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Los tesoros con motor de Andrés

Los tesoros con motor de Andrés

Andrés Díaz Galeote lleva casi tres décadas forjando una colección de vehículos antiguos que hoy cuenta con piezas de excepción. Lo que realmente le gusta a este malagueño es encontrar coches y motocicletas desechados y devolverlos a la vida

Lorena Codes

Martes, 5 de julio 2016, 01:11

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La pasión de Andrés Díaz por los vehículos antiguos tiene poco que ver con el afán de acumular piezas de valor hasta atesorar una colección de nivel. Esta afición se acerca más bien a la idea de devolver a la vida automóviles y motocicletas desechadas, a priori condenadas al olvido. Como una especie de Gepetto del motor, Díaz pasa los días (incluso noches) metido en su garaje con la convicción de que donde otros sólo ven un montón de chatarra hay un motor que está a punto de rugir de nuevo. Todo comenzó hace aproximadamente 25 años, cuando Díaz le compró a un amigo una moto Guzzi del 50, kilómetro cero de una colección que en ocasiones ha superado la treintena de piezas.

Ésta fue la primera compra, aunque su gusto por el motor venía de antes, prácticamente desde que era un niño. «De pequeño lo que me gustaba era desmontar y volver a montar los juguetes, más que jugar con ellos incluso», afirma. Recuerda que aprendió el manejo de los motores por el infalible método del ensayo-error, es decir, cada vez que se averiaba algo en casa, desarmaba y construía hasta que daba con la tecla y el aparato volvía a funcionar. Así ha sido siempre en su hogar: radios y teléfonos antiguos, casas de muñecas diseñadas y realizadas a mano paso por paso y hasta un coche de carreras de anticuario que ahora está arreglando para su nieta. De hecho, en su vivienda hay hasta tres teléfonos de época y todos funcionan. Uno de ellos es el primer aparato que instaló Citesa en Málaga capital, según consta en un certificado.

El primer miembro de cuatro ruedas de esta colección fue el Triumph Spitfire (1962), un deportivo británico biplaza en color rojo con el que ya ha quemado unos cuantos kilómetros. Es el que suele llevar a los encuentros de coleccionistas, eventos que cuentan con una parroquia creciente en la provincia de Málaga. Al Club de Automóviles de Época de Málaga, al que pertenece Andrés Díaz, se une el Club Costa del Sol, con el que suele compartir jornadas. Díaz explicó que «hay que diferenciar conceptualmente los vehículos antiguos de los de época, estos últimos van sólo hasta 1930, mientras que del 30 en adelante se les considera clásicos». Conoce muy bien los entresijos de este mundo que, según él, le ha proporcionado grandes satisfacciones. No en vano, cuando termina de trabajar en su empresa de materiales de construcción, se encierra en el garaje y allí pasa horas recuperando cada pieza. A veces sube a casa de madrugada, cuando lo único que queda encendido en toda la calle es la sonrisa de satisfacción por haber engranado una pieza más. Uno de los trabajos de recuperación le duró más de un año y logró el reconocimiento de sus compañeros de club con el Premio al Coche Mejor Restaurado, un Citroën 11 ligero negro que en el garage de Andrés parece a estrenar. «Conseguí la tapicería original y que todos los elementos funcionaran, invertí no sólo dinero sino empeño y mucho tiempo, pero mereció la pena», indica, mientras muestra con orgullo el resultado de su esfuerzo, como el padre que enseña un boletín de notas impecable a final de curso.

Sin embargo, si hay una niña bonita en esta colección que ya cuenta con casi tres décadas de recorrido es el Studebaker americano de 1928, una auténtica joya al que le funciona hasta la bocina original. Con este modelo recogió a Manuel Díaz El Cordobés para llevarlo a la primera Corrida Picassiana de Málaga en el año 2009.

También han pasado por sus manos motocicletas de leyenda. Las adquiere, las recupera y luego las vende para adquirir otras o las incorpora a su particular museo, en el que figuran algunas como la Motobecane de 1924 o la Peugeot del 50, la Vespa del 60 o varias Guzzi de los años 40 y 50. Hasta la bodega de casa está ocupada por sus pequeños hijos a motor. Más de veinte años acudiendo a ferias de España y Portugal, además de sus incansables búsquedas por internet, dan para mucho. Díaz asegura que «en Portugal hay mucha afición y aún se pueden encontrar verdaderos tesoros abandonados en cualquier garaje de pueblo».

Ahora mismo su proyecto en marcha tiene que ver con su nieta, para la que ha adquirido un coche de juguete de pedales que piensa recuperar hasta dejarlo nuevo. «De mayor quiero que herede el Triumph», insiste mientras deja listo el descapotable rojo. Afirma que la colección está viva y no descarta del todo alguna nueva incorporacion. Explica que hay modelos cuyo precio de salida no baja de los 150.000 euros, como un Hispano-Suiza de los años veinte, un automóvil mítico del que pocos pueden presumir. Él piensa en otra pieza, «un americano de los cuarenta me vendría bien», sonríe mirando de reojo a su esposa, que no ve con tan buenos ojos la posibilidad de otro encierro de meses en el garaje. «Cuando me jubile tendré mucho más tiempo y lo repartiré entre mi afición y estar con mi nieta, lo que más me gusta del mundo», concluye.

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