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Cernuda, poeta impar

Cernuda, poeta impar

Poesía al SUR ·

Escogió la libertad y pagó con el exilio. Nunca perdonó la falta de afecto de su infancia ni que algunos colegas del 27 bromearan sobre su homosexualidad. «Te quise convencer de que eras amado, pero tú no querías serlo», le escribió Zambrano

Alberto Gómez

Viernes, 9 de noviembre 2018, 00:20

Concha Méndez conocía bien a Luis Cernuda; llevaban años viviendo juntos, exiliados en México, y aquella mañana de noviembre de 1963 le extrañó que aún no hubiera bajado a desayunar. El poeta sevillano solía despertarse temprano. Méndez, separada desde hacía lustros de Manuel Altolaguirre, pidió a su hija Paloma que subiera a la habitación de Cernuda para comprobar si necesitaba algo. Lo encontró tirado en el suelo y salió corriendo, en pijama, para buscar ayuda. Ya era tarde. Un infarto había escrito el último capítulo en la biografía de uno de los autores más poderosos y atormentados del 27, probablemente quien acabaría ejerciendo mayor influencia sobre generaciones posteriores. El día antes había ido al cine a ver 'Divorcio a la italiana', con Marcello Mastroianni. Sobre la mesita de noche descansaba un libro de Emilia Pardo Bazán a medio leer.

Poco antes de su muerte, en una carta dirigida al investigador Derek Harris, Cernuda había confesado conocer «la reputación de que gozo como persona difícil y complicada». Tenía cuentas pendientes con muchos de sus colegas. Nunca perdonó que Pedro Salinas y Jorge Guillén bromeasen en privado sobre su homosexualidad ni que Vicente Aleixandre permaneciera en España en plena dictadura y escondiese sus preferencias reales entre versos dedicados a mujeres. Azotó a los demás con el látigo de su propia exigencia, sin concesiones cuando consideraba que la integridad estaba en juego. Tampoco olvidó la falta de afecto sufrida durante su infancia, época marcada por un padre distante, militar de profesión, y una madre «caprichosa». Aquel ambiente familiar, un vidrio «que todos quiebran pero nadie dobla», le asfixió desde niño. En 1928, con 26 años, abandonó Sevilla para siempre.

Las malas críticas recibidas por su primer libro, 'Perfil del aire', editado en la Imprenta Sur y publicado como suplemento de la revista Litoral, agravaron aquella desconfianza crónica y la perpetua sensación de aislamiento que desprendía el poeta, reflejada también en su obra: «Cómo llenarte, soledad, / sino contigo misma». Pero también hubo momentos para la felicidad. Tras dejar su ciudad natal, antes de viajar a Madrid, Cernuda pasó por Málaga para visitar a sus amigos Altolaguirre y Emilio Prados. Aparcó sus fantasmas bañándose en las aguas de Torremolinos y conoció a José María Hinojosa, quien le mostró diversos paisajes de la provincia, desde Campillos hasta Ronda. Poco después, influido por aquellos días de despreocupación, escribió 'El indolente', relato ambientado en un pueblo marítimo: «Si alguna vez me pierdo, que vengan a buscarme aquí».

Instalado en Madrid, Cernuda forjó amistad con Federico García Lorca, que le presentó a Serafín Fernández, un joven actor gallego con quien acabaría manteniendo una relación tóxica que inspiraría algunos de los poemas de 'Donde habite el olvido' y 'Los placeres prohibidos', con referencias memorables al tormento que atravesó para reivindicar su condición sexual: «Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos, / como nace un deseo sobre torres de espanto». Regresó a Málaga en 1933, esta vez en compañía de Prados y del impresor Bernabé Fernández-Canivell. Volvieron las gozosas excursiones al mar, y también el amor de la mano de Gerardo Carmona. Volcó aquella segunda experiencia en la costa malagueña, que calificó como cima de su vida, en 'Elegía anticipada': «No fue breve esa dicha. ¿Quién pretende / que la dicha se mida por el tiempo?».

Asesinato de Lorca y exilio

En 1936, poco antes de estallar la Guerra Civil, publicó la primera edición de su obra poética completa bajo el título 'La realidad y el deseo', esa dualidad por la que transitaría durante toda su vida. Se rebeló contra el asesinato de Lorca en una sentida elegía («La muerte se diría / más viva que la vida / porque tú estás con ella»), participó en el Congreso de Intelectuales Antifascistas e interpretó un papel en la representación de 'Mariana Pineda' dirigida por Altolaguirre. Cuando se adivinó la victoria franquista, Cernuda supo que debía marcharse. Había escogido la libertad.

Ejerció de tutor de niños españoles refugiados, viajó a Reino Unido, leyó con devoción a los clásicos ingleses y se trasladó a Estados Unidos antes de su paso por Cuba, donde se reencontraría con su amiga María Zambrano. Con cruda sinceridad, la filósofa malagueña le escribió: «Sí, había en ti una venganza. La hay en muchos poemas, pero yo de eso no quiero hablar porque no quiero juzgarte. Te quise convencer de que eras amado, entendido, pero tú no querías serlo». Antes lo había calificado como «un ser único, sin pareja posible por ser impar, no por ninguna otra cosa que de ti quieran comentar».

Ya en México, un año antes de su muerte, publicó 'Desolación de la quimera' para dejar claro que jamás regresaría a esa España donde «todo nace muerto, vive muerto y muere muerto». Aseguró no haber echado de menos «un destino más fácil». Probablemente mentía. Por primera vez.

LUIS CERNUDA

LOS PLACERES PROHIBIDOS

Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos,
Como nace un deseo sobre torres de espanto,
Amenazadores barrotes, hiel descolorida,
Noche petrificada a fuerza de puños,
Ante todos, incluso el más rebelde,
Apto solamente en la vida sin muros.

Corazas infranqueables, lanzas o puñales,
Todo es bueno si deforma un cuerpo;
Tu deseo es beber esas hojas lascivas
O dormir en esa agua acariciadora.
No importa;
Ya declaran tu espíritu impuro.

No importa la pureza, los dones que un destino
Levantó hacia las aves con manos imperecederas;
No importa la juventud, sueño más que hombre,
La sonrisa tan noble, playa de seda bajo la tempestad
De un régimen caído.

Placeres prohibidos, planetas terrenales,
Miembros de mármol con sabor de estío,
Jugo de esponjas abandonadas por el mar,
Flores de hierro, resonantes como el pecho de un hombre.

Soledades altivas, coronas derribadas,
Libertades memorables, manto de juventudes;
Quien insulta esos frutos, tinieblas en la lengua,
Es vil como un rey, como sombra de rey
Arrastrándose a los pies de la tierra
Para conseguir un trozo de vida.

No sabía los límites impuestos,
Límites de metal o papel,
Ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta,
Adonde no llegan realidades vacías,
Leyes hediondas, códigos, ratas de paisajes derruidos.

Extender entonces una mano
Es hallar una montaña que prohíbe,
Un bosque impenetrable que niega,
Un mar que traga adolescentes rebeldes.

Pero si la ira, el ultraje, el oprobio y la muerte,
Ávidos dientes sin carne todavía,
Amenazan abriendo sus torrentes,
De otro lado vosotros, placeres prohibidos,
Bronce de orgullo, blasfemia que nada precipita,
Tendéis en una mano el misterio.
Sabor que ninguna amargura corrompe,
Cielos, cielos relampagueantes que aniquilan.

Abajo, estatuas anónimas,
Sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla;
Una chispa de aquellos placeres
Brilla en la hora vengativa.
Su fulgor puede destruir vuestro mundo.

DONDE HABITE EL OLVIDO

Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.

PEREGRINO

¿Volver? Vuelva el que tenga,
Tras largos años, tras un largo viaje,
Cansancio del camino y la codicia
De su tierra, su casa, sus amigos,
Del amor que al regreso fiel le espere.

Mas ¿tú? ¿volver? Regresar no piensas,
Sino seguir libre adelante,
Disponible por siempre, mozo o viejo,
Sin hijo que te busque, como a Ulises,
Sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.

Sigue, sigue adelante y no regreses,
Fiel hasta el fin del camino y tu vida,
No eches de menos un destino más fácil,
Tus pies sobre la tierra antes no hollada,
Tus ojos frente a lo antes nunca visto.

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