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Isabel Esteva se jubiló hace más o menos un año, pero hasta entonces había coordinado durante más de veinte años la Unidad de Transexualidad e ... Identidad de Género (UTIG) de Andalucía, un equipo pionero e interdisciplinar enfocado a tratar lo que antes se llamaba 'disforia de género', y que ahora lleva el nombre de 'incongruencia de género'. Andalucía aprobó en 2014 una ley que defendía la autodeterminación de género y que suprimía los exámenes psicológicos de los solicitantes de tratamiento. Esteva se opuso entonces como se opone ahora al borrador presentado por Podemos, y lo hace por motivos similares.
–Esta 'ley Trans' que se propone ahora a nivel nacional no es un concepto nuevo. En Andalucía hay una legislación parecida...
–Cuando la izquierda estaba negociando el Gobierno andaluz en los años previos, acordaron que el PSOE dejaría IU la ley de transparencia y la ley trans. Y uno se pregunta, ¿cuántas personas trans hay en el mundo? Desde las unidades habíamos hecho estudios serios, pero ya no los va a haber. En el momento en el que descentralizas la atención...
–Usted nunca ha estado a favor de ley trans andaluza aprobada en 2014. ¿Por qué?
–La ley dice que fuera psicólogos y psiquiatras, y fuera evaluación diagnóstica. Nosotros dijimos que no íbamos a trabajar sin un psicólogo que escuchase las historias tan dramáticas que oímos, y que nos ponga nombre a situaciones muy raras y confusas. Entonces, del tres al cinco por ciento de las personas que venían a la Unidad quedaban excluidas porque tenían una confusión identitaria enmarcadas en otros contextos. En fin, es que no me podía creer que se aprobara una ley con un nivel tan bajo de entendimiento por parte de los que tenían que votarla.
–Pero bueno, aun así la ley sí se ha aplicado en Andalucía.
–Totalmente. A nadie le importó lo que teníamos que decir desde la Unidad. Se aprobó por unanimidad sin importarles cuánta gente podría caer. Lo único que conseguimos es que los problemas muy graves podían ser motivo para no continuar con el proceso, al menos en la Unidad de Málaga.
–¿Es la única que hay?
–No. Como me negué a que la primera atención a estas personas la hiciera un endocrino en vez de un psicólogo, la asociación Chrysalis de menores se quejó y nos quitaron a los niños y se los llevaron a Granada. Eso lo hemos denunciado y no nos hicieron caso, porque al final se tuvo más en cuenta las historias particulares y el impacto que tenían en la sociedad, que nuestras opiniones. Mire, claro que hay que tratar a las personas trans y claro que hay que tener leyes protectoras, pero sin demagogia. No se pueden prometer pisos, tratamientos quirúrgicos y listas de espera cero; y no obligues a los médicos a tratar a alguien que no debe ser tratado, porque luego te pueden reclamar.
–¿La ley de 2007 sí le parece bien?
–Esa legislación estaba enfocada al cambio registral. Te permite dos años de ajuste a tu cuerpo con un tratamiento hormonal cruzado, que es fundamental para que la persona sepa si realmente está alcanzando lo que quiere ser y sentir, o bien tiene otro conflicto diferente. Y también les ayudábamos a adaptarse a la sociedad para que ésta les acoja. Eso es fundamental. Es que no se puede empezar primero por el cambio de nombre y luego lo demás. Y por cierto, estoy en desacuerdo con la expresión esa de 'el sexo asignado al nacer'. A ver si ahora vamos a culpabilizar al médico o a la matrona de haber cometido un error. Es el sexo con el que la persona nació, recordemos que aciertan con el 99 por ciento de la población.
–En el caso de los menores parece especialmente complejo.
–Antes los menores estaban protegidos. Hasta que no llegaban a ponerse hormonas cruzadas a los 14 o 15, y de ahí hasta los 18, ya llevábamos varios años hasta que decidían si se querían operar o no, o bien si preferían volver a su estado previo, pero con secuelas. Porque claro que quedan secuelas, dicen que todo es irreversible y eso es mentira. Pero bueno, después de varios años entiendo que hay que aventurarse, pero lo que no se puede hacer es aventurarse de la noche a la mañana. Es que me ha venido gente diciendo que su niño juega con muñecas y que por tanto con 9 o 10 años le tengo yo que poner hormonas para que no pegue el estirón masculino. Ojo, y no es una cuestión de edad, que yo he ido con personas de 16 o menos ante el juez para apoyar el cambio registral, pero siempre tras varios años en la Unidad.
–Con todo ello, ¿qué le parece el borrador de la nueva 'ley Trans' que ha presentado Irene Montero?
–Lo lógico sería que un proyecto así viniera con asesoramiento; que participaran juristas, profesores, expertos en infancia y en identidad que matizaran todo el contenido. Pero es que ni siquiera han contactado con las unidades clínicas que llevamos veinte años trabajando.
–¿No han contado con expertos médicos?
–No me consta. Y yo he coordinado el grupo nacional de identidad y diferenciación sexual hasta hace poco.
–Pero entonces, el concepto de autodeterminación de género, que es la clave de esta ley...
–No, perdone, no es la clave. Uno puede autodeterminarse y luego que alguien te matice las estrategias terapéuticas.
–¿Quiere decir que hay una confusión intencionada entre identidad de género y expresión de género?
–Por supuesto. Hay un conflicto identitario actual en la sociedad que atañe a todo, no solo al género. Ese concepto de hiperlibertad y de hiperdiversidad respetable yo lo tengo, pero también está mi respetabilidad como médico y mi experiencia; dos cuestiones que me hacen decir que la gente confunde identidad con orientación, con rol de género y con estreses postraumáticos. No se puede hacer una ley en la que vaya todo al mismo lugar.
–¿Ha cambiado mucho el tipo de casos que llegan ahora a la Unidad de los de hace diez años?
–Lo de ahora no tiene nada que ver con el tipo de personas trans de hace veinte años, que llegaban hundidos. La mayor parte de usuarios que vienen ahora son personas con el pelo lila y azul turquesa, cuatro piercings y tatuajes. Gente que fracasa que en los estudios y que muchos confunden homosexualidad y orientación con identidad. Estas no son personas trans.
–Da la sensación de que se refiere a que hay una especie de moda.
–Es una tendencia, pero también son lobbies de poder. Estas identidades no transexuales extremas estaban esperando respeto cívico y tolerancia en sus familias, no una ley. Creo que antes de legislar el respeto hay que educar a la población. El cuerpo está sometido al mercado, y eso a veces implica la mente y la identidad. Al modelo de autodeterminación y al modelo identitario les pasa lo mismo. Antes eran los tatuajes y los piercings, ahora es el cambio de género. Pruebo a ver qué tal va, dicen. Es que no puedes probar a ver qué tal te va, y si lo haces, mejor sutilmente sin que haya que cambiar el nombre y sin que el médico te opere. Hay que diferenciar entre la transexualidad y el travestismo.
–¿Cuál es el riesgo –si es que lo hay– de que se apruebe esta ley?
–El borrador de la 'ley Trans' es irresponsable porque mezcla los roles y expresiones de género con la transexualidad, que es la que requiere un proceso concreto. Meter en el mismo saco ambas realidades hace que personas confusas puedan exigir una hormonación que no necesitan. A mí me da igual lo que ponga el carnet de alguien, las personas son personas. Pero qué pasa entonces con la demografía, la sociología, la paridad, los puestos de trabajo...
–Entonces piensa usted que también hay un riesgo para las mujeres, que pueden ser «borradas» como dice el feminismo.
–Y no solo las mujeres. Lo que pasa es que a los hombres no les molesta que un hombre trans entre a su vestuario o que participe en su disciplina deportiva. ¿Por qué? Pues porque los hombres –por culpa del patriarcado– habéis tenido todos los derechos en la mano, y un caso como éste no hace ruido. Las mujeres no hemos terminado de conseguir todos los derechos, y de repente creen que va a venir una invasión de mujeres trans. Que en el fondo tampoco sería verdad porque la estadística es baja. Pero claro, si ahora estas mujeres que presumen de serlo pero no se operan ni cambian vienen a ocupar las cuotas... malo.
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