Borrar
Nacho Bautista (24) luce libro de oraciones y tatuajes a las puertas de la iglesia donde se forman como salvador salas
Málaga: Los curas que vienen: Hijos de Dios, pero también de su tiempo
Málaga

Los curas que vienen: Hijos de Dios, pero también de su tiempo

Viven con los ojos en el cielo y los pies en la tierra. Hoy, además, celebran el Día del Seminario con fiesta, porque en Málaga no había tanta cantera desde 2006

Domingo, 20 de marzo 2022, 09:01

Nacho lleva tatuada media luna en la nuca, la palabra amor en los nudillos de su mano izquierda y una cabeza de mujer con los ojos vendados en el dorso de la derecha. Lo facilón sería decir que ahora también lleva tatuado a Jesús en su corazón, pero eso se queda corto para ponerle tinta a la historia de este joven malagueño de 24 años y criado en Miraflores de los Ángeles que hace seis meses se enroló en el seminario para convertirse en el padre Nacho. El Nacho a secas era tatuador, tenía novia y era un estudiante regular nada más. «Vaya, un vago», suelta a la velocidad de un amén. Pero eso era antes.

Antes, Antonio (37) era técnico de laboratorio y trabajaba en un hospital descifrando análisis. Estudió en Granada y «era feliz» entre pipetas hasta que un día, al finalizar su turno de noche, le dijo a su jefa que se iba a tomar un tiempo. «Pedí una excedencia y a la semana ya estaba en el seminario», dice como diagnóstico de una vocación tan tardía como firme.

Antes, Miguel Ángel (18) no tenía antes, porque es el pequeño del grupo y (casi) acaba de exprimir la adolescencia entre el deporte, las salidas y las chicas. Sus primeros recuerdos de la Iglesia son con su abuela, en su pueblo de Granada y con la misa como algo «obligatorio». «Nos escapábamos corriendo», bromea hasta llegar a su verdadera casilla de salida: estuvo en sus catequistas y al final ellas fueron más rápidas que él, porque ganó la vocación.

Nacho Bautista, Antonio del Río y Miguel Ángel Gómez son seminaristas y se preparan para el después con un grupo de otros 14 que, como ellos, decidieron dejar el rebaño para ser pastores. Que no es que sus vidas estuvieran descarriadas, pero el paso adelante terminó de enfocarlos «hacia la verdadera felicidad». Lo dice, convencido del que él mismo dio hace casi 20 años, el padre Juanma Ortiz (50), rector del Seminario y al frente de este grupo de jóvenes de entre 18 y 37 años que garantizan el relevo y que, al menos este año, alejan de la Iglesia de Málaga la preocupación por la escasez de vocaciones. De los 17 –aleluya–, cinco ya han cumplido con el paso previo de ordenarse diáconos y el próximo 25 de junio lo harán como sacerdotes; y el resto sigue sus estudios de Teología hasta completar una formación que incluye cinco años del grado en el Convento del Císter y uno de prácticas en una parroquia. «Desde 2006 no había una ordenación tan numerosa, los dos últimos años sólo ha habido dos: una por año», dice aliviado el padre Juanma justo ahora que se celebra el Día del Seminario, coincidiendo con la festividad de San José.

Que entre las cuatro paredes del Seminario «se vive en la gloria, y nunca mejor dicho» –bromea– no es una cuestión de fe. Es tan real como que en el corazón del Camino de los Almendrales, en una de las laderas del Monte Gibralfaro, hace siempre «tres o cuatro grados menos que en la ciudad». La fabulosa casa madre y la Iglesia, consagrada al Corazón de Jesús, fueron impulsadas por San Manuel González en la década de los 20 del siglo pasado, y no se escucha un ruido salvo por las bromas que ya han empezado a gastarse, en plena sesión de fotos, los seminaristas.

El grupo de seminaristas, a las puertas de la iglesia que impulsó San Manuel González en 1927 salvador salas

Juntos, por el centro de cualquier ciudad, pasarían por una buena panda de colegas. «Venga, que te toca foto de comunión. Ahí, buenecito», le dice Juan Carlos López (19) a Nacho justo cuando posa con su libro de oraciones, luciendo 'tatoos' –«no me los he contado, pero son muchos»– y dilatadores en las orejas. «¿Que si me ha visto el obispo? Sí, claro, además de frente; pero la última palabra sobre si me los quito o no la tiene él», dice el futuro sacerdote, a pesar de todo uno más en la generación de pastores que harán colectas dominicales por Bizum, que han celebrado el Día del Seminario con un Tik-Tok y que hacen directos desde sus perfiles de Instagram. Que además de hijos de Dios, son hijos de su tiempo.

Por seguir derribando mitos, aquí otros cuantos: en la abrumadora mayoría de los casos, esas vocaciones tan firmes y reparadoras nacieron en el seno de familias más o menos religiosas, pero no practicantes. O directamente ajenas a la Iglesia. Es el caso de Álvaro López (27), cuya madre esperó hasta los dos años para bautizarlo y que además le echó las cruces al cura cuando preparaba al niño para la comunión. «Imagina cómo fue la cosa que hasta los 18 no pude hacerla». A los cuatro años de aquello, ya estaba en el Seminario. «Y mi madre ya lo ha asumido», se ríe haciendo 'spoiler'.

Otro de los mitos es que las vocaciones, aquí, se alimentan en muchos casos de seminaristas nacidos en Latinoamérica o en África; pero en este grupo sólo dos de los 17 nacieron fuera. El resto son de Málaga, Granada y Almería. Santiago Bremermann (29), uruguayo; y Feliciano Nsue (30), guineano ecuatorial, son esas felices excepciones.

El primero ya es diácono, se ordenará sacerdote en junio y espera que su primera plaza sea en un «pueblito pequeño» como Alameda, donde se crió. Si su deseo se cumple tampoco será un milagro, porque la mayoría son destinados, en los primeros años de sacerdocio, a zonas rurales «y a veces con cuatro parroquias a la vez». De las 258 que existen en la Diócesis de Málaga, la mitad están en pueblos pequeños. «Yo no tengo problema, siempre me ha encantado estar entre la gente y aprender de ellos, en las buenas y en las malas», dice ansioso por empezar a llenar la Málaga vaciada. Aunque sea de la palabra de Dios.

La mayoría viene de familias no practicantes: Álvaro no hizo la comunión hasta los 18 años porque su madre le echó las cruces al cura

Feli, como lo llaman todos, sí responde al modelo de familia-creyente-y-practicante. Desde niño fue con su madre a un grupo de oración y de ahí pasó a enrolarse como monaguillo en los viajes pastorales de su párroco. «Lo tuve claro desde el principio: en 1º de la ESO ya estaba en el Seminario Menor y pasé tres años haciendo el discernimiento (el trabajo previo de la vocación)». Feli no flaqueó ni siquiera cuando su madre, quizás acariciando la idea de un futuro rodeada de nietos, le preguntó si era consciente de que «aquello» por lo que se iba a decidir dejaba fuera de la ecuación a las mujeres.

Su reflexión mete de lleno al grupo en una pregunta que esperan y que además no esquivan.

–¿Habéis tenido que dar muchas explicaciones por la elección del celibato?

–«Sí».

Todos asienten. Quien rompe el hielo ahora, con ese escueto sí, es Fernando Luque (31), vicerrector del Seminario y rector del Seminario Menor, acostumbrado a los puntos suspensivos de asombro sobre el voto que acompaña a los de la obediencia y la pobreza; y más aún cuando muchos de ellos dejaron a sus parejas para ser coherentes con su vocación. «Parece que los otros dos no existen, siempre preguntan por el mismo (...)», se resigna el sacerdote, acostumbrado quizás a que esas explicaciones sean como predicar en el desierto. «Tus amigos y tu familia no lo entienden, pero al menos te dan espacio para que puedas moverte», añade Antonio sobre ese hipotético futuro que dan por hecho los padres para sus hijos hasta que el hijo sopla y derriba el castillo de naipes. «Es vivir la paternidad de otra manera: tú dejas ese proyecto vital por algo superior. Tu tiempo ya no es tuyo y tu vida ya no es tuya; y no por eso tienes que ser más pobre», se revuelve Javier Villanueva (22), Javi para todos aunque Javier para el reportaje, «que no crean que no soy un tío serio», rebaja el tono entre las risas de los compañeros.

Ese darse hasta el final, que llevan grabado a fuego igual que se lleva un padrenuestro, lo asumen como algo natural pero también pesa. La responsabilidad de curar el alma, de acompañar, de dar consuelo, dicen. De hacer comprensibles o al menos reconfortantes cosas antinaturales como el entierro de un hijo. Muchos le temen a ese tipo de experiencias extremas: «Es difícil hablar de la muerte en la sociedad de hoy (...). Imagínate en ese momento», se adelanta Santiago. Porque un padre no quiere el reino de Dios, sino la barricada de juguetes.

Las primeras homilías, que no sermones. Poder dar respuesta a preguntas atroces.

–¿Donde está Dios en la guerra de Ucrania?

–«Dios nos da libertad de elegir y el hombre elige la violencia. La pregunta correcta sería por qué el hombre sigue endureciendo su corazón y permite esto. Y a pesar de todo, créeme, Dios está ahí», razona José Ignacio Postigo (24), convencido de que a pesar de su juventud será capaz de hacer llegar el mensaje.

Hasta entonces, a la mayoría les queda un periodo de formación muy exigente, y cuando se ordenen diáconos comenzarán a ganarse los 1.000 euros de media con los que el Obispado mantiene a sus sacerdotes. «Tampoco tenemos grandes gastos», resuelve el padre Fernando entrando de lleno en las rutinas de la casa. «¿Que si por ser curas no discutimos? –se ríen–. ¡Las cosas normales de la convivencia!». En esta familia heterogénea, dicen, «cada uno tiene sus gustos». También a la hora de repartir sus tiempos entre pasatiempos mundanos pero necesarios como el móvil –controlan la actualidad al detalle– o el cuidado de la imagen: «No sólo lo respetamos, sino que intentamos que se cuiden. No dejamos de ser personas que trabajan de cara al público». Y que para llegar a ese público hay que tener los ojos en el cielo pero los pies en la tierra es también palabra de Dios.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariosur Los curas que vienen: Hijos de Dios, pero también de su tiempo