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carlos benito
Lunes, 22 de septiembre 2014, 01:10
Hay mucha gente a la que no le gusta hablar de sí misma, pero lo de Ana Patricia Botín bordea lo obsesivo. La nueva presidenta del Banco Santander, que ya de partida suele evitar todo tipo de entrevistas, no responde jamás a las preguntas que tratan de indagar en su vida personal. Sin embargo, en una ocasión, la hija mayor de Emilio Botín bajó la guardia y trazó una autobiografía breve y un poco asombrada que iba más allá de los datos fríos, como un complemento humano al currículum casi maquinal que suele difundir la empresa. Ocurrió hace seis años en la universidad estadounidense de Georgetown, con ocasión de la graduación de su hijo mayor, cuando Anapé así la llaman algunos allegados se encargó de pronunciar el discurso ante una promoción de más de 1.700 estudiantes.
«En la Universidad yo era una mujer con prisas. Finalicé mi carrera en tres años, dos en Bryn Mawr y uno en Harvard. Y me perdí la emoción de la ceremonia de graduación con mis compañeros de clase, así que de algún modo esta es mi primera ceremonia de fin de carrera explicó. Comencé a trabajar en JP Morgan a los 20 años y, aunque no me creáis, me casé a los 22. A los 27 fui vicepresidenta de JP Morgan, una de las directivas más jóvenes del momento, y a los 28 cambié completamente el rumbo y aterricé en el Santander, un banco fundado hace 151 años, entre otros, por mi bisabuelo. ¡Y tuve a mis tres hijos antes de cumplir los 30! (...). Está muy bien tener prisa, pero no olvidéis que hay que saber para qué se tiene prisa y hacia dónde queremos dirigirnos».
En realidad, da la impresión de que las prisas de Ana Patricia que ahora prescinde de su segundo nombre, heredado de una tía materna, y prefiere responder simplemente por Ana Botín comenzaron mucho antes, ya en la infancia. La suya es una de esas vidas de ricos en las que, junto a lujos y privilegios envidiables, se detectan los rigores de una educación encaminada a cumplir con brillantez una tarea. Así, aunque empezó a estudiar en las Esclavas de Santander, su destino marcado pronto tiró de ella hacia los internados en el extranjero, el Marie-Thérèse de Ginebra y el St. Marys Ascot inglés.
La periodista Pilar Ferrer, que retrató a la heredera en su libro Armas de mujer, relata dos anécdotas significativas de sus años de formación. A los 10 años, Ana Patricia suspendió por primera vez un examen, en el colegio suizo, y su orgullo la llevó a reaccionar con un juramento solemne: «¡Nunca me volverán a catear!». También hubo en su juventud un momento de flaqueza, en el que soñó con escapar de la garra un poco asfixiante de las finanzas y se planteó ser periodista, pero su abuela paterna se apresuró a espantar los pajaritos que la rondaban: «Anapé, quítate eso de la cabeza, los periodistas se mueren de hambre». El primer episodio hizo nacer en ella la voluntad férrea de superar todos los listones que le fuese poniendo la vida: la niña que se conjuró contra el fracaso prefiguraba ya a la mujer que, cuando dio a luz a su primer hijo, hizo que le instalaran un fax en la habitación, para seguir trabajando desde allí. Lo de la vocación frustrada de informadora, quién sabe, a lo mejor está detrás de su aversión profunda por aparecer en los medios: de su boda, por ejemplo, circula una única foto en la que también es mala suerte se la ve haciendo lo que parece un mohín de disgusto.
Se casó, tal como contó en Georgetown, con 22 años. El enlace se celebró en la deslumbrante propiedad familiar de Puente San Miguel, allí donde el tatarabuelo Marcelino plantó secuoyas, pinsapos, araucarias y cedros del Líbano: es la misma finca por la que Ana Patricia corría de cría junto a su abuelo, que siempre bebió los vientos por ella, y la misma también en la que ha sido enterrado ahora Emilio Botín. Ella misma pisó a fondo el acelerador del noviazgo: «Cuando me preguntan por el momento más importante de mi vida, siempre digo que fue el día que le pedí a mi marido que se casara conmigo. Yo hacía prácticas en JP Morgan y él estaba en España, a 3.000 millas de distancia. Así es que se lo pedí por teléfono. Creedme, se suponía que en aquellos tiempos esa no era la costumbre propia de una señorita española», relató en aquel discurso sorprendente que recogió la revista Telva, fundada por su tía Covadonga. El novio, marido desde entonces, es Guillermo Morenés, jerezano, ingeniero agrónomo e hijo de los marqueses de Borghetto.
«Nada de fútbol»
¿Cómo es en realidad Ana Patricia Botín? «Tiene fama de eficiente y bien preparada. Está acostumbrada a pelear en un mundo dominado por los hombres y, además, detesta que se hagan distinciones por su condición femenina: se cuenta que ponía cara de fastidio cuando alguien se atrevía a insinuar un leve piropo. Comparte la capacidad de trabajo que tenía su padre, pero no ha heredado la simpatía personal de Emilio Botín, que era buen conversador y sabía escuchar e interesarse por los puntos de vista ajenos», la describe Jaime Velasco Kindelán, que acaba de publicar el libro Emilio Botín y el Banco Santander, historia de una ambición. Su carácter huidizo ante los medios «tiene mucha más prevención que su padre» no ha impedido que se vayan conociendo sus aficiones. Adora la música clásica, igual que su madre, y estudió hasta sexto de piano. Prefiere el champán al vino. Le gusta mucho la playa. Practica esquí, tenis, hípica y, sobre todo, golf: llegó a ser campeona de España infantil, allá por 1974, y la prensa elogió su «calidad de juego prometedora». En cambio, no siente interés por la Fórmula 1 ni por otros deportes de masas: es una de las pocas personas que se han atrevido a decir «no entiendo nada de fútbol» en pleno palco de honor del Bernabéu.
«Prácticamente no tiene vida social: está totalmente entregada al trabajo, con una discreción absoluta», confirma la periodista Pilar Ferrer. El gran momento en el calendario mundano de Ana Patricia y su marido llega tradicionalmente en Nochevieja, cuando organizan su fiesta anual en Gstaad, la ciudad suiza donde tienen su casa de invierno: la lista de invitados puede leerse como un quién es quién de la élite española, pero eso no impide que, tras la cena, la cosa se desmelene en un cotillón con pelucas y gafas de fantasía. La pareja también cuenta con propiedades en El Viso (Madrid), en Carriazo (Cantabria) y en Londres, que es donde han residido los últimos años: en 2010, cuando el trabajo llevó a Ana Patricia a la capital británica, compraron un inmueble de 20 millones de euros en el exclusivo y un poco aburrido barrio de Belgravia, desde donde se aventuraban algunas noches hasta clubes de jazz del Soho como el Ronnie Scotts. Era su rato de relax: al fin y al cabo, en este momento de su vida, Ana Patricia Botín ya no puede tener mucha prisa por llegar a ningún sitio.
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Paco Griñán | Málaga
Cristina Cándido y Álex Sánchez
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