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Lola y Pedro son dos de los voluntarios del comedor de Amfremar en El Palo, en el que sirven unos 100 servicios.

«Hacerme voluntario me salvó la vida hace 5 años»

Ellos son la cara amable de una pobreza en Málaga de la que, consideran, «cada mes va a peor»

Iván Gelibter

Domingo, 29 de mayo 2016, 00:50

Los Ángeles Malagueños de la Noche ya existía antes de que las crisis cambiara nuestra sociedad. Pero como con la pobreza en general, era fácil creer que aquello era algo residual. Sin embargo, nombres como el de esta organización de la explanada de Santo Domingo o algunas otras como el comedor del mismo nombre o la asociación Amfremar en El Palo empezaron a sonarnos cada vez más con el paso del tiempo. Algunos los conocían por las enormes colas que se formaban en sus puertas, símbolo del fracaso del Estado del Bienestar; otros porque ya sabían de algún conocido lejano que se veía abocado a usar sus servicios; y unos últimos que, desgraciadamente, viven o sobreviven gracias a estas organizaciones.

En lo que nadie podría estar en desacuerdo es en que el mejor valor que tienen en cualquiera de estos comedores, mercadillos u organizaciones es el humano. Como muy bien explica Lola, voluntaria hace dos años en el comedor de Amfremar, ello significa desde los que preparan y sirven la comida, «hasta aquellos que, pese a no llegar casi a fin de mes, se acercan de vez en cuando para donar comida o alimentos. Nosotros no existiríamos sin la solidaridad de muchos más», explica.

A Eduardo, en la explanada de Santo Domingo, le conoce todo el mundo. Mientras charlamos, no son pocas las personas que le saludan con su nombre de pila. Es normal; tras cinco años yendo al comedor de lunes a sábado de 6 a 13 horas, se ha convertido en una institución. Pese a ello, él es quien considera ser el afortunado. «Me tiré casi 30 años encima de un camión de un lado para otro, hasta que hace unos años me dio un infarto», relata. «A partir de ahí, mi vida se vino abajo; cogí una depresión y no tenía un motivo para vivir. En ese momento fue cuando una psicóloga me dijo que debería hacer algo con mi vida, y me recomendó que trabajara en Los Ángeles de la Noche. Cinco años después puedo decir que ser voluntario me salvó la vida, y si con ello además ayudo a otra gente, el resultado es muy bueno», afirma con una sonrisa.

Eduardo es, además de servir los alimentos en el turno del desayuno, el responsable local de la recogida de la comida de una de las cadenas más grandes de supermercados, lo que le permite, asegura, tener un termómetro de cómo se comportan los ciudadanos. «Creo que no somos conscientes de lo maravillosamente solidarios que somos en Málaga. Da igual el barrio, la zona... la cuestión es que ves a diario como personas que no tienen, se dan cuenta que hay otras que tienen aún menos e intentan ayudar». A su juicio, la sociedad es «mejor» que sus instituciones, y son las personas de manera individual las que terminan «salvando» la situación provocada por la crisis.

Ana es voluntaria hace algo menos tiempo que Eduardo (tres años), pero tiene una opinión bien formada sobre la realidad. «Antes daba el dinero que podía, pero ahora mis hijos han crecido y no me necesitan todo el día; esa libertad me permite venir a diario», cuenta. Ana explica en qué consiste su trabajo. «Empezamos pronto, antes de las 7. Tenemos dos menús distintos, uno con cerdo y otro sin cerdo: en el primero incluimos un bocadillo de zurrapa y un Colacao, y en el segundo en vez de zurrapa ponemos queso, o lo que tengamos».

"Esto va a peor"

Hay instalado en la sociedad, en estos últimos tiempos, un debate sobre la recuperación. Los datos macroeconómicos brindados por estamentos políticos hablan de una situación mejor, un extremo que contrasta con los datos sobre la pobreza conocidos durante esta pasada semana, y de los que SUR se ha hecho eco. Los voluntarios, en contacto con esta realidad día a día, lo tienen muy claro. Eduardo lo explica de una manera muy sencilla. «Cada día, durante los últimos cinco años, he sido yo quién introducía el número de cucharadas de cacao en la leche. Y le puedo decir que cada mes que pasa gastamos más, porque el número de personas que desayunan en los Ángeles no deja de aumentar».

En este sentido, Ana está totalmente de acuerdo. «Antes venía mucha inmigración, a lo que se sumaban personas que llevaban muchos años viviendo en la calle. Luego comenzaron a venir familias enteras con todos los miembros en paro, que fue el mayor aumento. Pero es que ahora viene gente que trabaja, que no está en las listas del desempleo pero que cobra 400 euros o menos; y con eso una persona no vive», sentencia.

Lola, que contempla el fenómeno lejos del Centro, en El Palo, tiene una visión similar de la realidad. «Este invierno hemos notado un aumento significativo en todos los perfiles de usuarios, con la suma de cada vez más casos de gente que jamás ha tenido que hacer uso de estos servicios, y que como es natural vienen con una carga importante de vergüenza», apunta. Esta voluntaria, natural de Cáceres y que trabaja de manera «ocasional», destaca sobre todo el aumento entre los inmigrantes, las mujeres que viven solas y los jubilados cuyas pensiones no les llegan;«cobran 400euros que se les va con el alquiler, la luz y el agua; una auténtica desgracia», comenta. «Por eso, mientras no tenga mucho trabajo, seguiré viniendo a diario al comedor o al rastrillo, donde haga falta mi ayuda a los demás».

Ejemplo solidario

«Se puede decir muchas cosas de Málaga», comenta Rocío, voluntaria en el comedor de Santo Domingo, «pero si tenemos una característica que nos define, es que somos muy solidarios». Lola, la cacereña, confirma su teoría. «Me quedé sorprendida cuando vine aquí a vivir; a la gente no le importa desprenderse de todo cuanto tiene. A Amfremar nos han llegado a traer incluso una lavadora», cuenta.

Rocío se despide animando a que los ciudadanos participen, «de la manera que cada uno buenamente pueda», pero da un aviso:«Hay que aclarar que los usuarios que vienen a los comedores no son pobres, sino empobrecidos. Los seres humanos no nacemos así».

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