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Cuando nace Josefa Anguita, el presidente del Gobierno es Manuel García Prieto. Cuando se casa, los juegos olímpicos que se iban a celebrar en Helsinki son cancelados por la Segunda Guerra Mundial. En el momento de nacer su primer hijo, un científico alemán presenta una tecnología nueva que denomina como rayos X.
Unas sentadillas, después unos movimientos circulares de cadera, seguido de unos ejercicios de cardio para acabar luego en un bar tomando una crestita. Suena a la rutina de cualquier adolescente, pero Josefa se mantiene más activa que muchas personas que tienen la mitad de su edad. En su DNI pone que vio la luz en Jaén, un 22 de julio de 1922. Ahora tiene 99 años y el único achaque que conoció le llevó a una intervención quirúrgica que se resolvió en pocos días.
Todos los lunes y los miércoles acude al centro cívico del Puerto de la Torre, donde participa en una sesión de gimnasia para personas mayores. Hoy, para su sorpresa, la música se ha parado durante un instante y ha dado lugar a la entrada de algunos de sus siete siete nietos, que le han entregado un ramo de flores junto a la concejala de Cultura y Deportes del Ayuntamiento, Noelia Losada, para rendirle un pequeño homenaje. Josefa, al darse cuenta, sonríe primero y luego derrama algunas lagrimas. No para de echarse las manos en la cabeza. Para alguien como ella, «humilde y campechana», así la describe su nieta Mayte, ser el foco de atención representa una novedad.
Josefa tiene el pelo blanco y viste un jersey de color verde. Llegar a los 99 años y hacerlo tan bien, en lo físico y en lo mental, tiene un truco que es mucho más elemental que una alimentación sana. «Estar rodeada de tu familia y sentirte querida», asegura conectando palabras con una rapidez que causa sorpresa en aquellas personas que la conocen por primera vez.
El mundo a veces maravilloso de las personas mayores. Si es que existe, se debe parecer al de Josefa. El despertador suena a las ocho de la mañana y después de un desayuno que consiste en un vaso de leche caliente y una tostada con aceite, se abre paso una vida que se sigue escribiendo en cliché de independencia. Comparte casa con una de sus nietas, pero cuenta con una planta independiente para ella. Subir y bajar escaleras, niega con la cabeza, no le suponen ningún problema. Uno de sus momentos preferidos del día, cuando agarra el libro para dar afrontar la lectura de novelas, ni tan siquiera requiere de gafas.
Qué momento tan encantador y a la vez placentero, ver como una sala entera se rompe en aplausos hacia una persona que es la prueba de lo creadora y creativa que puede ser la vida. «Es una alegría tan grande, la que estoy sintiendo ahora mismo», repite y se aparta unas lagrimas antes de que se cuelen por la mascarilla FFP2. Esta tarde Josefa tiene cita para recibir la tercera inyección contra el coronavirus.
Josefa se casó pronto, a los 21 años. También se quedó viuda pronto. Alfonso, un militar en el ejército de aire, murió cuando apenas había rebasado los 55 años. Tiene dos hijos y siete nietos. Pese a los zarpazos puntuales, nunca ha renunciado al optimismo. La genética, según aseguran estudios científicos determina la longevidad en un 30%. El resto está en nuestras manos.
El movimiento es importante. Andar, gimnasia o natación. Incluso las tareas de casa, que Josefa sigue realizando sin problemas. Hasta hace dos años bajaba toda las tardes en la EMT al Centro. Las relaciones, los lazos que se mantienen son clave: hijos, nietos, amigos. La soledad mata. Eso lo sabe Josefa, que precisa que quiere puntualizar: «Tengo 99 años y medio». Cuando una voz le grita «ahora a por los próximos 20 años», lanza un leve suspiro. Los 100 si los piensa cumplir. Cada día es para ella como un regalo.
No hay nadie con 99 años que no conoce lo siguiente: perdidas y luto. Forma parte de la vida, si se es tan mayor, que los amigos, los familiares, los hermanos, incluso los hijos, mueran antes que uno. De Josefa se pueden aprender muchas cosas. Una lección podría ser: vencer la tristeza y seguir viviendo. Otra la ofrece la propia Josefa: «Comer pucheros y beber agua. Alimentarse de manera natural. Las tonterías, como los refrescos, no son buenos para la salud». El tren llamado vida, al que Josefa se subió en 1922, continúa su marcha.
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Ivia Ugalde, Josemi Benítez e Isabel Toledo
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