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PABLO ARANDA
Domingo, 29 de junio 2014, 20:57
Como todos ya sabíamos, la trezidavomartiofobia es la consideración del martes 13 como día en el que tú verás, tío, te lo dije. Ese día no es que pueda cruzarse un gato negro en tu camino, es que te salta a la cara y te araña, o no es un gato sino un lince que muere atropellado llevándose a la tumba los millones que nos ha costado; o te cae un piano cuando tú lo único que querías eras recoger la caca de tu perro. En fin, qué os voy a contar, un martes y trece no se te ocurre ni casarte ni embarcarte. Leo en una enciclopedia que no hay fundamento científico para esto, fíjate. Pero eso en España y algunos países hermanos, porque lo normal es que el día en el que nos aplasta el piano sea el viernes 13. En Holanda, por ejemplo, tiemblan ante el viernes 13 que a nosotros nos da igual, y va Holanda y le mete cinco goles cinco a España el pasado viernes 13, cuando a quien le venía mal era a Holanda. Pero para contradicciones la del lugar donde mayor alegría produjo la paliza a la selección española: ¿Amsterdam?, ¿Utrecht?, ¿el último dique de Fritzland? Noooo: la plaza de la Merced.
La plaza de la Merced es la plaza mayor de Málaga, abierta al tráfico pero cada vez menos, y punto de concentración de los extranjeros que vienen a aprender español para enterarse de que el perro de San Roque no tiene rabo (la verdad es que no entiendo la crueldad de Ramón Ramírez) o que la lluvia en Sevilla es una maravilla (díselo tú a un sevillano un jueves santo). Por eso algunas de las terrazas de la zona peatonal sacaron sus televisores de pantalla plana y la plaza se llenó de camisetas naranjas que aplaudieron cinco veces cinco. Allí mismo está el Instituto Picasso, una de las primeras escuelas de español para extranjeros, en una primera planta a cuyos balcones nos asomábamos en los cambios de clases y estudiantes extranjeros que hoy tendrán veintipico años más me preguntaban la diferencia entre estar muerto y ser muerto, y yo les decía pero una vez muerto qué importa todo, hombre de Dios. Y los estudiantes se bajaron a los bares y los estudiantes de otras escuelas y españoles, todos en la plaza mayor, en bares que posiblemente se llamen Picasso: hay varios.
Picasso
Pablo Ruiz Picasso fue nacido en Málaga y tuvimos la suerte de que fue en plena Plaza de la Merced donde vio sus primeras palomas y sus primeros pinceles, pues su padre -José Ruiz- era profesor de pintura, en una casa donde ahora está la Fundación Casa Natal. De la Fundación Casa Natal salía el niño Picasso de la mano de su lindo papá y hoy volvemos nosotros a la casa que ya es Fundación y que cuenta con un fondo de más de cuatro mil cuadros de diferentes autores, y los cuadernos donde realizó Picasso los bocetos de 'Las señoritas de Avignon', el cuadro de referencia al hablar del cubismo. También conviene acercarse a Aviñón, aunque no encontremos allí el cuadro de Picasso que está expuesto en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, a donde también conviene acercarse, pero volvamos a la Plaza de la Merced y la Fundación Casa Natal. Allí organizan talleres, exposiciones y conferencias. Una suerte la de que Picasso naciera aquí, una suerte que hemos sabido aprovechar. Frente a la casa hay un señor cobrizo sentado en un banco y es él, y que levante la mano el que incluso sin ser turista no se ha hecho la foto abrazado a la estatua que un día amanece con una paloma en la calva de bronce y otra con un cigarro en la oreja, al precio que está el tabaco: sin duda es un brote verde.
Junto a la Casa Natal empieza la fachada comercial en La Fábrica y después el bar Calle de Bruselas, donde trabajó uno de los protagonistas de la novela 'El orden improbable' y allí se cruzaba con otros personajes, todos seres de ficción moviéndose por dimensiones reales.
Fachada principal
Toda esta fachada es impresionante, tanto que sería genial vivir en alguna de las otras para tener la vista de esta al asomarte, y encima ya no hay botellones, jóvenes que hacían corros en torno a bolsas de plástico con su botella del ron más barato comprado en una tienda de la plaza, mediterráneamente -o etílicamente- escandalosos, dejando la plaza como se suele dejar todo tras la juerga, tras las risas y las vomitonas y los gritos y alguna pelea de tres contra uno de jovencitos valientes.
Entre el Calle de Bruselas y el Cañadú (el restaurante vegetariano 'de toda la vida') han abierto una serie de bares y restaurantes que hacen que en la plaza de la Merced siempre haya alguno que nos venga bien. El menú sano del Cañadú aderezado con algún zumo reconstituyente, al lado un tagine marroquí o una pastela en el Re-Pitta, un rincón de comida ampliamente mediterránea cuyo dueño se lamenta de la derrota de la selección sin las exageraciones a las que estamos acostumbrados («sólo es fútbol», concluye sabiamente), un batido de frutos secos en el Café con Libros mientras hojeamos revistas, leemos un rato y giramos el menú en forma de cilindro y los niños se columpian, o unos crêpes más allá, o una hamburguesa, o la pizzería pero enfrente, porque la de la esquina se traspasa (se traspizza), o una tapa en el bar El Carmen de la esquina o, para hacer la digestión -y de camino poder preguntarles a las holandesas que cuánto, snif, van- entramos en Rayuela Idiomas y compramos el método definitivo para aprender chino en diez días, un disco libro en inglés o una novela en español que las hay muy buenas y además se entiende todo. Juan Cruz, el propietario, nos muestra los libros más exitosos, el producto estrella: los métodos que preparan a los españoles para los exámenes de inglés, «los españoles todavía suponen el 70% de nuestros clientes», y es que todos queremos estar (¿o ser?) tan preparados como Felipe VI. Los planos de Málaga y los libros de cocina española en inglés también se venden bien ('The traditional Spanish fried egg' y eso). El flujo continuo de turistas en la ruta Museo Picasso-Casa Natal también beneficia a la librería, así como los estudiantes de español que ya saben decir tiki taka tururú.
Edificios que nunca más
En la esquina más cercana a la de la Casa Natal hay un adefesio, digo edificio, un bloque de viviendas (aquí es donde deberíamos vivir, para no verlo al asomarnos) donde antes hubo una iglesia adosada a un convento, la de Nuestra Señora de la Merced, que fue quemada en mayo de 1931 y permaneció en ruinas hasta 1963, cuando se demolió y se construyó el edificio actual.
Al otro lado de la plaza está la manzana (podrida) de los cines. El cine Victoria donde vimos 'Leólo' y 'En busca del arca perdida' y 'Terminator' (me suena que también '800 balas', pero no me salen las cuentas) y tantas películas de culto cuando fue sede del Cine Club Universitario donde nos estudiábamos aquella hoja parroquial con la ficha de la película (rara) que fuésemos a ver. Antes del cine Victoria, allí estuvo otro cine Victoria, el Salón Victoria Eugenia, un cine proyectado por Guerrero Strachan en 1913. En 1968 se construyó el 'nuevo' Victoria. Con lo bien que funciona el Albéniz tan cerca, y con el Festival de Málaga tan alrededor, el Victoria debería recuperarse, gestionarse municipalmente como sus primos cines de calle Alcazabilla. A la vuelta de la esquina estaba el Astoria, el rey de todos los cines con aquellos carteles inmensos pintados a mano. El bar La Latina tampoco existe ya. No ha corrido mejor suerte el Andalucía, con su cartel (no pintado a mano) que indica el peligro del amianto (parece el título de una película de catástrofes). Menos mal que nos queda el Albéniz, tan cerca y con tan buena programación.
Torrijos
En el centro de la plaza hay un obelisco que señala una heroicidad: la de Torrijos y los suyos. El general Torrijos estaba exiliado en Inglaterra y desembarcó en España para enfrentarse al absolutista Fernando VII. Desde Gibraltar se había dirigido a la costa de Málaga en dos barcos con 60 hombres. Le acompañaba el inglés Robert Boyd. La idea era pisar tierra española y realizar un pronunciamiento que provocaría el levantamiento en toda España. Traicionado, fue fusilado en las playas de la Misericordia y enterrado en la plaza de la Merced. En el Ayuntamiento se conserva su última carta, la que escribió a su mujer antes de ser fusilado, el comienzo de la carta es estremecedor: «Amadísima Luisa mía: voy a morir, pero voy a morir como mueren los valientes...». Fueron fusilados todos los que sobrevivieron al acoso de las tropas tras el desembarco: Torrijos y otros 48 (incluyendo a Boyd, enterrado en el cementerio inglés) y a un niño que ejercía las labores de grumete. Casi todos ellos descansan bajo el obelisco de la plaza.
Fachada sur
Bajando los escalones del Cortijo de Pepe, uno se encuentra con las tapas que forman parte de nuestra historia. Los cines y el Cortijo de Pepe para comentar la película ante unas habas con jamón son una costumbre que el Festival de Cine ha recuperado. Al lado está Lechuga, un restaurante donde comer verde, ideal para la operación biquini, aunque ya sabemos que para tener un cuerpo perfecto para la playa sólo hacen falta un cuerpo y una playa. A calle Granada se puede acceder desde allí incluso de noche, aunque en la Málaga musulmana existiese una puerta (la plaza de la Merced está en la zona extramuros, fuera de la ciudad amurallada) que cada atardecer se cerraba tras los cañonazos de aviso. Allí está la iglesia de Santiago, la más antigua de Málaga, cuya torre mudéjar conservó hasta no hace muchos años marcas de disparos de la Guerra Civil. Al lado hay una crêpería, y donde estuvo el restaurante turco ahora ha abierto Los boquerones de plata, con sus fotos de platos combinados, algo poco habitual ya, algo así como más de Torremolinos 73. En la esquina con calle Alcazabilla, que se está convirtiendo en la mejor calle de Málaga, otro restaurante más, La Cueva, con los jamones colgados, estalactitas de nuestra gastronomía. Siguiendo con la oferta hostelera, los manteles a cuadros rojos y blancos de la Trattoria Lorenzo ofrecen comida italiana. Una plaza para todos los gustos. Y al lado un restaurante chino monárquico (en vez de llamarse El palacio del dragón, se llama King). Si a alguien se le ocurre ir al estudio de fotografía cuidado que le ponen un pendiente en la ceja, o un tatuaje en la espalda, pues el estudio cerró y la 'fotografía corporal' sigue poco de moda. Junto a la farmacia que hace esquina con calle Álamos, donde comprar algo para ayudarnos a hacer la digestión, qué de restaurantes, todavía otro más: el Citron, con menús sencillos y asequibles y unos cuencos de wok que no se acaban nunca, además de platos sin gluten. Cruzando Madre de Dios llegamos a la sala de exposiciones de la Fundación Casa Natal, donde durante el verano podremos visitar la exposición 'El minotauro en su laberinto', y, no se vayan todavía, el café Merced en la esquina del pasaje San Juan de Letrán que nos lleva al Teatro Cervantes. Haciendo esquina frente a la casa de Picasso, un bar se llama, claro, Frente al pintor, y la calle sube hacia el mercado y los perritos gloriosos (e históricos) de El Guanche) y cruzamos y estamos de nuevo ante la puerta de la Fundación, la tienda de lámparas que después de tantos años apagó la luz y el Calle de Bruselas.
La plaza, pues, ofrece mucho, y a la espera estamos de cómo se resuelve la fachada -y lo que oculta la fachada- de los cines Victoria y Astoria. Peatonalizada casi en su conjunto, ideal para todos los públicos, esperamos que lo que hagan a partir de ahora lo realicen recordando lo emblemático del lugar y a partir de esta mínima máxima: Málaga todavía puede ser mejor. Sin dejar de ser una ciudad para todos. Un lugar donde los turistas y estudiantes extranjeros encuentren una ciudad hospitalaria y amiga, abierta, sin olvidarnos de los que vivimos aquí y ya disfrutamos de este espacio sin humo (de coches).
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