'Riders' de Glovo aguardan los pedidos frente al McDonald's de la Plaza de la MarinaDaniel Maldonado
Lo que realmente se paga (y a quién) cuando se pide comida por Glovo
Delivery ·
La mayor parte de los restaurantes aumentan sus precios para amortiguar el hasta 30 por ciento que se llevan este tipo de aplicaciones -entre las que también se incluyen Just Eat y Uber Eats- del total del pedido
La escena parece absurda, pero es real. Unos chavales jóvenes (no habrían alcanzado los 18) charlan animadamente en las zonas comunes de una urbanización de ... la zona de Parque Litoral, cerca del Carpena. Es un sábado y el reloj marca las 21.30, o lo que es lo mismo, la hora de cenar. Debaten sobre qué les apetece, y la mayoría decide que desean un McDonald's. Pero no se mueven de su sitio. Pasados unos minutos, una moto se acerca a la puerta del edificio. El conductor lleva una mochila amarilla de Glovo que abre tras bajarse del vehículo, y de la que saca varias bolsas marrones de la cadena americana que entrega por encima de la valla. Han pasado exactamente veinte minutos desde que abrieron la aplicación y tienen la comida calentita en su puerta. Podían haber recorrido los escasos 200 metros que hay desde su casa al restaurante, pero consideraban que pagar un envío de 4 euros entre todos ellos tampoco eran tan caro. Pero, ¿realmente solo han pagado el envío?
La respuesta a esta pregunta es tajante y sencilla: no. Cuando uno pide comida a domicilio (ahora se usa el término en inglés, 'delivery') no solo está pagando una cantidad extra por el reparto, sino que está abonando al menos un diez por ciento más por el producto de lo que estaría gastándose si comiera en el local o lo recogiera para disfrutarlo en casa. Glovo, Just Eat y Uber Eats son las tres principales plataformas de 'delivery' en España; tres compañías que aunque tienen métodos de trabajo y porcentajes diferentes, comparten algo en común: las tres se llevan entre un 15 y un 30 por ciento de lo que factura el restaurante; y esta es la principal razón por la que muchos de ellos (obligados a estar presentes en las apps para no desaparecer del mercado) suben sus precios para que las plataformas no asuman la totalidad de sus beneficios.
Es muy fácil comprobarlo. Se toma como ejemplo una hamburguesería de un barrio popular de Málaga, y del que no se pone el nombre por petición del local. El campero vale 4 euros; una ración de patatas 'turcas' (con carne de kebab y salsa de yogur), otros 4. El refresco son 2 euros. Si un cliente llamara por teléfono y recogiera el pedido el coste sería de 10 euros. Si se pide por una aplicación como Glovo puede ascender a los 14,5. ¿Cómo se ha llegado a que cueste casi un cincuenta por ciento más?
Aunque hay casos concretos, de media Glovo cobra el 30 por ciento a sus restaurantes. Según ha podido constatar este periódico en decenas de sitios, los restaurantes suelen subir un 15 por ciento los precios de la carta para no perder tanto porcentaje de la facturación. A este euro y medio extra (en una cuenta total de 10) hay que añadir unos 3 más de envío, una cantidad que va cambiando en función de la lejanía entre el emisor y el receptor. Ya están los 14,5 euros. De esta cantidad, 8,05 euros se los queda el restaurante, 3,45 Glovo y 3 euros el repartidor. Fuentes consultadas explican que algunas de estas aplicaciones también dan una parte del total del pedido al repartidor, pero se trata de porcentajes en torno al 1 por ciento.
Así funcionan las aplicaciones de 'delivery'
Una de las claves de por qué triunfan estas aplicaciones de reparto de comida a domicilio es su comodidad, pero no la única. Cuando uno completa (y paga) un pedido por Glovo, Just Eat o Uber Eats, dicho pedido llega a una especie de máquina emisora de tickets en el restaurante. Automáticamente, esa comanda se pone a la 'cola' del resto de comandas, pero se cuela por delante de otras personas que podían estar esperando. Dicho de otra manera: si uno llega a un restaurante y hay una cola de diez personas, sabe que tiene diez pedidos por delante de él. Pero si en ese momento entra un pedido de Glovo éste se salta la cola.
El resultado de esta forma de trabajar de las aplicaciones es fácil de comprobar. Este periódico realizó una prueba concreta y reveladora. Se llamó a una conocida cadena de locales de 'noodles' que cuenta con repartidores propios, pero que también trabaja con las plataformas habituales. El tiempo de espera para que el pedido estuviera en casa (el restaurante está situado a 7 minutos) era de una hora y veinte minutos «por lo menos», matizó la persona que estaba al otro lado del teléfono. Se decidió no seguir adelante, pero al entrar en Glovo y realizar exactamente el mismo pedido la realidad fue otra. El motorista con la mochila amarilla apenas tardó 38 minutos.
En un conocido asador de pollos de la barriada de La Paz, en Málaga, sucede un hecho similar. Hasta hace poco tiempo había dos colas; una para aquellos que habían pedido por teléfono y otra para los que no habían reservado previamente. Ahora, se ha sumado una tercera fila para los 'riders' que avanza mucho más rápido que las otras dos. Ante las quejas de varios clientes, un empleado reconoció lo que todo el mundo se imaginaba: «Si pides por la app te llega a casa mucho antes que si llamas por teléfono». Entonces, ¿por qué los locales dan prioridad a los pedidos de unas aplicaciones que se llevan el 30 por ciento de su trabajo frente al resto de comandas?
La respuesta a esa pregunta la tiene Moisés López, propietario de la exitosa hamburguesería Moi's de Ciudad Jardín, pero también asesor fiscal de decenas de pequeños negocios como el suyo por toda la capital de la Costa del Sol, lo que le permite tener una radiografía completa de la situación. «Los pedidos de Glovo llegan antes, eso está claro. Esto es así porque es política de Glovo, te exigen un tiempo máximo de 20 minutos de preparado más el reparto», cuenta este empresario, que sin embargo en su caso no tiene problema en admitir que él no lo hace así. «Yo tengo mis propios repartidores también, así que cuando me llega un Glovo no lo atraso, pero tampoco lo pongo por delante de otros pedidos que han llegado antes».
La hamburguesería Mois's tiene suficientes pedidos como para tener sus propios repartidores, además de los de Glovo y Just Eat
Ñito Salas
El caso de Moisés López y de su negocio resulta especialmente llamativo. Abrió durante la pandemia y al principio repartía él mismo o algún amigo que le hacía el favor. Sin embargo, el éxito de sus hamburguesas le ha permitido tener hasta cuatro repartidores propios en plantilla durante el fin de semana. «Cuando me veo que estoy a tope apago las máquinas de Glovo y de Just Eat y solo me quedo con las mías, que con ellas no le regalo mi facturación a nadie», señala. En una noche normal de fin de semana sus repartidores entregan del orden de 45 pedidos, mientras que las dos aplicaciones solo pueden a optar a algo menos de una decena cada una de ellas.
El modelo pospandemia que afecta a los locales de barrio
Aunque el 'delivery' ya estaba en alza en marzo de 2020, el confinamiento, las restricciones y el temor al contagio potenció de manera extrema que los restaurantes trajeran la comida a casa, a pesar de que la idiosincrasia malagueña siempre ha sido la de salir a la calle a comer o cenar. Aunque el volumen ha bajado con respecto a los peores meses del Covid, el modelo ha llegado para quedarse.
La segunda app más utilizada en Málaga es Just Eat
Ñito Salas
Sin embargo, el envío de comida a domicilio no es un negocio redondo para todos. Una gran parte de estas hamburgueserías o restaurantes de barrio que antes solo vendían en el local se ven obligados a tener estas aplicaciones para no desaparecer del mercado. «Hace un tiempo la gente llamaba desde casa para comprar dos camperos. Bajaba y los recogía. Ahora piden por Glovo a pesar de que les sale más caro. Me encantaría no regalarles mi facturación, pero si renuncio a las aplicaciones desaparezco del mercado porque una gran parte de los clientes piden a otro sitio», admite el propietario de uno de estos negocios situado en Torremolinos. Cuenta que se resistió aunque hubo un momento en el que tuvo que ceder.
La fotografía de este local se repite de forma sistemática, cuenta Moisés López. «A veces el factor calidad a la gente le da igual. Prefieren pedir por Glovo que bajar a la calle», se lamenta el empresario y gestor. «La gente no sabe que está pagando más por estas aplicaciones; a los clientes habituales se lo he dicho para que lo sepan, pero algunos ni aún así», añade.
Moisés asegura que la práctica totalidad de los negocios suben los precios en las aplicaciones para no perder tanto dinero, pero recuerda que cuando se firma un contrato con cualquiera de ellas se les obliga a mantenerlos. «Eso casi nadie lo cumple, ahí entra la picaresca», reconoce, aunque hace diferencias entre una y otra. «En Just Eat para cambiar un precio hay que mandar un correo con una foto del menú, pero la gente lo reedita. En Glovo lo puedes cambiar tú mismo y es más sencillo, pero al final todas miran para otro lado. Cuanto más caro sea el pedido, más ganan ellos».
En su caso, él se arriesgó y ahora tiene a cuatro repartidores. Pero, ¿cuándo es rentable tener repartidores propios? «Hay que tener un número determinado de pedidos, o bien esperar hasta que estos lleguen, si es que lo hacen. Al menos diez o doce pedidos diarios son necesarios para que salga a cuenta. Pero para llegar hasta ahí… ya sabe sabe. Es un riesgo que las grandes apps no tienen», sentencia.
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