Octavio Paz solía decir que Sor Juana Inés de la Cruz se hizo monja para poder pensar. Parece una teoría sólida: en el México del ... siglo XVII, conocido como Nueva España, las mujeres tenían vetado el acceso a la educación y la cultura. Pero la pequeña Juana, hija de una criolla analfabeta y un capitán de origen vasco, enseguida mostró inquietudes intelectuales que desafiaban su propio destino. Aprendió a leer y escribir pronto. A los ocho años ya dominaba el latín y compuso su primera loa. Consciente de que sobre su horizonte más próximo planeaba la tradición inevitable del matrimonio, cuando alcanzó la adolescencia ingresó en un convento no tanto por vocación religiosa como por garantizarse tiempo y espacio para consagrar su vida a la lectura y la escritura. Sus padres tampoco se habían casado, a pesar de que tuvieron tres niñas. Muchos historiadores han expresado su sorpresa ante la situación civil de la pareja, que achacan a la laxitud de la moral sexual en la colonia, menos rígida que en la metrópoli.
Nacida en algún momento entre 1648 y 1651, primero se hizo carmelita y luego jerónima. Antes había intentado convencer a su madre, sin éxito, de que la enviase a la Universidad disfrazada de hombre. Tuvo que conformarse con la biblioteca de su abuelo, donde se aficionó a los libros. Su perseverancia, a menudo un látigo contra sí misma, la llevaba a cortarse el pelo cuando no alcanzaba los objetivos de estudio que se ponía. La cabeza, creía, no merecía estar cubierta de adornos sin antes estar llena de ideas. Fue protegida por el virrey Sebastián de Toledo y su mujer, Leonor María Carreto, impresionados por la memoria y la determinación de Juana, que no tardó en destacar en la corte. Ambos ejercieron de mecenas cuando abandonó el convento de las Carmelitas Descalzas de México porque tanta disciplina resultaba incompatible con su necesidad de aprender algo más que religión. Pudo pasar casi dos años en palacio, antes de ingresar en el monasterio de San Jerónimo, ya cumplida la mayoría de edad. Allí tomó los votos definitivos e hizo equilibrios, criticados con frecuencia entre sus superiores, para combinar sus labores como monja con la satisfacción de sus propios intereses, considerados mundanos.
Porque Sor Juana escribía sobre un amor más real que divino y llenaba sus obras de teatro de poderosos personajes femeninos, impropios de su época. Influida por las 'Soledades' de Góngora, aunque alejada del autor andaluz por un tono más oscuro y complejo, cultivó la perfección métrica en sonetos, décimas, villancicos y romances. Tan pronto componía poemas eróticos como criticaba el sermón de un jesuita o respondía bajo seudónimo a un obispo. Tres siglos después de su muerte, Octavio Paz publicó 'Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe', donde reivindica su figura como «una intelectual orgánica» que acabó enfrentándose, «como todos los verdaderos intelectuales», al poder establecido. Lo hizo casi sin querer, imponiendo la lógica derivada de su erudición, la misma por la que consiguió, en palabras de la propia poeta, «vivir sola y no tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros».
«Yo adoro a Lisi»
Los nuevos virreyes, el marqués de Laguna y su mujer María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, mantuvieron la protección ejercida por sus antecesores hacia Sor Juana. María Luisa quedó fascinada por su talento y agudeza. Se hicieron íntimas, hasta el punto de que algunos estudiosos mantienen que su relación trascendió la amistad. En 2002, Luis Antonio de Villena seleccionó un romance de la monja mexicana para incluirlo en una antología de poesía homosexual. En aquel poema, la autora se preguntaba «¿ni qué importa que, en un pecho / donde la pasión reside, / se resista la razón / si la voluntad se rinde?». Unos versos más adelante confiesa: «Aun en mitad de mi enojo / estuvo mi amor tan firme, / que a pesar de mis alientos, / aunque no quise, te quise». Otras composiciones resultan más evidentes incluso: «Yo adoro a Lisi, pero no pretendo / que Lisi corresponda mi fineza; / pues si juzgo posible su belleza, / a su decoro y mi aprehensión ofendo».
Defensora del «derecho a disentir», Sor Juana reunió una colección de cerca de cuatro mil libros, además de instrumentos y mapas que donó a los pobres. Dedicó el final de su vida a cuidar a otras monjas enfermas de tifus, epidemia por la que ella misma murió en 1695. Ahora aparece como la última poeta barroca, una mujer capaz de inspirar series y películas más de trescientos años después. En un escrito con vocación póstuma se definió a sí misma, en comparación con sus hermanas, como «la peor que ha habido». Fue sepultada en el coro bajo de la iglesia de San Jerónimo, donde tiempo más tarde levantaron, como en un acto de justicia poética, una universidad con su nombre.
Sor Juana Inés de la Cruz
Poema 70
¿En perseguirme, mundo, qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?
Yo no estimo tesoros ni riquezas,
y así siempre me causa más contento
poner riquezas en mi entendimiento
que no mi entendimiento en las riquezas.
Yo no estimo hermosura que vencida
es despojo civil de las edades
ni riqueza me agrada fementida,
teniendo por mejor en mis verdades
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.
Hombres necios que acusáis (fragmento)
Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.
¿Pues cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?
Mas, entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en hora buena.
Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.
Yo no puedo tenerte ni dejarte...
Yo no puedo tenerte ni dejarte,
ni sé por qué, al dejarte o al tenerte,
se encuentra un no sé qué para quererte
y muchos sí sé qué para olvidarte.
Pues ni quieres dejarme ni enmendarte,
yo templaré mi corazón de suerte
que la mitad se incline a aborrecerte
aunque la otra mitad se incline a amarte.
Si ello es fuerza querernos, haya modo,
que es morir el estar siempre riñendo:
no se hable más en celo y en sospecha,
y quien da la mitad no quiera el todo;
y cuando me la estás allá haciendo,
sabe que estoy haciendo la deshecha.
Teme que su afecto... (fragmento)
Y en fin, perdonad por Dios,
señora, que os hable así,
que si yo estuviera en mí
no estuvierais en mí vos.
Sólo quiero suplicaros
que de mí recibáis hoy,
no sólo el alma que os doy,
mas la que quisiera daros.
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