
Nimzovich, el ajedrecista que revolucionó el juego
Cuentos, jaques y leyendas ·
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Aaron Nimzovich, padre de la escuela hipermodernista, cambió por completo la forma de entender el ajedrezmanuel azuaga herrera
Domingo, 26 de diciembre 2021, 00:19
En 1749, el músico y ajedrecista francés André Danican Philidor publicó el libro 'Análisis del juego del ajedrez', en el que dejó escrita una sentencia poética que aún sigue vigente: «Los peones son el alma del ajedrez». Hasta entonces, el peón era considerado un elemento baladí durante el desarrollo del juego. Sin embargo, Philidor fue el primero en señalar su importancia. El siguiente en tomar el testigo de Philidor fue el austriaco Wilhem Steinitz. Sus postulados neopositivistas sobre el medio juego de una partida, basados en la observación de pequeños matices hasta la fecha desapercibidos (la pareja de alfiles, el dominio de casillas débiles, el estudio de finales…) representaron una ruptura de ciento ochenta grados, un jaque mate definitivo al estilo predominante de la época, el estilo romántico, que buscaba el arte por encima del análisis o la estrategia. Es gracias a Steinitz que el ajedrez se convirtió en ciencia. En 1886, año en el que Steinitz se proclamó primer campeón del mundo, nacía en Riga Aaron Nimzovich, uno de los personajes más influyentes en la historia de la teoría conceptual del noble juego. «Mi propósito no es crear polémica», dijo en cierta ocasión Nimzovich, pero con sus innovadores preceptos rompió las costuras de la urdimbre empírica del ajedrez. Hasta hoy.
Aaron aprendió a jugar con su padre, Isaja Nimzovich, un comerciante judío de renombre, cuando tenía ocho años. Un día, Isaja le propuso que resolviera un problema sobre el tablero, una composición clásica que todo aficionado conoce. La solución al problema es muy espectacular. En una bella secuencia de cuatro movimientos, las blancas asestan un mate de la coz (se da con un caballo) que es inolvidable, con sacrificio de dama incluido en la penúltima jugada. Tres meses después, según se detalla en la autobiografía 'Cómo me convertí en Gran Maestro' (1929), Isaja recompensó a su hijo por los buenos resultados que obtenía en la escuela. El premio consistió en mostrarle 'La inmortal de Anderssen' (1851), una partida que ha pasado a la historia como una obra maestra. Digamos que 'La inmortal' es al ajedrez lo que 'La flauta mágica' de Mozart a la ópera. Pura belleza. Nimzovich recordó el momento con emoción: «Comprendí todo lo que ocurría en la partida y, de inmediato, me enamoré apasionadamente del juego».
Cuando aún era un crío, Nimzovich fue enviado a Kaliningrado, la tierra del filósofo Kant, para que continuase con sus estudios. De allí viajó a Berlín, donde debía obtener el diploma de graduación de la escuela secundaria. El plan pasaba por licenciarse en Filosofía o en Matemáticas, pero el ajedrez se cruzó por el camino. Nimzovich se dejó caer por el Café Kaiserhof, santuario de la intelectualidad alemana, en especial la judía. En ese mismo templo, en 1889, Emanuel Lasker, segundo campeón del mundo, había ganado un torneo con 20 victorias sobre 20, lo que supuso un empuje definitivo en su carrera ajedrecística. Quizás atraído por la leyenda de Lasker, Nimzovich visitaba el lugar a diario.
En Kaiserhof aprendió de los mejores ajedrecistas del momento. La lista de asiduos era espléndida: Maroczy, Tartakower, Spielmann, Bernstein… La obsesión por los trebejos de Nimzovich era tan desmedida que corría la rechifla de que él, realmente, estudiaba ajedrez y jugaba Filosofía. Su padre, al enterarse de esta circunstancia, trató de reconducir la situación, pero el esfuerzo fue en vano. Su hijo, tal y como ocurre con los genios de otras disciplinas artísticas, no podía fluir, por así decirlo, fuera del tablero. Nimzovich estaba llamado a revolucionar la esencia conceptual del juego del ajedrez. Y nada ni nadie podría parar su afán insurrecto, su propia naturaleza.
En 1905, Aaron jugó un torneo en Barmen, cuna natal de otro filósofo, Friedrich Engels, y quedó muy mal clasificado (15.º). Él mismo definió su actuación como «la debacle de Barmen». Para colmo, recibió duras críticas. Sin embargo, esta caída a los infiernos fue decisiva para su formación ajedrecística. «Enfurecido por la actitud burlona de los críticos», confesó Nimzovich, «decidí dejar mi vida en el café de ajedrez, curar mis nervios y trabajar seriamente para mejorar mi juego». Dicho y hecho. En poco menos de un año, Aaron se transformó. Su estilo de juego era mucho más elaborado y los resultados que lograba evidenciaban una clara progresión. Nimzovich estaba fraguando, en silencio, un nuevo sistema.
Años más tarde, Aaron Nimzovich ya era considerado uno de los jugadores más fuertes del mundo. Llegó 1911 y tuvo lugar el célebre Torneo de San Sebastián, famoso porque fue la primera competición europea (y el primer gran éxito internacional) de José Raúl Capablanca. Es menos sabido que Nimzovich y su amigo Osip Bernstein se opusieron a la participación del joven cubano, ya que éste no reunía los méritos deportivos establecidos en las bases del torneo. Lo cierto es que Nimzovich y Bernstein tenían razón, pero los organizadores decidieron hacer una excepción con Capablanca. Y qué maravillosa excepción.
Miguel Ángel Nepomuceno, investigador y periodista especializado en ajedrez, cuenta un recuerdo de Olga Clark, la mujer de Capablanca, que me parece pertinente. Según este testimonio, Capablanca visitó el Café de la Régence, en París, nada más llegar a Europa. Allí se enfrentó el cubano a Nimzovich, «un hombre flaco y nervioso, con bigote negro y modales insolentes». Por lo que Nimzovich tuvo el honor de haber sido el primer rival de Capablanca en suelo europeo, al menos el primero de cierto nivel. Ambos se retaron a tres partidas rápidas, pero, conforme al relato de Olga, «Nimzovich perdió las dos primeras y abandonó. Al día siguiente, Capablanca partió hacia San Sebastián, a once horas de distancia desde París».
En 1912 Nimzovich participó en la segunda edición del Torneo de San Sebastián. A punto estuvo de ganarlo. Una fatídica última partida contra el polaco Rubinstein le dejó con la miel en los labios. El sabor de la derrota fue aún más amargo cuando Siegbert Tarrasch, el Doctor Tarrasch, quien defendía los postulados del ajedrez moderno de Steinitz, aprovechó la ocasión para escribir sin piedad: «Nimzovich tiene una preferencia absoluta para las jugadas feas en la fase de apertura. Suerte que Rubinstein, que siempre juega con buen gusto, le rebatió, porque hubiera sido realmente un escándalo si el juego antiestético de Nimzovich hubiera logrado el primer premio». Nimzovich, ofendido, respondió: «No hace falta que se esté de acuerdo con mi interpretación del juego de ajedrez. Mi partida contra Rubinstein no solo decidía el honor del primer puesto, también un premio de 2.500 francos. Por estar comprensiblemente nervioso, jugué bastante por debajo de mi nivel, pero el Dr. Tarrasch calla esta circunstancia para construir una falsa valoración de mi juego».
Nimzovich empezó a publicar artículos donde hablaba de conceptos originales como la profilaxis, acción que consiste en realizar una jugada defensiva provisoria, pensando a medio plazo y en los posibles futuros planes de ataque del bando contrario. Quizás por ello se atribuye a Nimzovich la máxima de que la amenaza es más fuerte que la ejecución.
El estallido de la Primera Guerra Mundial obligó a Nimzovich a abandonar el ajedrez de torneos. Con la Revolución Rusa, su padre, el comerciante judío de renombre, se arruinó. Así que, desolado, Aaron buscó refugio en Suecia y, a continuación, en Dinamarca. Llegó a Copenhague hacia 1923 y allí permaneció hasta el final de sus días. Por aquellas fechas Nimzovich desarrolló un marcado delirio persecutorio. Cuando comía en algún restaurante cambiaba los vasos para evitar que lo envenenaran. En el fondo de la cuestión, Nimzovich fue un experto en el arte de la anticipación, dentro y fuera del tablero.
En 1925, Nimzovich publicó 'Mi sistema', obra en la que Aaron plasmó sus nuevos modelos conceptuales, dando comienzo, oficialmente, al llamado movimiento hipermodernista. A partir de ese momento, el enfrentamiento entre Tarrasch y Nimzovich traspasó lo personal y se convirtió en una batalla ideológica sobre cómo se debía jugar al ajedrez. Tarrasch defendía los principios posicionales, casi científicos, de Steinitz. El mayor de los dogmas de esta escuela clásica era que el centro del tablero (casillas e4,e5, d4 y d5) debía ocuparse con peones. Nimzovich alzó la voz contra esta especie de ley sagrada y propuso controlar el centro, sí, pero con piezas y desde la distancia. Con ello, se pretende atacar –en una fase posterior de la partida– a los peones centrales del rival, que quedarían a tiro, en la línea de fuego. «Si en una batalla suponemos que se trata de conquistar un campo abierto y se consigue ubicar allí un puñado de soldados», explica Nimzovich, «sin poder impedir el obstinado tiroteo del enemigo, ¿se puede hablar de una verdadera conquista del campo? Naturalmente que no. Y entonces, ¿por qué debo hablar así en una partida de ajedrez?». La guerra conceptual sigue vigente y 'Mi sistema' es, en la actualidad, el libro más leído de ajedrez jamás escrito.
Nimzovich se quejó con amargura de las burlas que sufrió por parte de sus contemporáneos: «Nadie ha sido tratado de forma semejante». Cuando, en el fondo de la cuestión, Nimzovich estaba perfeccionando el mensaje de Philidor: «Los peones son el alma del ajedrez». Pero las propuestas hipermodernistas eran tan extravagantes que solo unos pocos las comprendieron. Y sucedió lo que siempre sucede en la eterna historia de los tiempos, del arte, la ciencia o la música. Que se crearon dos bandos: puristas contra revolucionarios.
Nimzovich ganó una importante competición en Dresde (1926) y venció en el legendario torneo de Carlsbad de 1929, por delante de Capablanca. El campeón mundial en ese momento, Alexander Alekhine, escribió la crónica del torneo de Carlsbad como corresponsal del 'New York Times': «La calidad del juego de Nimzovich es significativamente superior a la del resto». Tras esta sonada victoria, Nimzovich trató de enfrentarse a Alekhine por el título del mundo, pero nunca pudo reunir los 10.000 dólares que el campeón le exigía. Cuentan que, enojado, Aaron colgó un cartel en su apartamento de Copenhague con la siguiente inscripción: «A. Nimzovich. Campeón mundial de ajedrez».
El 16 de marzo de 1935 Aaron Nimzovich murió en casa, al parecer a causa de una neumonía. En el obituario de un periódico danés hablaron de él como el campeón del mundo que conquistó el título en el torneo internacional de Dresde. Me sorprende. También leo que, el mismo día de su fallecimiento, Hitler anunció que rompía el Tratado de Versalles con la creación de la Wehrmacht, las fuerzas armadas unificadas de la Alemania nazi. Entonces ato cabos y pienso que quizás Nimzovich se retiró justo a tiempo porque, él mejor que nadie, sabía que la amenaza, en ocasiones, es más fuerte que la ejecución.
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Daniel de Lucas y Josemi Benítez (Gráficos)
Jon Garay e Isabel Toledo
Paco Griñán | Málaga
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