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Laurie Levin posa con su libro 'Call me a woman' ('Llámame mujer') sobre los beneficios de la igualdad de género para la paz del mundo. Marilú Báez

De la América empresarial al corazón de Málaga

Laurie Levin, coach y feminista estadounidense instalada en la capital, habla de cómo abordar la turbulenta actualidad política

Domingo, 31 de agosto 2025, 00:17

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Laurie Levin era una mujer de negocios en Estados Unidos, en Saint Louis, en el estado de Missouri. Trabajó, por ejemplo, para una de las mayores empresas de investigación de mercado de su país, de la que luego fue vicepresidenta. Sus clientes eran HP, Pizza Hut o Monsanto, entre otras multinacionales. Le gustan los negocios, la investigación, los datos, un equipo trabajando para un cliente… pero los últimos años fueron duros: sentía, por un lado, que su andadura por el mundo corporativo americano había llegado a su fin y, por otro, esa especie de disonancia cognitiva entre la preocupación por su propia salud y su veganismo y tener que trabajar para que las patatas fritas o las galletas se vendieran mejor. «Mi carrera en la América corporativa fue maravillosa, pero había muchas cosas que no eran buenas: el estrés, la competitividad o trabajar entre 60 y 80 horas a la semana. Mi hija, mi familia, eran prioritarias, nunca me perdí nada, pero cuando la niña se iba a dormir, yo volvía a trabajar», recuerda. Así que reenfocó su trabajo hacia la salud para ayudar a la gente a estar más saludable, también mentalmente, incluso en un contexto tan agitado como el actual en su país y en todo el mundo.

Vivía en el corazón de EE UU, en un estado en el que Trump barrió. ¿Fue fácil para una mujer progresista y feminista como ella? «Estoy acostumbrada a convivir con personas conservadoras, lógicamente», afirma. Pero, ahora, con la polarización política y afectiva, con el creciente desprecio por quien no piensa igual que uno, ¿siguen siendo fáciles las conversaciones entre liberales y conservadores en el país?, ¿ha empeorado la comunicación entre la ciudadanía? «Estamos en una situación mala en Estados Unidos, realmente mala. Lo que necesitamos es un liderazgo transformador», defiende. Y hace referencia a una parábola de Martin Luther King respecto a cómo no abordar una conversación: desde la consideración de que el otro es inferior, desde el odio o la condena. Y da también otra clave para llevar cualquier diálogo: «¿Quieres ser feliz o quieres llevar razón?, ¿quieres bienestar o tener razón? Es mejor estar en paz».

«La identidad de género es la que lo ha arruinado todo. Todos somos responsables del desastre que vivimos, de que la identidad del hombre se base en la dominación y el control, en primer lugar, sobre las mujeres, a quienes se enseña a estar por debajo»

Para que sea posible ese liderazgo transformador, dice, ha de contar con las mujeres, como narra en su libro 'Call me a woman' ('Llámame mujer'): «Cuando las mujeres son al menos el 30% de la mesa, sea una de negociación, de un parlamento, en una empresa… estamos mejor, hay una mayor estabilidad económica, mayor felicidad y paz. Aunque esto no es inherentemente así: las mujeres no nacimos así; nos hemos construido socialmente. Por eso en mi libro digo que la identidad de género es la que lo ha arruinado todo. Todos somos responsables del desastre que vivimos, de que la identidad del hombre se base en la dominación y el control, en primer lugar, sobre las mujeres, a quienes se enseña a estar por debajo. Las cosas han cambiado, pero sigue habiendo desigualdad en el hogar respecto a quién va a ser el proveedor, quién va a ser el protector. Todos somos proveedores, todos somos protectores. No ha de ser terreno de los hombres».

Laurie Levin, paseando en las inmediaciones del Museo Picasso de Málaga. Marilú Báez

Laurie Levin analiza el mundo y promueve el bienestar y el autocuidado desde Málaga, de forma voluntaria, para sus amigos. ¿Cómo llegó a la Costa del Sol desde EE UU? El motivo es su hija. Tras acabar sus estudios, se fue a Dublín a raíz de esa ligazón histórica de Irlanda con ciertos puntos de Estados Unidos, como Boston. Para estar más cerca de Europa, Laurie Levin se mudó a la costa este, a la «isla azul» (el color de los demócratas) que es Charleston. La hija se casó en Irlanda, se quedó embarazada, y tras esta última noticia, en 24 horas Levin decidió cruzar el Atlántico. Primero escogió el Algarve portugués: «Quería un país que viviera con un código de paz, que no fuera a meterse en ninguna guerra». Pero lo que no le gustó fue el suelo empedrado de las ciudades lusas, peligroso para una mujer muy andarina, pero de huesos frágiles. Tampoco el ambiente le entusiasmó. Así que después de un mes, se vino a la Costa del Sol. Primero, a Mijas. Después, a San Pedro Alcántara. Y, definitivamente, a la capital, porque necesitaba la vida de una gran ciudad. Desde donde vive, tiene al alcance de la mano los principales museos de Málaga: «Es realmente maravilloso... la belleza de la ciudad, la naturaleza celebratoria de los españoles porque… nunca he visto gente tan celebratoria como la española», dice entusiasmada. También apunta, riendo, «esta ciudad atrae a gente realmente maravillosa; las personas a las que he conocido, incluyendo a las que nacieron y crecieron aquí, son muy respetuosas, muy amables y muy pacíficas».

«No tengo amigos locales»

Pero no tiene amistades malagueñas. «Esto es un problema o... una oportunidad. Ninguno de los expatriados que conozco tiene amistades locales. Y somos un grupo de treinta o cuarenta amigos sobre todo europeos y latinoamericanos que hacemos cosas juntos todas las semanas... Pero es que es difícil si no tienes un dominio de la lengua...», bromea.

«Asistimos al derrumbe del patriarcado racista. No significa que no pueda resurgir, pero es sólo una reacción violenta al progreso que hemos hecho. Defendámoslo. Celebrémoslo»

Volviendo a una de sus grandes ocupaciones, la situación de las mujeres, ¿teme que Trump pueda poner en peligro la igualdad de género? «Es que igualdad no hay. EE UU está en una situación muy mala, pero ésta nunca ha sido buena para mucha gente: para las mujeres, para las personas de color, para las trans, para las homosexuales, para las nativas. No hay país en el mundo con más oportunidades, pero no son para todos. Los abolicionistas tardaron cientos de años en liberar a los esclavos, las sufragistas comenzaron en 1848 a reivindicar el voto femenino y no se consiguió hasta 1920. En EE UU hombres y mujeres no hemos sido nunca constitucionalmente iguales», relata; así que Levin forma parte de un movimiento para la inclusión de una enmienda en la Constitución americana que reconozca la igualdad de derechos.

Es una optimista irredenta: asegura que las turbulencias actuales, las amenazas de retroceso, son sólo temporales: «Asistimos al derrumbe del patriarcado racista. No significa que no pueda resurgir, pero es sólo una reacción violenta al progreso que hemos hecho. Defendámoslo. Celebrémoslo». Aunque en este 'impasse' en la larga historia de avances, la Administración Trump toma decisiones con impacto en todo el mundo: el recorte de toda la cooperación internacional; o a nivel interno: la militarización de varias ciudades. Ella, a cada 'pero', responde con esperanza: «Mira las encuestas, la mayoría de los americanos odia lo que está pasando. Trump tiene sólo un 38% de aprobación. Sé que la mayoría de los americanos no son partidarios de todo esto».

Laurie Levin, en un momento de la entrevista con SUR. Marilú Báez

Gestión de emociones

Ella está entrenada, además, para sobrellevar todas estas noticias. Hasta los más horribles. Se mide la frecuencia cardiaca, sus niveles de estrés, y controla sus pensamientos. «Escojo mi respuesta a cada acontecimiento. Se trata de que las emociones no te controlen, sino de que las controles tú. Y ahora enseño la técnica», dice. La periodista le espeta que todo eso es muy fácil de decir pero difícil de aplicar. Ella le reta: «Dame un par de semanas, verás cómo cambias de opinión».

«Me crié escuchando que Israel no puede hacer nada malo. Pero el líder de ese país está en el mismo terreno que Putin, Trump, Orban y Erdogan, que todos los dictadores. Lo que sufre la gente en Gaza y en Cisjordania es un genocidio»

¿Su técnica también le ayuda a gestionar las imágenes de la gran crisis humanitaria de Gaza cuando ella, judía, tiene familiares que murieron por serlo el siglo pasado en Europa? «Junto con las deportaciones ilegales que hace EE UU, es algo que me ha roto el corazón y que provoca que me pregunte cómo es posible que viva en un mundo que hace esto. Soy judía. Me crié escuchando que Israel no puede hacer nada malo. Pero el líder de ese país está en el mismo terreno que Putin, Trump, Orban y Erdogan, que todos los dictadores. Lo que sufre la gente en Gaza y en Cisjordania es un genocidio». «Somos sólo 16 millones de judíos en el mundo, pero por alguna razón se nos presta más atención de la que merecemos por nuestro número porque la gente piensa que somos una amenaza. Y no lo somos. A menos que tengamos un líder con todo ese poder y el respaldo del ejército americano. Netanyahu ha creado inseguridad para Israel y para los judíos de todo el mundo por generaciones. Ahora hay más gente que odia a Israel porque mata a niños inocentes y a mujeres», lamenta.

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