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Encarni Serrano, empleada de Software Delsol, señala sonriente en el calendario los días de asueto que le reserva febrero. Sergio García
Cuando trabajar es un placer

Cuando trabajar es un placer

Software Delsol ·

Currar cuatro días a la semana es posible. Y tener gimnasio, piscina y comida gratis en el trabajo. Sube la productividad y baja el absentismo. «El cliente recibe mejor servicio si el empleado es feliz», dicen en la empresa jienense

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Domingo, 23 de febrero 2020, 00:31

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Vaya por delante que este reportaje puede herir la sensibilidad de más de uno, sobre todo si encadena sesiones maratonianas en el trabajo sin que eso repercuta en su salario. Pues bien, una empresa de Jaén parece haber dado con la fórmula mágica y ha puesto en marcha un método revolucionario: trabajar cuatro días a la semana sin perder poder adquisitivo, es más, garantizándose subidas anuales que, por convenio, no podrán ser inferiores al 3%. El artífice de esta medida es Software Delsol, una firma que emplea a 185 trabajadores dedicada a desarrollar un programa de contabilidad, gestión comercial y de personal para pymes, profesionales y autónomos. Un software -todo sea dicho de paso, gratuito- que ellos actualizan constantemente con aportaciones de sus empleados y de los más de 54.000 clientes que tienen ya por toda España. ¿El secreto de su éxito? Si el empleado está contento, el cliente recibirá mejor servicio. El caso es que desde el 2 de enero a la plantilla no se le borra la sonrisa de la cara. Y razones no les faltan.

La nueva semana laboral pasa por que todos los empleados libren los fines de semana y un día más. Este irá rotando para aquellos puestos que tengan que ver con la atención al cliente -siempre tiene que haber un equipo que atienda ese flanco- o será el viernes para el resto. Así, más de un centenar de personas se reparten el calendario de manera que unos libran una semana un lunes, a la siguiente un martes y así sucesivamente, con el añadido de poder disfrutar de un puente de cuatro días cada cinco semanas. La solución, advierte Juan Antonio Mallenco, responsable de Relaciones Institucionales de Delsol, se traduce en 52 días de fiesta más al año. «Venir el martes a trabajar con la sensación de que te quedan sólo dos días, no tiene precio». El efecto ha sido inmediato. «No sólo hemos aumentado la producción, sino que el absentismo laboral prácticamente ha desaparecido y, además, atraemos talento». Pero el resultado final va más allá. «Como damos servicio de lunes a viernes aunque se trabajen cuatro días, se genera empleo -en el último mes y medio se han firmado 21 nuevos contratos- y también ahorro. Los viernes son 78 personas las que no acuden a su puesto de manera que hay departamentos que no se activan», ilustra Mallenco.

En el vestíbulo, los empleados que han acabado su turno se descuelgan por un tobogán como críos a los que el recreo hubiera sorprendido media hora antes de lo convenido. Es sólo el anticipo. Piscina, cancha de pádel, rocódromo, gimnasio… Los trabajadores ocupan espacios diáfanos, «no como esas oficinas donde parece que estabulan ganado», desliza Mallenco. Luz natural y buenas vistas. Un ambigú equipado con cañeros de cerveza, el salón donde echar una cabezada y un futbolín que ha desbancado a la PS4, lo que no es ninguna tontería en un mundo de frikis volcados en el desarrollo de programas. «La comida es gratis, no una retribución en especias, lo que anima a la gente a quedarse en lugar de ir a sus casas». A comienzos de año, cuando la carga de trabajo es mayor porque los clientes encaran el cierre y la apertura de ejercicios, se disparan las consultas y el estrés. Delsol contrata entonces quiromasajistas que circulan entre las mesas para aliviar músculos agarrotados, dejando a su paso una estela de ronroneos y suspiros. ¿Se lo imaginan?

El artífice de la idea es Fulgencio Meseguer, un visionario que lleva 27 años al frente de la empresa. No es una hermana de la caridad, sino alguien que ha llegado a la conclusión de que la obligación de un empresario «no es sólo ganar dinero, sino hacerlo siempre». Para eso, dice, «hay que reinvertir en tu proyecto y tener contenta a tu gente». Bueno, se preguntará usted, y por qué no lo hacen los demás. «Porque cuesta dinero. Poner en marcha la semana laboral de cuatro días va a costarme 420.000 euros este año», con independencia de que su iniciativa se haya vuelto viral y la haya amortizado. Eso es un 10% de la cuenta de resultados que esperan recoger a fin de año. Y lo es porque Fulgencio ha tenido que cubrir los huecos que abrirá el nuevo calendario de turnos con nuevos trabajadores. «Nuestros clientes tienen que obtener el mismo servicio o mejor». De lo contrario, insiste, todo ese castillo de naipes se desmoronaría.

Un traje a medida

El paso dado ha concitado la atención del mundo empresarial, intrigado por si la fórmula es exportable o sólo un traje a la medida de quien lo ha concebido. Meseguer insiste en que, más allá del tobogán y los masajes, la semana laboral de cuatro días es como vestir bonito a algo que ya lo era. «No somos kamikazes ni esto es un salto a lo loco, sino el resultado de un largo recorrido», dice después de semanas de negociación. También de crear un escenario para el que no había modelos, toda vez que han fracasado iniciativas similares en Finlandia, Estados Unidos o Nueva Zelanda. En el fondo subyace la idea de que «no es lo mismo ir al trabajo que ser productivo». O como dice Fulgencio: «No me hace ninguna falta ver gente ociosa en su puesto».

Futbolín, gimnsaio, tobogán, catering gratuito y masajes para combatir el estrés. Sergio García
Imagen principal - Futbolín, gimnsaio, tobogán, catering gratuito y masajes para combatir el estrés.
Imagen secundaria 1 - Futbolín, gimnsaio, tobogán, catering gratuito y masajes para combatir el estrés.
Imagen secundaria 2 - Futbolín, gimnsaio, tobogán, catering gratuito y masajes para combatir el estrés.

Las encuestas de calidad y los paneles de resultados son una constante en las paredes de la sede Software Delsol. Aquella apuesta descabellada de sus inicios, la de regalar un software con la esperanza de que alguien se animase a contratar mantenimiento, atención al cliente, formación y actualizaciones, se ha revelado a la larga exitosa y suma ya cuatro millones de descargas. «Hemos sido pacientes, apostado por el largo plazo y ahora toca recoger», advierte Mallenco. Una reflexión que Meseguer hace extensiva al concepto de 'trabajador satisfecho', un retorno en apariencia intangible que es la base de una cadena de cambios. «Mire, el 72% de nuestros ingresos son recurrentes, de gente que renueva servicios, y eso es sinónimo de solidez. Ese cliente da a nuestros agentes una nota media de 9,28. Esa implicación no se consigue llevando a tus empleados a cenar por Navidad, sino invirtiendo para que estén como en casa».

Fichar cuatro días -36 horas en invierno que en verano, con la jornada intensiva, se quedan en 28- es el último capítulo de un proceso que empezó hace bastante y que cogió velocidad de crucero hace cinco años. Seguro médico gratuito, becas para los hijos de los trabajadores y un modelo de conciliación que sacaría los colores a cualquiera. Para muestra, un botón. Hay empleados que se han divorciado y pueden trabajar desde casa cuando les toca hacerse cargo de los hijos. Los 4.000 metros cuadrados de que dispone el complejo y sus espacios de ocio están concebidos como un club social, de manera que los hijos de los empleados usan la cancha de basket mientras sus padres aporrean el teclado dos plantas más arriba. «Es más, hay gente que no puede llevarse a los críos a la playa y los trae a la piscina de aquí el fin de semana por una razón: están a gusto».

Cuando los trabajadores empiezan a salir parecen estudiantes de un campus universitario, entre olivos, placas de energía solar y pequeños estanques. «El trabajo es un medio para conseguir una vida mejor, no un fin en sí mismo», dice Fulgencio sin asomo de ironía. «Le voy a contar una anécdota. Hace meses encargué una encuesta para ver el grado de satisfacción de los empleados y el sondeo arrojó una media de 7,5. Puede que haya gente que con eso se sienta satisfecho, pero para mí se convirtió en una obsesión. Había que conseguir un nuevo empujón. La gente se acomoda y los derechos adquiridos acaban no valorándose», explica con una media sonrisa. Ahora las cosas han cambiado. «Dos de cada tres empleados son universitarios y la media de edad es de 35 años. Una etapa efervescente, donde la ambición lleva a alternar trabajos. Pues bien, ¿sabe cuántos cambiaron de aires el año pasado? Cero». Visto lo visto, mucho tendrían que cambiar las cosas para que este 2020 le vaya peor.

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