
Jaime Pimentel, recuerdos para esculpir una vida
Casi un siglo ·
El escultor malagueño de obras como 'El Cenachero' o 'El Biznaguero' repasa las mejores anécdotas y vivencias de sus 88 añosSecciones
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Casi un siglo ·
El escultor malagueño de obras como 'El Cenachero' o 'El Biznaguero' repasa las mejores anécdotas y vivencias de sus 88 añoscristina pinto
Domingo, 5 de diciembre 2021, 00:28
Se escuchan los pájaros, se respira el olor del mar y el del campo a la vez. Hay una casa blanca con ventanas marrones. El calendario dice que es tiempo de que haga frío y por eso a él le gusta estar dentro de ella, en su salita con el calefactor. En Almayate, en su finca 'El fandango', está Jaime Fernández Pimentel, el genio malagueño que nació allá por el mes de julio en el año 1933. Mira y controla que todo esté en orden: tiene la mesa a su izquierda con el mando de la televisión, un folio con apuntes, un bolígrafo, el paquete de tabaco, mechero y cenicero. Y, sin quererlo ni saberlo, empieza a fundir sus palabras para moldear y crear su escultura más íntima. No la hace ni con bronce, barro, arcilla ni plata. Con palabras esculpe la historia de su vida.
Sus primeros años, el colegio Maristas. «Un grupo de chicos muy traviesos pero muy sanos. Tenía un amigo con el que siempre estaba, Ricardo Valle Sánchez», recuerda Pimentel. Con este amigo viajó a Japón «en una época en la que nadie iba allí» y descubrió que le fascinaba el arte japonés. «Porque buscaban lo simple», explica. Él es el padre de las esculturas más emblemáticas y simbólicas de Málaga, pero antes de llegar hasta ahí, el pequeño Pimentel había caminado mucho.
Desde la silla se inclina un poco y, con la ayuda de sus manos, empieza a simular la posición de aquel pequeño que se tiraba en el suelo para hacer sus primeros dibujos. «Así me ponía, como un gato. Y en el papel dibujaba a gitanas bailando... Era la época de Estrellita Castro o Imperio Argentina, eran para mí unas diosas», explica el escultor. Se pasaba el día pintando, pero su padre quería que él siguiese con la tradición de su negocio, la fábrica de pieles y calzado. La juventud la pasó en Los Rubios (Rincón de la Victoria) y allí recuerda los juegos con sus amigos y los paseos a caballo con sus dos hermanas.
Pero había algo que le atormentaba. Estudiaba para ingeniero, pero en realidad lo que le interesaba era el dibujo. «Tenía muchas ganas de huir de toda esa mentira que yo llevaba. Me iba al castillo o al morro para ver los barcos de salir y pensaba: 'Ay, yo me quiero ir, yo quiero huir'», reconoce Pimentel al recordarse de joven. Y llegó alguien que fue su salvación: el diplomático noruego Rolf Andvord. Lo conoció y vio sus dibujos de esa época, «mujeres desnudas, unas chicas elegantísimas». Y dijo: «Usted es escultor», reproduce Jaime Pimentel las palabras de Andvord. Cada vez más, este embajador noruego visitaba la casa de los Pimentel, le encantaba esa comida casera y andaluza, «se quedaba gustosamente a comer lentejas». «Jaime, estás perdiendo años de tu vida, te voy a mandar a Noruega para que trabajes con los mejores arquitectos», le dijo Rolf Andvord. No se le borra ese momento de la cabeza: «Mi padre dijo que sí, el sabía que yo estaba haciendo un teatro. Mi madre se echó a llorar porque nadie sabía dónde estaba Noruega en esa época y, además, me decía: 'Cuidado con los vikingos, que son muy brutos'», confiesa entre risas Pimentel.
La escultura de la vida de Jaime Pimentel empieza a tomar forma. La felicidad llegaba a su vida en tierras noruegas. Cuando recapitula hacia aquellos años su gesto cambia y la sonrisa no se borra de su rostro. «Estaba en mi mundo, llegué a un paraíso que se llamaba Noruega y estaba haciendo eso que me encantaba, estaba feliz», asegura el malagueño. Recuerda los horarios diferentes de trabajo, sus clases de noruego y sus primeros planos tridimensionales. «Todo iba en la dirección que quería. Y punto», añade.
«Ya empezaba a hacer figuras de barro pequeñas, siempre desnudos. Y las regalaba. Ahí ya estaba metido en la escultura, totalmente metido», puntualiza Pimentel. Además de en lo profesional, en lo personal también vivía en aquellos años 50 y 60 un momento bonito. «Era una amistad muy valiente. Cuando entrábamos a los sitios la gente nos aplaudía, porque hacíamos la pareja griega del señor mayor que estaba formando a un joven para la vida. Parecía que yo era su amante, pero no le importaba un pepino que pareciera eso, ni a mí», admite Pimentel.
«Ese de ahí es él», señala a la mesita de su derecha. «Esas son sus memorias, que las escribió en esta casa, justo en esta esquina. Él quería comprar un terreno en Málaga, le encantaba la vida de aquí. Y esta casa era del embajador y mía. De los dos», comenta Pimentel. Un silencio y la cabeza hacia abajo. Cuando levanta la mirada se le ve el brillo en los ojos, pensaba en un momento especial: «El embajador me dio 50 mil pesetas. Yo metí a una cuadrilla de trabajadores de todo tipo para hacer las cosas de la casa y, cuando él volvió en Navidad, se echó a llorar. Me dijo sentado ahí, en el comedor: 'Gracias, Jaime. Finalmente tengo un hogar'. Y yo creía que me iba a regañar porque me lo había gastado todo», termina entre risas.
Su exposición en Múnich sobre el movimiento en el deporte, sus visitas a Málaga y los paseos por calle Carretería también forman parte de esos recuerdos: «Toda la calle sabía que yo estaba en Noruega», rememora. Fueron tres años en Noruega y su siguiente destino era Madrid. «Jaime no empieza en Málaga, empieza en Madrid, con las gaviotas en El Retiro», afirma el escultor.
Y desde ahí, una entrevista que publicó 'La Tarde' con el malagueño fue lo que le trajo a su ciudad natal. «El alcalde, García Grana, quería que hiciese una figurita que simbolizara a Málaga para entregarla a las autoridades. Le gustó mucho 'El Cenachero', por eso cuando ya había vendido algunas me pidió que la hiciera para exterior», introduce Pimentel. Y ahí llegaba el momento más especial e inolvidable del escultor malagueño. Aquella inauguración en el año 1964 de 'El Cenachero' en la plaza de La Marina: «El alcalde descubrió la escultura y, al verla, se quedaron unos segundos en silencio. Luego todo el mundo '¡Viva, viva!', gritando y aplaudiendo. No lo pude soportar, me tuve que ir a dar una vuelta por el parque para respirar hondo y volver. Nunca haré yo una escultura que tenga esa importancia, esa inauguración me hizo jurar que 'El Cenachero' se lo regalaba yo a Málaga», relata Pimentel. Aunque recuerda a ese cenachero de Alabama (EE UU). «Si la inauguración de Málaga fue apoteósica, la de Estados Unidos fue de Hollywood», añade.
A su mente llegan los recuerdos de las colecciones privadas y de los retratos a personas «de mucho dinero» allí, en tierras estadounidenses. Y llega una anécdota que Jaime Pimentel cuenta con mucho arte: «Allí conocí a Sonneborn, uno de los hombres más ricos de Estados Unidos. ¿Y qué hacía? Salchichas y hamburguesas. Esa es la versión auténtica contada directamente a mí. Lo que yo no sabía es que vio una esquina que se vendía y que se llamaba McDonalds y la compró. Cuando me lo contó me dijo: 'Jaime, ¿tú crees que yo alguna vez tendré éxito en España con McDonalds?'. Yo le decía que cómo iba a tener éxito, que aquí teníamos muy buena cocina, que no queríamos ni hamburguesas ni salchichas de esas. Y fíjate por donde va eso del McDonalds ahora...».
Los recuerdos y las anécdotas siguen escuchándose en la finca 'El fandango'. Jaime Pimentel pasea por su taller y su biblioteca, aunque algunos de los huecos libres son de esas esculturas que están en la exposición de la Sala de Ámbito Cultural de El Corte Inglés hasta el 11 de febrero. Bajo el nombre 'Jaime Pimentel, el escultor de los iconos malagueños'. ¿Le falta algo por hacer a Pimentel? «Todas las noches me quitan el sueño las nuevas ideas. Quería hacer la diosa fenicia Astarté para Almayate, pero ya estoy muy mayor y eso requiere mucho dinero». A sus 88 años, Jaime Pimentel sigue creando esculturas en su mente y con sus palabras. Y quién sabe si está por llegar la diosa Astarté...
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