho la Navidad. Sobre todo hacerme fotos con Papá Noel y los Reyes», explica Elías. Al final, nos enseñó feliz el futbolín, el regalo estrella que había recibido dentro de una bolsa repleta de paquetes. No era lo que había pedido. Le dio igual.
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