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Margarita Toledo sostiene la imagen de su hijo, Francisco Javier Soria, en el salón de su casa. Ñito Salas

Margarita Toledo, la madre del cabo Soria, muerto en el Líbano hace diez años: «Nos vamos a morir y no van a haber puesto una calle al niño»

La mujer, de 69 años, ahora cansada y desanimada, emprendió una batalla legal para que fuera posible juzgar a los responsables: su hijo estaba en una misión de paz y falleció por un ataque que Israel atribuyó a un error de cálculo

Lunes, 17 de febrero 2025, 00:33

«En los pueblos no se daba trabajo a los comunistas. Los dueños de los campos iban a los pueblos a buscar mano de obra. Los mozos se ponían en la plaza. A mi padre no lo cogían». Es la anécdota con que comienza su narración Margarita Toledo. SUR no la visitaba en su casa de El Cónsul para hablar de su padre, sino de su hijo. Pero sin conocer la historia ideológica familiar su relato perdería fuerza, algo de sentido y mucho dramatismo. Aunque esto no es un drama, es una tragedia con tanta verdad, amor y muerte que parece escrita por los clásicos griegos y se recuerda cada 28 enero cuando esta mujer recibe siempre una llamada de una tocaya, de Margarita Robles, la ministra de Defensa.

Ésa es la fecha en la que, hace justo una década, el cabo Soria, Francisco Javier Soria Toledo, murió en el Líbano. La madre cuenta que se enteró por televisión de que habían matado a un cabo malagueño de 36 años, que salieron todos corriendo y gritando a la calle. «Quería morirme. ¡Otro, no!». La familia ya había perdido a otra hija, a Miriam, que nació con cuatro vueltas de cordón umbilical ahogándola y que había fallecido un lustro antes con apenas 19 años, justo el Día de la Madre. «¿Tú te crees que yo lo celebro?», espeta esta mujer que ha perdido dos hijos, algo tan antinatural que no tiene nombre. Los huérfanos sí saben cómo nombrarse.

«Cuando mi hijo se metió en el ejército pensé que no iba a aguantar, pero resultó que lo amaba. Adoraba a su mujer, a su hija y a su bandera, eso decía siempre»

Margarita Toledo fue limpiadora hasta que dejó el trabajo para cuidar a su hija Miriam, dependiente total desde que vino al mundo. Su marido era empleado de Limasam. El hijo, Francisco Javier, pudo haber seguido los pasos del padre, ahí tenía plaza. Pero se hizo soldado. «En mi familia nadie había hecho el servicio militar. El último fue mi padre, que lo hizo en la República. Mi hermano a los 16 años emigró a Bélgica y jamás ha querido volver a España, dice que la patria es donde te ganas el pan», recuerda la mujer, que ha cumplido ya los 69 años. «Cuando mi hijo se metió en el ejército pensé que no iba a aguantar, pero resultó que lo amaba. Adoraba a su mujer, a su hija y a su bandera, eso decía siempre», continúa. Esa hija a la que idolatraba nació cinco días después del ataque israelí que le provocó la muerte al cabo Soria. A esa niña, que acaba de cumplir diez años, no la llegó a conocer nunca.

«Del ejército le dije que no me hablara, que no me contara nada de bombas, de granadas… porque a mí el ejército no me gustaba». En esas palabras de la madre raspa la contradicción entre el dolor y ese todavía reproche contra ese hijo que murió cuando ese 28 de enero, según la versión que tiene clavada en su memoria la mujer, Israel estuvo disparando dos horas y media contra la posición española, un ataque que alcanzó al cabo Soria, que estaba en la torre de vigilancia y a quien luego sus compañeros echaron en falta cuando se fueron a refugiar en el búnker.

«Estaba en misión de paz»

«Nos dijeron que fue un error de cálculo, pero alguien tendría que dar la orden. Y también que se trataba de una guerra, pero mi hijo estaba en una misión de paz, quienes estaban combatiendo eran Israel y Hezbolá. Si hubiera sido en guerra, si hubiera sido un accidente, si hubiera pisado una mina… vale, pero es que Israel estuvo atacando dos horas y media y mi país se ha conformado con 220.000 dólares», clama. Ésa fue la cantidad con la que Israel indemnizó a la mujer y a la hija del cabo Soria tras reconocer errores sin intencionalidad en su actuación de ese día de enero de 2015. Por parte del Estado español, son beneficiarias de una prestación mensual esposa y niña por viudedad y orfandad.

Francisco Javier Soria pertenecía al contingente español desplegado en la misión de la ONU en la frontera entre Líbano e Israel, era uno de los cascos azules. El bombardeo hebreo que acabó con su vida respondía a un ataque previo de Hezbolá que había matado a dos soldados israelíes. Las investigaciones que llevaron a cabo el Ejército español, las Naciones Unidas y el Gobierno de Israel concluyeron que los artilleros cometieron errores al disparar sobre la torre de vigilancia en la que se encontraba Soria y no a las posiciones de la milicia libanesa.

Ñito Salas

«A veces me enfado con él; él solo se lo buscó. Yo estoy enfadada con mi hijo»

«A veces me enfado con él; él solo se lo buscó. Yo estoy enfadada con mi hijo. Traté de echarle una mano para que no se fuera. Compré todas las cosas para el bebé que estaba en camino para ayudarlos. Pero yéndose a una misión de paz al Líbano iba a ganar más dinero y por eso se iría, pese a que estaba esperando su primer hijo», comenta. Se siente la amargura con la que pronuncia estas palabras. Le rasga la garganta. También el cáncer que le atacó el cuello y que acaba de superar.

Margarita Toledo no pudo ver el cuerpo de su hijo, lo que le sigue martirizando, porque sí pudo sostener a su hija Miriam en brazos hasta que murió. Pero es que el ataque israelí le había reventado al cabeza al cabo Soria. Margarita añade, con la fuerza de sus convicciones intacta, sin moverse un ápice pese a la tragedia, que cuando vio el féretro forrado con banderas, las odió. Pero reconoce que adoró al alcalde de Málaga, Francisco de la Torre. Recuerda las palabras que le dijo en el homenaje que se le prestó al cabo en Córdoba, en Cerro Murriano: «Estoy aquí como vuestro alcalde y como malagueño»; «ahí me vi sola con mi marido y mi hija y el alcalde se puso a mi lado, me acompañó».

Y aprovecha para recordarle al regidor que en 2018 se aprobó poner una calle a su hijo y que no se ha hecho: «Nos vamos a morir su padre y yo y no van a haber puesto la calle al niño, y era muy, muy boquerón». Mamó malagueñismo y andalucismo desde antes de nacer, en esa marcha del 4 de diciembre de 1977 a la que, recuerda, fue «gorda embarazada de él», y con su hija mayor, Esther, agarrada de la mano.

Ñito Salas

Margarita Toledo, a partir de la muerte de su hijo, emprendió una batalla legal que la llevó al Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) después de agotar el caso en los tribunales españoles: en la Audiencia Nacional el juez lo archivó alegando que la reforma de la jurisdicción universal promovida por el Gobierno de Aznar le impedía investigar, lo que ratificó el Supremo. Y el TEDH les dio la razón a estos jueces españoles: las indagaciones competían en exclusiva a Israel.

Para buscar justicia para su hijo, Toledo llegó incluso a meterse en política: fue candidata de Unidas Podemos al Congreso por Málaga. «Necesitaba que me echaran una mano», dice. Aunque ella durante años, sobre todo hasta la pandemia, luchó no sólo por su hijo, sino por los derechos de todos los miembros de las tropas españolas, denunciando escándalos como el de los fallecidos del Yak-42.

«He puesto esta foto en el salón porque veníais vosotros. No quiero fotos de uniforme. ¿Veis lo que pasó? Había un musulmán, un cristiano y un judío. Los tres rezando a tres dioses diferentes y matándose entre ellos»

Pero últimamente se siente desencantada. Está cansada. Cree que su lucha no ha servido para nada, porque al cabo Soria no le han dado ni una calle. También confiesa que el retrato de su hijo vestido de militar no forma parte de la galería de recuerdos de su salón, que la ha puesto en lo alto del mueble por la visita de SUR: «No quiero fotos de uniforme. ¿Veis lo que pasó? Había un musulmán, un cristiano y un judío. Los tres rezando a tres dioses diferentes y matándose entre ellos. ¿Tú crees que algún dios les escucha? Esta guerra no se va a terminar nunca, y menos con Trump, que es un bicho», sentencia.

«Vino de nalgas, me costó parirlo, criarlo, educarlo… Se me han ido dos vidas, pero mi conciencia está tranquila», concluye la mujer.

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