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Antonio, en la puerta del Regional, junto a su taxi. Ñito Salas

Antonio, el taxista de órganos en Málaga

Lleva 25 años transportando corazones, hígados, riñones, páncreas «y hasta ojos» donados para ocupar nuevos cuerpos. Y no hay tiempo que perder: «Hay que correr un poco más de la cuenta»

Lunes, 16 de noviembre 2020, 00:46

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Estaba acostumbrado a recoger pasajeros, pero aquel encargo tenía poco que ver con su trabajo como taxista. Hace ya veinticinco años que a Antonio de los Ríos le ofrecieron transportar órganos para trasplantes. Fue una propuesta de Miguel Ángel Frutos, entonces coordinador de Trasplantes en el Hospital Regional de Málaga. En el Servicio Andaluz de Salud (SAS) pusieron como única condición que debía estar disponible «las veinticuatro horas del día». Nadie sabe cuándo se producirá una muerte que, en una paradoja hermosa y cruel, puede servir para mantener vivo a otro. Pero Antonio no quiere abandonar el segundo plano al que está acostumbrado, consciente de que lo importante viaja en la parte de atrás de su Ford. «Pon que cuento mi historia porque quiero animar a la gente a donar», pide con timidez. No es extraño: lleva más de dos décadas siendo testigo de cómo el ejercicio de generosidad póstuma que suponen las donaciones salva vidas.

Antonio ha conducido con hígados, riñones, páncreas, corazones, huesos «y hasta ojos» conservados en una nevera, listos para ocupar un nuevo cuerpo. A veces le acompañan los equipos médicos encargados de la extracción o el trasplante. En otras ocasiones va solo. Siempre deprisa, aunque Antonia, su mujer, se canse de advertirle: «Ten cuidado». La rapidez, que no temeridad, resulta imprescindible en estos viajes: «Hay que correr un poco más de la cuenta, pero en veinticinco años sólo me han caído dos multas, que no pagué porque las recurrimos a la Dirección General de Tráfico. Uno conoce la carretera y sabe dónde puede acelerar y dónde no». Antes era más peligroso: «Los caminos eran antiguos y más largos, a veces un peligro». Conoce el mapa de hospitales de Andalucía como la palma de su mano, aunque también son habituales los viajes a Murcia, Badajoz y otras provincias cercanas: «Pero he ido hasta a Barcelona porque no había vuelos que llegaran a tiempo».

No ha estudiado Medicina, pero habla con naturalidad del «tiempo de isquemia» de los órganos, lección que tiene aprendida desde hace años: es el período en que un órgano permanece viable para su trasplante fuera del organismo. «El que menos dura es el corazón, pero en Málaga no se trasplanta. Sólo se extrae para llevarlo donde haga falta. Aquí se trasplantan hígados, páncreas y riñones», explica. Antonio es una enciclopedia viva. Conoce cada avance, cada detalle de la jerga médica, a cada especialista. Domingo Daga, coordinador de Trasplantes en la provincia, le da la razón: «El riñón aguanta mejor, pero la prontitud beneficia a todos los órganos. Cuanto antes se haga el trasplante, más posibilidades de éxito tiene». Por eso Antonio se ha convertido en una pieza clave en este engranaje delicado. «Su compromiso», relata Daga, «es extraordinario», hasta el punto de haberse convertido «en un miembro más» de los equipos médicos: «Siempre está antes incluso de que lo llames. Hace un trabajo muy importante».

En más de dos décadas, a Antonio le ha dado tiempo a coleccionar anécdotas de todo tipo. Algunas no querría haberlas vivido, como cuando se quedó atrapado en Jerez, donde se celebraba un campeonato de Fórmula 1: «Iba a Cádiz con un cirujano, su adjunto y una enfermera. La caravana era enorme. No había quien se moviera. Tuve que pedir ayuda a la Guardia Civil, que nos escoltó con un coche delante y otro detrás. También acudió un helicóptero para avisar al resto de conductores de que debían dejar paso». Hace unos días aterrizó en Málaga un equipo procedente de Valladolid para extraer un corazón. Llegaron en un vuelo chárter. Antonio los recogió a pie de pista y los llevó de vuelta, con el órgano conservado en hielo en un contenedor isotérmico. El corazón y los pulmones son los órganos que menos tiempo de preservación soportan, entre tres y seis horas. Por eso cada minuto cuenta.

No es una presión fácil de gestionar. Aún recuerda un viaje al Hospital Universitario Virgen Macarena de Sevilla: «Tenía que llevar unos líquidos y uno de los lotes estaba caducado. Tuve que correr más de la cuenta para que lo sustituyeran y llegar a tiempo». A casi todos los cirujanos que trabajan en Málaga los conoció «cuando entraron de residentes». Con ellos mantiene «una relación muy bonita, sin llegar a ser amigos porque cada uno tiene su vida». Ahora, cuando sólo le quedan tres años para jubilarse, la pandemia le ha inyectado ganas de aparcar el taxi. «Así podré disfrutar un poco de la vida y ayudar a las niñas», confiesa en referencia a sus tres hijas, que ya lo han hecho abuelo «de cinco nietos y medio, porque hay uno que viene de camino». Será el descanso del hombre que lleva casi tres décadas garantizando que los órganos donados lleguen a tiempo para mejorar la vida de sus receptores, cuando no para devolvérsela. «Lo peor», reconoce, «son los códigos cero», asignados a pacientes críticos, entre la vida y la muerte. Si depende de Antonio, no cruzarán al otro lado.

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