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Rosa Montero presenta en el Aula de Cultura de SUR 'Cuentos verdaderos'

La autora recrea un viaje a la España de finales de los 70 y los 80 a través de sus crónicas periodísticas

Lunes, 8 de abril 2024

Lo tiene tan claro que incluso se lo ha tatuado en el cogote, donde no se ve pero no se olvida: «Ni pena ni miedo». Rosa Montero (Madrid, 1951) no lamenta lo que ha dejado atrás ni le asusta lo que está por venir. «Soy muy de vivir el presente». Quizás por eso la escritora es capaz de mirar al pasado sin un ápice de nostalgia, con sentido crítico y hasta con sorpresa de sí misma. Montero recopila en 'Cuentos verdaderos' (Alfaguara) sus crónicas periodísticas publicadas entre 1978 y 1988 en 'El País', extensos trabajos de investigación con un estilo narrativo que retratan otra España que hoy parece lejana. O quizás no tanto. Hoy lo presenta en el Aula de Cultura de SUR, en el Salón de Actos de Unicaja, con la colaboración de Fundación Unicaja y Cervezas Victoria.

–'Cuentos verdaderos' recoge crónicas periodísticas, pero parecen auténticos relatos.

–Sí, la verdad es que me sorprendió. El libro es producto de una casualidad, nació porque me llamaron para un documental de Radio Televisión Española sobre el juicio del Nani en 1988. Fue un juicio esencial para la democratización de España, porque fue la primera vez que se sentó en el banquillo a una serie de policías corruptos. Me llamaron porque yo cubrí el juicio y les dije que sí, que fenomenal, pero que no me acordaba de nada. Yo tengo una memoria horrible y además no guardo mis textos. Me mandaron una copia y me quedé pasmada, porque se nos olvida el tiempo pasado y cómo era aquella España. Y entonces pensé en recoger otras crónicas de aquella época. Cuando me las leí me sorprendió que eran como cuentos, relatos muy narrativos, un tipo de periodismo que ya no se hace.

–¿La periodista que fue explica la escritora que es?

–No. Es que yo creo que el periodismo, el que yo he hecho en mi vida, el ser plumilla y trabajar para un medio escrito como reportera, es un género literario como cualquier otro. Y puedes alcanzar unas cotas literarias muy altas. 'A sangre fría' de Truman Capote es un reportaje y es un libro literariamente maravilloso. Yo no pasé del periodismo a la narrativa, sino más bien al contrario. Empecé a escribir cuentos desde pequeña, como es habitual en los novelistas. Y porque escribía cuentos y me gustaba escribir, me decidí trabajar como periodista en medio escrito. Yo me considero una escritora que es periodista, ensayista y narradora.

«El ser plumilla y trabajar para un medio escrito como reportera es un género literario como cualquier otro»

–Pero son géneros muy distintos.

–Sí. En periodismo la claridad es un valor. Cuanto más clara y menos equívoca sea una pieza periodística, mejor. Y en novela la ambigüedad es un valor. Cuantas más interpretaciones tenga una novela, incluso contradictorias, mejor. En periodismo hablas de lo que sabes, te documentas y entrevistas a los expertos y a los protagonistas. Y en novela hablas de lo que no sabes que sabes. Porque la novela nace del inconsciente, del mismo lugar que los sueños. Y, por último, en periodismo tú eres como un árbol, miras y hablas de los árboles que tienes alrededor. Y en novela intentas elevar el vuelo, ser un águila y ver el bosque, ese bosque del que tú misma eres árbol. Son dos relaciones con la palabra y con la realidad muy distintas.

–Este libro le ha obligado a echar la vista atrás, ¿es nostálgica?

–No, nada nostálgica, cero. Además como te digo tengo poquísima memoria. Por generación y por temperamento, soy muy de vivir el presente. Y aun todavía creo que hay que aprender más a vivir el presente, que es lo único que existe y nos machacamos la vida mirando hacia atrás con pena y mirando hacia adelante con proyecciones que no controlas, cosas que no vas a poder cumplir o con miedo. Yo tengo tatuado en el cogote, en la parte baja del cuello, un verso del poeta chileno Raúl Zurita que dice «Ni pena ni miedo». Y es justamente eso, ni pena por lo que has dejado atrás ni miedo por lo que viene delante. Hay que aprender a vivir el presente.

–Hace poco hablaba de eso en un artículo: es consciente de su edad y eso no le paraliza, al contrario.

–Lo que hay que hacer es intentar disfrutar de la vida y vivir en el presente con conciencia de estar vivo.

«La sabiduría no viene con la vejez: se puede ser viejo e imbécil completamente»

–Estamos además en un momento en el que cada vez son más las voces que se levantan contra ese edadismo de la sociedad, ese prejuicio de que cuando uno llega a una edad deja de ser útil.

–Nunca la gente mayor ha estado tan fuera de sitio y tan despreciada como ahora. Primero porque antes llegar a ser mayor era mucho más raro y, en muchos sentidos, hasta un mérito personal (risas). Y luego porque eras la memoria del colectivo y cierta sabiduría. Aunque la sabiduría no viene con la vejez: se puede ser viejo e imbécil completamente, igual que joven e imbécil. Ahora con todos los cambios tecnológicos, parece que la gente se queda descolgada, no se les respeta. Esta cosa tremenda que ha habido de los mayores y los bancos que no les atendían en persona, indica ese desdén, ese descuido, esa desvergüenza por parte de la sociedad frente a quienes han sido los anteriores, los que han ido trabajando y poniendo las piedrecitas en el camino que todos hemos ido siguiendo. Es un momento malo. Pero, por otro lado, como cada vez hay gente más mayor y en mejores condiciones, también hay las dos fuerzas, como casi siempre en la sociedad.

–Deberíamos reivindicar la palabra 'viejo' y quitarle ese carácter despectivo que tiene.

–Totalmente, creo que sí. Lo de avanzada edad o tercera edad... Viejo y vieja son palabras estupendas.

–Estas crónicas parecen hablar de otra España, pero tampoco ha pasado tanto: no más de 45 años.

–Es casi medio siglo, ¿eh? Pero sí, asombra esa España tan precaria y el gran camino que se ha hecho. Y también da un poco de miedo en el sentido de que dices cuánto hemos caminado y cuánto se ha logrado, pero los logros hay que seguir manteniéndolos porque siempre, de repente, se puede volver para atrás.

«La Transición fue un milagro. Teníamos todas las papeletas para haber sido como la antigua Yugoslavia»

–¿Le preocupa que algo de esa España vuelva?

–Sí, sí. Ahora mismo estamos en un periodo de involución en todo el mundo. Un periodo de involución muy grande, muy retrógrado y reaccionario. Sube el oscurantismo. Suben los terraplanistas, por ejemplo; suben los extremismos, el dogmatismo de izquierdas y de derechas. Sube la gente que quiere ser mandada de una manera extrema. Hay como una añoranza de los dogmatismos y de los fanatismos. Es una cosa tremenda. Hay un descrédito de la democracia. En fin, no estamos en el mejor de los momentos mundiales, también por los retos que tenemos delante, desde el calentamiento global a la inteligencia artificial y los grandes éxodos de personas. El fracaso de Europa con los desplazados sirios ya fue una cosa espantosa...

–Y visto todo aquello con perspectiva, ¿la Transición fue modélica?

–La Transición fue un milagro. Teníamos todas las papeletas para haber sido como la antigua Yugoslavia, esa guerra tremenda, sangrienta y espantosa. Éramos un territorio de grandes fuerzas centrífugas que habían sido unidas por un sistema dictatorial. Sin tradición democrática, además. Podría haber sido una catástrofe y sin embargo fue un momento de gloria en nuestra sociedad, en el sentido de que todo el mundo, salvo un porcentaje absolutamente residual, decidió que ya bastaba de 200 años que llevábamos matándonos los unos a los otros. Y se consiguió. Otra cosa es que ahora achacan a la Transición cosas que no tienen que ver con la Transición. Hay incluso gente de izquierda joven con una ignorancia total de la historia que dice que lo que se hizo con la amnistía era amnistiar a los franquistas y esto es mentira. Nosotros salíamos a pedir la amnistía para todos los presos políticos que eran de izquierdas, los franquistas no tenían que ser amnistiados entonces porque no tenían ese problema. Y claro que a partir del 92, que ya se habían establecido las bases de una sociedad democrática, los gobiernos tenían que haber empezado a hacer la búsqueda de las tumbas. La Memoria Histórica tenía que haber empezado antes, pero no es problema de la Transición, sino de los gobiernos posteriores.

–Usted era una mujer joven abordando temas delicados, metiéndote en muchos 'fregaos'. ¿Sus compañeros lo tenían más fácil por cuestión de género?

–Por supuesto que lo tenían más fácil por cuestión de género, porque todavía vivíamos una sociedad tremendamente machista. Y ese es otro de los milagros de esta España moderna que saliendo de un machismo abismal en el que hasta mayo de 1975 la mujer casada no podía sacarse el pasaporte, trabajar ni abrir una cuenta en un banco sin permiso del marido, es hoy uno de los países menos machistas de Europa, según los eurobarómetros. Sigue habiendo mucho sexismo en el mundo, pero en aquella época era tremendo y todo era más difícil. Pero respecto a lo de meterme en tinglados, pues nos metíamos todos, ¿sabes? La prensa fue importantísima en la democracia. Todos los periodistas teníamos la conciencia clara de que había un plus más que teníamos que hacer en nuestro trabajo. Remábamos todos para intentar efectivamente cambiar hacia una sociedad más libre. Es que se nos ha olvidado ya lo que era, pero un dato nada más: hasta mediados de los años 80 no se alcanzó la plena escolarización en España y solo hasta los 14 años. Fue una época muy dura y se pasó muchísimo miedo. En los primeros años de Transición murieron más de 50 personas en las manifestaciones. Ibas a manifestarte y te podían matar. Y esa conciencia de estar empujando la teníamos todos los periodistas, hombres y mujeres.

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