Ningún día sin Luis
Día del Superviviente por la pérdida de un ser querido por suicidio ·
El hijo de Rocío se quitó la vida en 2017, cuando solo tenía doce años. Su madre cuenta ahora cómo es la vida que queda después: «Morimos todos». El recuerdo, sin embargo, sigue vivoA qué tiene que saber cuando el cuerpo se reduce a nada más que una simple funda que contiene los órganos vitales, incapaz de efectuar los movimientos más simples o de mostrar emociones. Rocío Merino, 47 años, lo supo en los días posteriores al 29 de octubre de 2017. En aquella nebulosa de acontecimientos difuminados, recuerda con nitidez una cosa: para poder asistir al funeral de su hijo, su mejor amiga, «la hermana que una elige», tuvo que ayudarle a ducharse y ponerse la ropa. Por sí sola no era capaz de ejecutar las acciones más básicas y rutinarias.
En el cementerio de Málaga, donde enterraron a Luis, la vida no le da ninguna tregua a Rocío. No es un lugar que frecuente demasiado. Si lo hace, acude en compañía de una amiga. Al dar los primeros pasos por el recinto de Parcemasa siempre percibe que está en un sitio al que en realidad ni ella ni su hijo pertenecen. «Yo sé que él no está aquí. Cuando voy le llevo un cactus, que le gustaban mucho», dice e inclina la cabeza en señal de certeza.
Luis es el nombre del hijo mayor de Rocío. Un domingo por la tarde, aquel 29 de octubre de 2017, se quitó la vida cuando tenía doce años. Unos momentos antes compartía mesa con sus padres y su hermana menor. Una semana antes había salido con su monopatín. Tres días antes había jugado a su videoconsola. No hubo una carta de despedida. Solo la ventana de su cuarto abierta de par en par.
Luis siempre tendrá doce años y será eternamente joven. Pero de poco sirve porque ya son cuatro años en los que falta cada día.
¿Qué es y qué significa estar de luto cuando el que ha decidido acabar con su vida es un hijo que acaba de entrar en segundo de la ESO? Rocío asegura que hubo algo que supo enseguida. Esa misma tarde, en la que lo único que le pedía a los agentes de la Policía era que la dejaran bajar, que el que estaba ahí era su Luis. «Ese día murió nuestra familia. Ese día murió la pareja. Ese día morimos todos». Lágrimas caen por su mejilla y se pierden por su cuello cuando recuerda unas horas en las que cambió todo. «En ese momento no te lo crees. El vacío es ahora. Ahora piensas en él y sonríes… Pero enseguida te das cuenta que no lo vas a volver a ver. Esa sensación es horrible».
Unas 300 personas se han suicidado en lo que va de año en la provincia de Málaga. Más muertes que la suma de accidentes de tráfico, sobredosis de drogas, homicidios y las provocadas por el sida. Un suicidio es una decisión en la que los que quedan atrás, los que más sufren, no han sido involucrados. Es una decisión que deja una tristeza que paraliza, que provoca rechazo y falta de comprensión en el entorno. Noelia Espinosa es la psicóloga de Alhelí, una asociación con sede en Soliva, donde se acompaña a los familiares en el proceso del duelo: «El suicidio es la causa de muerte que sigue asociada al tabú y los silencios».
El marido de Rocío se pasó tres años metido en la cama. Ella, cuando por un gesto casual se le arrancaba una risa, se pasaba cuatro días con un cargo de conciencia que la anclaba en casa. «Crees que no tienes el derecho a reír o el derecho a disfrutar. Yo era la responsable de un niño de 12 años». El relato de Rocío es el que describe una existencia triste. Una que va de noches largas y días vacíos.
Un suicidio impacta como un tsunami, destroza como una fusión en el núcleo y tiene el alcance de un vuelo de larga distancia. Rocío se ha visto señalada muchas veces con el dedo acusador: «Evidentemente, te juzgan. Vivimos en un barrio donde todo el mundo se conoce. Y claro, tú notas como te pegan los codos. Es que lo hacen delante tuya».
El entorno, los vecinos y los familiares. Siempre hay gente que es muy rápida para especular con la causa. Una infancia complicada, mal de amores o demasiada presión por parte de los padres. Es como si un suicidio también violara las normas de las que se dota una sociedad para parecer modélica.
– ¿Alguna vez ha sospechado que Luis podría hacer algo así?
– No. Nunca.
La pregunta del porqué representa el dolor más atroz y angustioso. Mil veces ha repasado en su cabeza lo sucedido y mil veces se ha quedado sin respuesta. ¿Fue la última vez que le regañamos? ¿Por qué no he notado nada? ¿Qué señales se me han escapado? El sentimiento de culpa se ha convertido para Rocío en un cáncer que no se deja extirpar. Ahora gira la cabeza y entrecierra los ojos para hacer una reflexión que cualquier madre que ha sentido amor haría: «Era un niño de doce años. Algo le tenía que pasar y yo no me di cuenta. Yo no noté nada extraño en él, nada diferente. Y eso siempre va a ser responsabilidad mía».
Un día soleado y caluroso. Así recuerda el fatídico 29 de octubre de 2017. Su hija pequeña acababa de llegar de un campamento del colegio. Ella había preparado la cena y la familia estaba sentada alrededor de la mesa. «Mi hija es celiaca. Él, sin darse cuenta, contaminó la comida de su hermana. Le regañamos, pero no más que en otras ocasiones. Cuando tiene doce años regañas muchas veces a tu hijo. Él se fue para su cuarto. Al rato me dije voy a ver si se ha tranquilizado». En las siguientes imágenes que le vienen a la cabeza solo se ve a sí misma gritando y llorando. La llegada de la ambulancia. A los policías y al equipo de psicólogos del Ayuntamiento.
La foto que tiene Rocío en su perfil de Whatsapp muestra la imagen de un niño risueño y con pelo moreno. Atildado y con la mirada limpia. «Luis era un ser que se hacía querer muchísimo. Un niño muy dulce, con un gran corazón. De mí sacaba la compañía y el cariño. De su padre los juegos, el hacer el bestia. Yo me divertía mucho con él», dice y resalta que no pasa ningún día en el que no piense en él. En el salón de casa cuelga el último dibujo que Luis trajo a casa, una forma geométrica que hizo en clases de plástica. A Rocío le gusta ponerse sus calcetines o calzarse sus zapatillas: «Intento rememorar los momentos felices. Aunque a veces es imposible que el recuerdo no se te vaya a ese día fatídico».
Es ahora, en este último año, cuando nota que se va permitiendo algunos momentos de cierto sosiego. «Ayer estuve cenando con mi marido en un restaurante. Antes no podíamos hacer eso porque acabábamos fatal», explica. Luego celebra como un triunfo que los dos caminen por la calle como hace tiempo que no lo hacían: cogidos de la mano.
¿Qué le ha ayudado a Rocío? El encuentro con personas que han pasado por lo mismo que ella. En Alhelí no se siente juzgada. En el grupo se ha dado cuenta de que su familia sí era normal. Aquí habla con la madre que es maestra o con el padre que es ingeniero. El suicidio no entiende de clases ni estratos sociales.
Luego, mientras repasa en su mente las fotos que tiene almacenadas, repite por enésima vez que a Luis le gustaba mucho viajar. Un verano recuerda como toda la familia se fue a París. Al otro cruzaron el charco para ir a Nueva York. A Rocío lo que le gustaría es seguir colgando fotografías mentales de esos viajes y ampliar el mosaico de recuerdos. Sin embargo eso pertenece a otra época. En realidad, ella es esa época y lo que viene después es como si el tiempo se hubiera parado y su vida se hubiera detenido.
Al cabo de una media hora, Rocío se ha vaciado y ha compartido algo para lo que no existen palabras. Es el testimonio de una persona fuerte. El de alguien cuya voz interior le ha pedido que no se vaya porque le queda una hija que ayer fue niña, hoy es adolescente y el día de mañana será una mujer que se sentirá orgullosa de su madre.
Un silencio algo incómodo se empieza a abrir espacio y se escucha el carraspeo de una garganta. Del cuello de Rocío cuelga una cadenita de oro y de la cadenita una letra, la 'L', en forma de molde de oro que se mueve hacia delante y hacia atrás, como si alguien la estuviera meciendo. Puede ser que haya gente que haya empezado a olvidar que Luis existía. Ella nunca lo haría.
– ¿Qué le diría si pudiera?
– Le daría las gracias por haberle conocido.
*Si tú o alguien que conoces está pasando por un mal momento: Llama al Teléfono de la Esperanza (717.003.717). En caso de emergencia o riesgo inminente, llama al 112.
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