La madre de las musas
Cruce de vías ·
H ace años, de manera imprevista y a consecuencia de un golpe en la cabeza, la memoria, la madre de las musas, me abandonó durante un periodo de tiempo inquietante. No recordaba nada, sin embargo continuaba escribiendo historias que no tenían relación conmigo ni con los libros que había leído y que también había olvidado. En aquellos momentos, lo que más me atraía era escribir y disfrutar de la vida presente. Aunque pueda resultar extraño, me sentía feliz. Nadie me provocaba rechazo ni incomodidad, entre otras cosas porque apenas recordaba a las personas que me rodeaban y, en consecuencia, ignoraba cómo se habían comportado conmigo. Ante mí se desplegaba un mundo absolutamente novedoso que me apetecía descubrir. Fue como volver a nacer cuando la vida ya me había mostrado casi todas sus caras en la otra vida anterior. Las únicas imágenes que recordaba nítidamente guardaban relación con el pasado remoto. Historias y anécdotas que habían sucedido muchos años atrás. Los viernes me ponía a escribir los 'Cruce de Vías' en la habitación del hospital Carlos Haya y supongo que ningún lector del periódico sospechó por el trance que realmente yo estaba pasando. Aquella experiencia me dejó marcado. He escrito mucho sobre ella y continúa obsesionándome. Fue como morir un rato, aunque soy incapaz de calcular el tiempo que estuve ausente. Hasta que, de pronto, resucité y me puse a recomponer con lentitud y paciencia el puzle del pasado. A veces leo las historias que escribí durante las semanas que estuve ingresado en el hospital, incluso posteriormente las intercalé en la novela que estaba escribiendo cuando me sumergí en el olvido. Estas historias constituyen los párrafos más biográficos que he escrito en mi vida y sin embargo pocos lectores terminaban de creerse lo que estaban leyendo.
Me ha venido el recuerdo de aquellos días precisamente después de leer esta mañana que la palabra 'memoria' significa 'madre de las musas'. Pienso en ellas, las musas, las diosas de la inspiración. Me observo a mí mismo tratando de hurgar en el pasado para rescatar algún instante que me sirva para construir un relato. El pasado está repleto de pequeños detalles que pueden inspirar una novela. Luego hay que resolverla, encontrar la salida del laberinto, el hilo de Ariadna. Todos los laberintos ocultan una salida y esto se trasluce tanto en la vida cotidiana como en la imaginación. Cuando perdí la memoria, yo encontré la salida construyendo otro mundo a mi medida. De alguna manera, me dediqué a habitar en el territorio de la ficción que siempre me había acompañado fielmente. Y éste mundo terminó seduciéndome mucho más que el mundo real. Entonces decidí vivir en él y continúo haciéndolo al día de hoy. Los personajes que forman parte de la novela son aquellos con los cuales me relaciono a diario. Me duele haber perdido a personas que tenía aprecio, las he olvidado, la vida es así de dura en ocasiones.
Antes de producirse el accidente, la mayoría de los lectores creían que mis novelas estaban marcadas por experiencias y datos biográficos. Después de perder la memoria mi máximo interés consistió en que continuaran creyendo lo que yo les contaba. Me agradaba confundir realidad y ficción tanto en la vida privada como en la literatura. Probablemente los lectores pensaban que me divertía mentirles y hacerles creer que lo que estaba contando era cierto, supongo que pocos sospechaban que estaba siendo más sincero que nunca. Todas las personas tenemos fantasmas en la cabeza, convivimos con ellos incluso sin darnos cuenta, quizás unos más que otros. Después de sufrir el golpe, me he dedicado a escribir historias personales y sus consecuencias. Un conjunto de relatos difíciles de creer pero absolutamente ciertos. A menudo, tengo la sensación de que aquél día caí muerto y que todo lo que he experimentado desde entonces pertenece a otra vida. Una vida fantástica, eterna, misteriosa.
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