Ser familia de acogida «engancha»
María y Ricardo dan cobijo en su hogar a tres menores de 15, 9 y 3 años y no creen que lo suyo sea un acto de generosidad: les hace felices ver cómo los niños evolucionan y crecen
María y Ricardo llevan siendo familia de acogida para niños desde el año 2016. Por su casa ya han pasado cinco menores. Y ahora mismo se encuentran a cargo de tres, a los que acaban de llevar de viaje a Portugal y con quienes preparaban otra pequeña escapada. Se trata de darles un hogar a estos niños y niñas, ése que nunca llegaron a tener, que perdieron o que se convirtió en un verdadero infierno por lo agria que se convierte a veces la vida para algunas personas casi nada más nacer.
La mayor de las niñas acogidas por María y Ricardo es una adolescente de quince años que lleva con la familia desde los nueve. Éste es un acogimiento procedente de otra autonomía: dado el grave maltrato que sufría la menor en su entorno familiar lo aconsejable era que tomara distancias, algo que también se ha aplicado en el caso de sus hermanos, que también están lejos de su lugar de origen, algo bastante excepcional, puesto que los procesos de acogida se suelen gestionar dentro de la misma comunidad. Se trata de una persona, además, diagnosticada de un trastorno del espectro autista. Y muy probablemente continuará viviendo en este hogar de acogida al menos hasta que alcance la mayoría de edad, si es que no cambian las circunstancias de su familia biológica, algo por el momento bastante improbable. Aunque esto no es lo que sucede siempre.
Tipos de acogida
Como explica Ruth Sarabia, delegada de Inclusión Social en Málaga o, en otras palabras, quien asume la tutela de los niños que pasan a ser responsabilidad del Estado en la provincia, la mayoría de las acogidas son temporales. Se suele tratar de soluciones provisionales a la situación de unos menores cuyos padres han entrado en la cárcel, se encuentran en unas dificultades económicas o de otro tipo que les hacen incurrir en el descuido circunstancial de sus niños o, simplemente, están enfermos –Sarabia ha detectado que tras la pandemia la enfermedad mental de los progenitores es una razón creciente para la retirada de la tutela de los hijos y que éstos pasen a estar temporalmente con familias de acogida–.
Aunque Sarabia también señala que hay casos en que las acogidas son permanentes de partida. Por ejemplo, cuando el padre o la madre ha fallecido y el otro progenitor tiene que cumplir una condena de cárcel de veinte años.
El tercer tipo de acogimiento es el de emergencia, que es aquél que tiene lugar ante situaciones especialmente violentas que requieren una protección inmediata para alejar rápido a los menores de las graves circunstancias que viven. Las familias que se prestan a este tipo de acogimientos tienen que mostrar una disponibilidad horaria total para recibir una llamada y, acto seguido, al menor en su casa. En cambio, en el caso de los acogimientos temporales o permanentes, hay un periodo de acoplamiento, que consiste en, poco a poco, en una semana o diez días, ir pasando más tiempo juntos para que el niño coja confianza con la familia.
Aunque antes de eso el hogar de acogida pasa un periodo de preparación y una evaluación para saber si está preparado para dar cobijo a estos menores. Por ejemplo, se analiza si todos sus miembros de la familia respaldan la decisión y están dispuestos a colaborar en la creación de un hogar para los menores.
En la casa que nos ocupa vive también Amelia, la madre de María, y Andrea, hija de ésta, de 23 años, junto a su pareja. Forman parte de su «equipo» familiar de apoyo a los menores. Amelia valora como «preciosa» la experiencia. Además, dice que le da mucha alegría, porque ella pertenece a una familia pequeña y le gusta ahora tener la casa llena y con niños que la llaman abuela, ahora que sus nietas biológicas ya han crecido.
Una de éstas, Andrea, hija de María, estuvo de acuerdo cuando su madre y su marido le comentaron que querían convertirse en familia de acogida. Y si en su momento, hace siete años, lo hizo de forma un poco desapasionada, reconoce que la experiencia ha sido un ingrediente muy importante en la construcción de su vocación docente –acaba de terminar Magisterio Infantil– y que le ha ayudado a saber qué tipos de niños se puede encontrar y cómo van evolucionando según crecen. Reconoce que se encariñó del primer menor que pasó por su casa y que sufrió mucho cuando se fue: no había interiorizado la filosofía de estos procesos de acogida, que tienden a ser temporales. Aunque se crean tales vínculos que continúan manteniendo el contacto y se siguen viendo. Pero Andrea sí que ha percibido que entre las familias que podrían plantearse acoger a niños eso es precisamente lo que les echa para atrás: la tristeza de verlos marchar. Pero ella dice que cuando los menores abandonan el hogar, «tienes la ilusión del siguiente que va a venir». Andrea añade: «Sabes que eres un proceso en su vida, no eres su futuro».
Lo que más echa para atrás a las familias que se plantean acoger a menores es que llegará el día en que habrá que decirles adiós, pero Andrea reflexiona que hay que ser consciente de que sólo se es un proceso en la vida de esos niños, no su futuro, y que hay que pensar en la ilusión del siguiente que llegará a casa
Relación con la familia de acogida
La niña mediana que acogen tiene nueve años y lleva en su casa tres meses. Fue protagonista de un acogimiento de emergencia por parte de otra familia, pero la niña requería una acogida permanente porque su madre no puede hacerse cargo de ella. Y María y Ricardo, que ya la conocían porque el primer acogimiento lo realizó un hogar amigo, se postularon. Aunque saben que en algún momento un hermano mayor de edad que tiene la niña puede decir que puede hacerse cargo de ella.
En este caso, además, se da la circunstancia de que la menor mantiene el contacto habitual con su familia biológica y se ve una vez al mes con su madre y dos veces con sus hermanos y la relación de éstos con María y Ricardo no es mala, al revés: si bien lo normal es que en los encuentros no coincidan familia biológica y de acogida, ellos sí lo han hecho y dicen que el saludo que intercambiaron fue cordial. A veces los padres biológicos son conscientes de que no pueden hacerse cargo de sus hijos temporalmente y que están mejor en otro hogar.
Aunque en otras ocasiones no se produce esa aceptación y la relación se convierte en muy conflictiva. Como con la familia del niño más pequeño acogido por María y Ricardo, que tiene tres años y que lleva desde que tenía cuatro meses en su casa. Entró en ese hogar como un acogimiento de emergencia, pero como nació un día antes del confinamiento, la Covid suspendió o ralentizó todos los procesos, además del tratamiento de su sordera genética, que ha asumido la familia de acogida.
Las personas que dan un hogar a estos menores reciben ayudas de 522 euros que ascienden a los 670 en caso de que tenga necesidades especiales
Dar cobijo a menores es algo que «engancha», dice Ricardo: «Ves cómo llegan los chiquillos y cómo se van; ves cómo están el tiempo que están en tu casa, ves su evolución, sabes que haces un bien por ellos». Aunque a veces es complicado. Un gran reto lo afrontaron con la acogida de la chica de 15 años que tiene autismo: gestionar los primeros momentos fue difícil, porque la niña no sabía pedir las cosas que necesitaba, pero poco a poco han ido creando códigos que les permiten comunicarse. En todo caso, recuerda María, la asociación Infania, con la que ellos trabajan, les ofrece apoyo con atención psicológica para los niños: a ella recurrieron, de hecho, para abordar con corrección el comportamiento de su primer acogimiento, que llegaba muy tocado por la dureza de su vida previa. Las personas o los hogares que se responsabilizan de un menor cuentan, además de con este respaldo, con una ayuda económica del Estado: 522 euros al mes que suben hasta los 680 euros en el caso de que el pequeño tenga necesidades especiales.
No es una vía rápida a la adopción
Una cuestión que surge es si en algún momento se llegan a arrepentir de acoger en su casa a unos extraños con tan pesada mochila de traumas y problemas. Y María y Ricardo dicen que no. «Yo no lo noto como una carga. Es cierto que asumes una mayor responsabilidad y hay días que vas corriendo a todas partes porque tienes el psicólogo de uno, el logopeda de otro...», afirma Ricardo, y María añade: «Pero ese 'con lo tranquila que estaría sola' te pasa con tus propios hijos cuando te sientes sobrepasada. Pero sólo un segundo. Los ves luego dormidos, te vas a la cama y te dices que tienes una familia tan bonita que no te la mereces».
«Ese 'con lo tranquila que estaría sola' te pasa con tus propios hijos cuando te sientes sobrepasada. Y sólo un segundo. Los ves luego dormidos, te vas a la cama y te dices que tienes una familia tan bonita que no te la mereces»
Pero algo de lo que se cuida la administración cuando alguien se ofrece como lugar de acogida es de dejar claro que ésta no es una vía rápida para la adopción: quienes opten a acoger a menores deben tener su maternidad o su paternidad resuelta, bien con hijos propios, bien con la decisión de no quererlos tener. La acogida no está pensada para solventar un déficit que tenga la familia, sino para dar al menor un hogar. Y eso se encarga de garantizar el Estado: que se pueden ocupar de ellos con tiempo y recursos. Y aunque se puede poner el acento en que avancen en la educación de los niños, saben que no hay que meterles presión.
Ricardo y María no se reconocen en que el suyo es un acto de generosidad; esto lo hacen porque les gusta. Y afirman que mientras tengan fuerzas seguirán abriendo las puertas de su casa a menores que se queden sin cobijo. Y convenciendo a sus amigos de que hagan lo mismo, de que acojan, de que prueben. Que no les dé miedo aunque sientan vértigo. A quienes ya han persuadido, reinciden. Crear hogares de acogida, como ellos mismos dicen, «engancha».
Más de medio centenar de hogares en la última campaña
A raíz de la última campaña puesta en marcha por la Junta de Andalucía, 54 familias malagueñas se han ofrecido para ser hogares de acogida y ya cuentan con atención y asesoramiento de Hogar Abierto e Infania, las entidades que conforman los Servicios de Apoyo al Acogimiento Familiar. En la actualidad, en la provincia hay 860 menores tutelados, de los que 227 están con su familia extensa y otros 242, en hogares de acogida; el resto se encuentran en centros públicos. Las familias que acogen no responden a un perfil concreto, pero sí suelen tener entre 40 y 55 años. Y se les da prioridad a quienes están dispuestos a acoger hermanos, niños de más de siete años o que tengan alguna discapacidad o enfermedad. Deben tener un hogar estable y que todos sus miembros estén de acuerdo con la decisión.
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